Vale la pena ser gordo


No vamos a decirnos maricadas: en casi todos los países del mundo es un pecado tener más kilogramos de los permitidos por el promedio, son pocos los lugares en donde manejar una masa más que justa es bien visto y hasta respetado, como debería ser en realidad. En la mayoría de países dizque civilizados de occidente y hasta de oriente (que estuvo libre de la estupidez occidental por tanto tiempo) se le rinde un culto exagerado a la falta de peso, a la escualidez, a la línea recta, a la simpleza; hombres y mujeres de muchas partes del globo andan raquíticos de cuenta de unos conceptos tan efímeros y cambiantes como la belleza y la moda. Los de estratos altos son flacos porque quieren, los de estratos bajos son flacos porque les toca. El mundo es flaco y ese es un mensaje para los gordos: acá no cabemos. Pero en este rincón de tierra perdido en el espacio-tiempo, que llamamos Colombia, la obesidad no es una debilidad, los gordos no tenemos tantos problemas como en otras partes del mundo.

Tenemos los mismos problemas a la hora de encontrar ropa cómoda y agradable a la vista, cuando vamos a desplazarnos mucho tiempo en sillas diseñadas para liliputienses, cuando es necesario correr, y también nos alcanzan las consecuencias de la obesidad, la diabetes, la hipertensión, los infartos, las subidas de colesterol y los triglicéridos, pero eso no es nada comparado con las ventajas que tenemos en este país de flacos, en este mundo de huesudos.
La mayoría de deportes son para gente sana ―y se entiende que la obesidad nos excluye de esa categoría―, para atletas que, además de poder explotar las capacidades físicas de su cuerpo pueden quitarse la camiseta donde estén, sin sentir miradas de asco o de burla alrededor. En otras partes del mundo, los únicos deportes para gordos son el sumo, el ajedrez y de pronto el golf. Pero en Colombia no necesitamos ser millonarios, genios o japoneses porque tenemos el tejo y la rana, que podemos practicar en la tranquilidad de nuestra cantina favorita, echándole más combustible a la leña, picando choricito y pasando con cerveza.

Habíamos dicho que obesidad no era sinónimo de buena salud, pero acá en el país de La Sagrada Matazón, resulta que sí. Ser gordo es estar saludable y no solo es la impresión que dejan los neonatos rollizos, es una teoría aplicable a todo el personal. El hecho de tener más carne nos hace menos débiles ante algún virus o alguna bacteria, es más difícil que nos lleve a la cama una gripa y, de hacerlo, nos mejoramos más rápido que los pobres flacuchentos, eso implica menos visitas a la EPS o al Seguro Social, y eso, en últimas, es sinónimo de buena salud. Ese mismo hecho de tener más centímetros de grasa es una ventaja cuando, por ejemplo, algún objeto corto-punzante impacta en los tejidos; acá en el país de las puñaladas en oferta, tener un chaleco antiñales es una bendición.

Sin explayarme en que somos más tiernitos haciendo cualquier cosa, sea bailando, comiendo, corriendo, hablando o cantando, que solemos tener una gracia innata que nos permite caer bien adonde lleguemos, que nos guardan el pedazo de torta más grande, que nos toca el sillón más cómodo en las fiestas o en los carros particulares, que tenemos prioridad en algunas filas…de verdad que acá vale la pena ser gordo. Y ser gorda. Irónicamente es el país de la cirugía plástica, pero también de los tamales, de los reinados, de la coca y de la corrupción… ¿será muy difícil que se junte todo eso?, ¡yo quisiera ver el reinado de la gordura, yo quisiera ver la primera reina gorda!, digo, ¿ya no tuvimos una negra?

Maquillaje de mentiritas


Usted, dama, ¿está cansada de escuchar solamente mentiras de boca de los hombres?, ¿alguna vez ha tenido la curiosidad de saber por qué los hombres solemos ser tan mentirosos?, pues bien, yo le voy a dar la respuesta a continuación: los hombres somos mentirosos porque no nos podemos maquillar. Es una sociedad llena de antivalores, de machismo y de prejuicios ―entre otras cositas―, por eso nos toca apelar, como último recurso, a la falacia. Y es que cuando se trata de preservar especie cualquier argumento es válido, a eso se refieren cuando dicen que en la guerra y en el amor todo se vale, el flirteo es una guerra entre libidos, a veces, a veces es entre libido e indecisión, otras veces no se sabe con certeza quiénes son los protagonistas, pero siempre es una guerra para hacer el amor.

Tanto machos como hembras del género humano tenemos estrategias recomendadas o impuestas por la cultura que nos sirven para preservar la especie. Las féminas, por ejemplo, suelen tener tips para cada ocasión; que poner los labios de esta manera, que girar el rostro de tal forma y lanzar una miradita de tal forma, que mostrar un poquito de escote, que subir un poquito la falda, que hacer tal o cual movimiento con el pelo, etcétera y etcétera y etcétera, y claro, el maquillaje, la pintura, el revoque, el resane, el estuco...habiendo tantas opciones para asegurar descendencia, la mayoría de mujeres ―y eso que no tiendo a generalizar― en esta tierrita se maquilla hasta para salir en chanclas a comprar la leche.

Por eso somos tan mentirosos, porque tenemos que maquillar también los huequitos de algún trauma o las ojeras que nos salen de no tener con qué ir cada ocho días a bailar a la zona rosa. También usamos las mentiritas para realzar alguna virtud que no se nota a simple vista, para iluminar algún rinconcillo oscuro que vale la pena realzarse, para darle vida a alguna fantasía sexual más o menos inalcanzable por vías moralmente correctas o simplemente para tapar una de esas manchas que deja la infidelidad. Así tenemos que mientras la mujer esconde un morado con base, el hombre crea un universo diegético que gira alrededor de la aparición absolutamente circunstancial de la sospechosa imperfección cutánea. Finalmente, tanto las mentiras como el maquillaje han dado resultado, el planeta está sobre poblado y en vía de más nacimientos.

En mi caso, cuando tengo contacto con alguna mujer maquillada en exceso ya sé cómo debe ser el juego, ella puso las reglas de antemano y de esa manera procedo desde el comienzo de la guerra. Mi recomendación para usted, dama, que está cansada de caer en las redes de los hombres mentirosos, es que aprenda a usar el maquillaje; tape los golpes, las cicatrices en el rostro, de pronto el acné…el resto sobra, créame, sobra. Deje el maquillaje para el último día de octubre, para las obras de teatro, para la televisión, para los mimos o para las estatuas vivientes que piden monedas en el centro. Si quiere tener una relación honesta, no la maquille, y si es fea, no se preocupe: la belleza se acaba pero la fealdad no.

El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.