―¿Otro
ron? ―lo dijo en forma de afirmación más que de pregunta―
―Es necesario, hermano ―agradeció la cortesía―.
El periodista apagó la
grabadora, la puso sobre la mesa y con un gesto de sus manos hizo que la mesera
volviera a rellenar los vasos. Francisco se notaba incómodo pero no se oponía a
seguir la entrevista, qué más daba, no había llegado a la peor parte pero ya
estaba nostálgico, y habiendo metido el dedo, no le costaba mucho meter la mano
completa. A ese punto de la noche habían hablado de la preparación académica,
las experiencias de los primeros empleos, los reconocimientos nacionales e internacionales,
la incursión en el arte y el proceso de experimentación que tuvo en sus
inicios, había hecho un recuento más o menos completo de lo que había logrado
en su carrera y no sabía qué más le podía decir al periodista. La mujer llegó
con la botella y una cubeta con hielos, puso de a cuatro cubos en cada vaso y
los llenó con ron.
―¿Estoy muy cansón? ―le preguntó a Francisco, con una
sonrisa― Esto se termina cuando usted quiera, en el momento en que desee,
dígame nomás.
―Le confieso que llevaba meses sin trasnochar, pero vale
la pena, el traguito está entrando muy rico ―levantó el vaso, brindó con el
vaho del periodista y se mandó dos tragos largos―.
―Estando así las cosas, sigamos ―miró la libreta de
apuntes, pasó un par de hojas y se detuvo en el final de la tercera―…¡ah!, esto
se va a poner mejor, se viene la parte personal ―miró a Francisco en busca de
aprobación―.
―¿Para qué revista es esto?, ¿la de La Negra Candente?
―Ni parecida ―le dijo, riéndose―, no me malinterprete, lo
que pasa es que nadie conoce a la persona que está detrás del genio…―tomó aire,
lo miró de arriba abajo y prosiguió― ¡Fíjese!, estoy hablando con El Fotógrafo
del año y no sé ni siquiera quién le enseñó a tomar fotos.
―Si no se sabe nada de mi intimidad es porque la he
mantenido íntima…sin embargo, voy a responderle una pregunta, la que quiera,
tengo que agradecerle el buen rato.
El hombre comenzó la
elección de una entre tantas cosas que había planeado preguntarle, después de
varios minutos de búsqueda, se dirigió a Francisco, indeciso de preguntar lo
correcto pero seguro de haber preguntado lo que preguntó.
―¿Cómo se enteró de su vocación?, ¿quién le transmitió la
magia de la fotografía?
―Ahí hay dos preguntas ―respondió, sonriente, Francisco―.
∞∞∞
Corría tan rápido como sus piernas
se lo permitían, daba zancadas cortas pero muy veloces, evadiendo todos los
obstáculos que había en el camino, sin tropezar ni una sola vez. Ya había
sentido el miedo en su existencia, muchas veces, pero nunca como ese, era la
primera vez que le tocaba una toma del pueblo por parte de los guerrilleros y
aunque toda la vida se hubiera preparado para eso, no sabía lo complicado que
era pensar cuando era la vida misma que estaba en peligro. Iba a llevarle el
almuerzo a su papá, en la vereda del lado, estaba recogiendo varias naranjas
que había tumbado cuando escuchó el primer estallido. Inmediatamente supo de lo
que se trataba, los rumores de otra toma guerrillera eran ciertos. Dejó caer
las naranjas que tenía en las manos, recogió el recipiente del almuerzo y
comenzó a correr.
Sabía muy bien lo que tenía
que hacer, por experiencia ajena: las instrucciones eran claras, lo primero era
tirarse al suelo hasta que se acabara el fuego, luego correr cuando fuera
seguro y llegar hasta la casa. Estando adentro, buscar al papá, a la mamá y a
los hermanos, bajar al sótano y esconderse hasta que fuera seguro salir, ahí
habría provisiones para varios días, colchonetas para dormir y armas para
defenderse…tenía la orden de disparar cuando fuera necesario, no importaba que
apenas tuviera once años. Ya estaba corriendo, ahora lo importante era llegar
sano y salvo a la casa. Desde donde estaba podía escuchar los balazos con que
respondían los pocos agentes que estaban en el cuartel a esa hora a las
granadas que los otros les tiraban, buscó la forma de evadir la zona de
conflicto y se metió por el potrero que colindaba con su casa.
Cuando vio el rancho en
llamas no pensó en las quemaduras que podría tener ni en el peligro que corría
si entraba a la casa, simplemente entró, la puerta estaba abierta. Lo primero
que supo fue que ni su mamá, ni sus hermanos lo habían logrado, con los días se
daría cuenta de que la primera casa destruida había sido la suya. Como pudo,
entró al sótano y no salió hasta que su papá llegó por él. Entre lágrimas,
abrazos y promesas, lograron rescatar de las ruinas dos escopetas, unos
colchones, algunos víveres y la antigüedad de la familia, la vieja cámara de
fotografías del abuelo. Cuando pudo ver el paisaje que había dejado el ataque,
aún con lágrimas en las mejillas, entendió que era tiempo. Puso el trípode en
el suelo, montó el cuerpo de madera, destapó el objetivo y disparó.
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