¿Católico?, ¡la suya!


Voy a suponer ―contra la lógica, el sentido común, lo real, lo posible y lo creíble― que, efectivamente, hay por lo menos un ser inmenso e invisible allá en algún lado que puede ver y saber lo que hago, dejo de hacer, pienso y dejo de pensar, que me juzga por mis malas acciones, me premia por las buenas y que tiene una misión para mí en esta vida ―y en las otras―. En el mercado dogmático actual hay decenas de opciones para querer pertenecer, cada región en el mundo parece tener la propia, hay iglesias en todos los idiomas y de todas las creencias…pero, ¿qué tiene que estar pensando uno para elegir ser católico?, ¿por qué, habiendo opciones menos peores, decidir pertenecer a una de las sectas más nocivas?

Yo comprendo que no es sencillo saber que uno vive para nada, que es mejor inventarse un amigo imaginario que le dé sentido al asunto; desde las primeras tribus ignorantes de su entorno creaban seres, sé que es más fácil creer que habrá un juicio final donde los malvados tendrán su merecido, que hay un segundo tiempo después de los quince minutos reglamentarios de muerte donde se puede salir al campo a darlo todo. El budismo también tiene cielo e infierno, el islamismo se basa también en un libro de historietas, el judaísmo también adora a un solo personaje, el espiritismo también relaciona el mundo tangible con algunos espejismos, el zoroastrismo también habla de un profeta loco que vino a cambiar las cosas y el hinduismo cree en la vida después de la muerte, ¿por qué demonios elegir el catolicismo?

Ni si quiera es divertido. Los que creen en Alá por lo menos pretenden que van a resucitar rodeados por un puñado de vírgenes ―no como las vírgenes del catolicismo― que los van a complacer como hombres y como machos. Los que creen en Jah por lo menos pueden sentir el placer del THC en sus cerebros. Los que en vez de Dios le llaman Yahveh por lo menos bailan y disfrutan de sus ceremonias.

Ni siquiera es benéfico. Los que creen en Buda por lo menos respetan la vida de los otros animales. Los que creen en La Trimurti por lo menos tienen un dios para las artes, las ciencias y la sabiduría. Los que creen en El Universo por lo menos creen en El Universo. Los que creen en los tirthankaras por lo menos buscan un estado interior superior.

Ni si quiera es respetuoso. Los que creen en Buda nunca invadirían otra población para imponer su credo. Los que creen en Jah nunca pensarían en la necesidad de un ejército. Los que creen en Lao Tsé nunca moverían un dedo en contra de algún ser vivo. Los chamanes nunca dañarían a su Pachamama.

Solía ser católico ―hace varios años empecé a pensar― y cuando me di cuenta de las barbaridades que mis correligionarios cometían y habían cometido tomé la decisión de dimitir, me expulsé de sus filas y aunque ha pasado el tiempo todavía sigo sintiendo pena, y es que, ¿a quién no le da pena saber que los enviados de Dios a La Tierra violan niños todos los días?, ¿a quién no le da pena saber que El Vaticano es de los países más ricos del mundo?, ¿a quién no le da pena saber que el perdón vale plata?, ¿no es una pena tener que renunciar a los placeres? Pero no sienta pena si es católico, todavía puede dejar de creer en boberías, nunca es tarde para dejar de creer, nunca es tarde.

Soluciones alternativas para candidatos sin alternativas


¿Está cansado de repetir jornada tras jornada las mismas promesas absurdas?, ¿le decepciona saber que los resultados de las encuestas no son los que pensaba?, ¿le preocupa que no logre quedar electo con esas simplezas que tiene que recitar?, ¿considera que a la democracia se le puede trabajar mejor?, ¿los métodos tradicionales para conseguir votos le quedan cortos?, ¿quiere aumentar el número de votantes sin tener que revolverse con ellos del todo?, ¿piensa que todavía hay mucha ética para explotar en la democracia?, ¿necesita asegurarse esa curul pero todavía tiene costra de la quemadura anterior?, ¿no le creen que no se compró ninguna vajilla?, lo que viene a continuación le puede interesar. En las siguientes líneas voy a darle algunas recomendaciones para encaminar su campaña hacia el éxito, se lo aseguro.

Primero, tengo que decirle que lo está haciendo mal. Hay errores comunes a la hora de ir de cacería de votos, hoy voy a tratar los dos más frecuentes: el primer error es querer entrarle a toda la gente, es tedioso, es fatigante, es caro y es muy poco efectivo; es como ir a pescar y querer todos los peces del mar, en este caso es mejor asegurarse los votos de una o dos minorías específicamente y llegar a casa con treinta bocachicos, ¿qué tal  dirigir su campaña hacia los enanos afrodescendientes, por ejemplo? El otro error que veo mucho es que no logran crear propuestas interesantes, se enfocan en necesidades del pequeñoburgués y dejan perder la tajada grande; en vez de mejorar el tráfico de las calles, mejorar el tráfico en las calles, quiero decir, de diez personas una tiene carro pero seis consumen drogas, hay que pensar en grande. No se ponga a proponer educación, cultura o progreso, ya sabemos que acá eso no le importa a casi nadie, lo que traduce en que casi nadie va a votar por usted, ofrezca vicio al pueblo vicioso.

Supongo que ya vio lo arriesgado que resulta comprar votos, pero, ¿qué otra elección hay?, ¿a parte de prometer construcciones, empleo y “puesticos”, a qué otras posibilidades se puede apelar? En algunos países de Europa, por ejemplo, el Estado dota de heroína y jeringa a los que dependen de la sustancia, semanalmente les da su dosis y todos quedan contentos; acá, se me ocurre, usted podría hacer algo parecido pero con los fumadores de tabaco, imagínese meterse al bolsillo a millones de personas con una propuesta tan prometedora; además la podría adornar con beneficios para la salud y el sector tabacalero del país e incluso a la labor científica y a los laboratorios dedicados a estudiar y a tratar el cáncer. Recuerde que el fin justifica los medios.

Usted conoce sus votantes y sabe que son una masa estúpida, entonces amásela: dele trago, todo el que pida; el día de las elecciones haga una sancochada gigante en su sede, invítelos, aliméntelos, quíteles el guayabo, vístalos con sus trapos estampados y llévelos a votar. Otra opción es ganar votos con los muertos pero no de la manera tradicional ―donde el occiso, sin saber y sin querer, es elector― sino aprovechándose del dolor de los vivos: ofrézcales servicios funerarios gratis o a precio de huevo, alíese con una empresa funeraria y haga el negocio más grande de su carrera, aproveche ahora que estamos en temporada de muertos ―piense en ofertas 2x1 o cajones de lujo para estratos 1, 2 y 3 del Sisbén―.

No pierda la confianza, le digo, todo puede ser posible si hace las cosas de la manera en que le acabo de indicar, son estrategias tan eficaces que de tantos votos que puede recibir va a levantar sospecha entre los candidatos envidiosos que reunieron la chichigua de siempre. Ni el tipo del segundo piso vial, ni el que promete Internet gratis para todos, ni siquiera el que quiere apuntarle a la cultura y a la educación le van a hacer competencia, sin mucho esfuerzo y con un poquito de inventiva extra, usted va a lograr lo que siempre ha querido: conseguir ese puestico público y mamar de la teta del Estado por los siglos de los siglos de los siglos. Amén.

No sé por qué, pero lo respeto


Llevo más de veinte días haciéndole la misma pregunta a amigos y conocidos, después de que comencé a ver caritas de políticos por todas partes me surgió la cuestión. Resulta que a donde quiera que vaya un político, por más desconocido que sea, es tratado con el mayor respeto y toda la solemnidad del caso, como mínimo se mata una gallina y se destapa una botella en muestra de agradecimiento por el solo hecho de ser Político ―con mayúscula―, independiente de que prometa o no prometa servicio de agua potable a la población. Impresiona la pompa y el desperdicio de recursos que se ve en cada gala, ceremonia, acto, presentación, discurso, declamación o simplemente aparición de alguno de estos personajes. Eso fue lo que desató mi curiosidad…¿por qué hay que respetar a un político?

No sé por qué, pero lo respeto. Eso me dijeron varios, tal vez la mayoría. Para la masa, la palabra ‘político’ viene dotada de adjetivos como ‘importante’, ‘pudiente’, ‘solvente’, ‘capaz’, ‘digno’, ‘elegante’, ‘simpático’, ‘altruista’ y otro montón de flores que los publicistas y propagandistas se han encargado de crear, y ¿cómo no respetar a semejante personalidad? Lo extraño es que la masa también sabe que son una parranda de zánganos que no hacen más que vivir de impuestos y chanchullos; los resultados demuestran que los publicistas han hecho bien su trabajo. También se les respeta porque se asocia esa dizque profesión con las antiguas monarquías, donde había un Rey y una Reina, donde había bufones, donde había siervos, donde se le rendía tributo al rey por medio de impuestos; lo único que conservamos ahora de la monarquía son los bufones y la costumbre de pagar impuestos.

Yo sé por qué no los respeto. Para mí es claro que no existe ninguna razón por la que deba sentir algo parecido al respeto para con algún político, la considero una actividad sucia, deshonrosa y corrompida, el simple hecho de llevar ese título es causa más que justa para no merecer respeto; hay que ser muy ególatra, poderoinómano, malicioso, megalómano, sociópata, codicioso y ambicioso para querer ser político. Y es que el respeto no es innato, no se exige ni se reclama, hay que ganárselo, hay que merecerlo. Que yo sepa, ninguno ha hecho algo que me inspire respeto, por el contrario, cada día que pasa van sumando puntos en mi lista negra, cada que los escucho pregonar sus estupideces ―en cualquier idioma― me dan la razón.

En mi país, entre otros casos, hay un político que no puede abastecer de gasolina sus dos camionetas ganando cuarenta y tres veces más que la mayoría de la población, hay un político líder que ejerce tranquilamente tras las rejas, hay un político que desaparece cadáveres, hay varios políticos que reciben comisiones millonarias al día, hay otros que roban directamente, otros que matan y otros que mandan matar, hay muchos que dicen mentiras, muchos que estafan y muchos que cobran por no hacer nada, pero no existe ni uno solo que se haya ganado mi respeto. De todas formas, no se preocupen, por un lado, yo no soy peligroso: no ando armado, estoy en contra de la violencia y no me interesa perder el tiempo con políticos, por otro lado, apenas soy un solo voto.

Fe de ratas


Hoy tienen la suerte de estar presentes cuando confieso mi más doloroso y oscuro secreto: amigos, amigas, soy colombiano. Sé que puede ser una sorpresa, pero no se alarmen, es verdad que con mis rasgos faciales y mi talla parezco proveniente de Italia o de Alemania, pero la verdad es que yo nací en Colombia. Es una lástima, ¿verdad?, tener que verme en los apuros de dar mis primeros pasitos en esta tierra, comenzar a respirar el aire sucio dentro de estas montañas, aprender a sobrevivir en este país. Digo que es una lástima porque me siento muy mal por eso, los colombianos estamos en deuda con el mundo, no sólo económicamente, nos han estado soportando algo más de doscientos años y hasta el día de hoy, 15 de Septiembre de 2011, ningún compatriota se ha dignado a ofrecer disculpas. Pero como no todos los colombianos somos hipócritas o desagradecidos, yo, el menos colombiano de todos, en nombre de Colombia pienso pedirle perdón a tantos que se lo merecen.

Perdón, Don José González Llorente, por haber permitido que esos guaches se le metieran al negocio y le quebraran el florero. Cuando haya plata, le prometo que le compramos uno nuevo y bien bonito, de los chinos.

Perdón, Panamá, por haberlos tenido haciendo parte de este circo por tanto tiempo, nuestra intención era puramente estética, queríamos conservar la colita allá arriba, nada más.

Perdón, Don Carlos Gardel, por haber sido víctima de nuestra inepta y mortal hospitalidad. Si le sirve de algo, hay quienes todavía sienten orgullo de que usted se haya incinerado en estas tierras.

Perdón, Doña Fanny Mikey, por haberle quedado debiendo tantos aplausos. Usted tuvo poca suerte de caer donde cayó, de todas formas creo que sabía de sobra que los olmos no dan peras.

Perdón, Mundo, por ser potencia en cantantes de pop. Realmente nos sentimos apenados por todo lo que ha salido, no es nuestra culpa, se nos sale de las manos: cualquier artista, sin importar el género que empiece interpretando, cuando adquiere reconocimiento ―cuando sale del monte― se transforma en pop.

Perdón, Don Pablo Escobar, por lo de su…ya sabe, muerte. Hoy nos arrepentimos de no haberle aceptado su chichigua para solventar la deuda externa, además desde que usted se quiso meter a la política otros hampones han intentado lo mismo, un par han llegado a la presidencia.

Perdón, Doña Íngrid Betancourt, por haberle negado la indemnización que pidió. No supimos apreciar el verdadero significado de su petición: el saberla lejos del plano político de Colombia, no tiene precio.

Perdón, FIFA, por nuestros resultados. Ustedes deben estar pensando que nosotros simplemente vamos a calentar puesto y a participar y ya; que nuestras aspiraciones no van más allá de las segundas rondas, que no le damos importancia a sus eventos pero en nuestra defensa tengo que decir que los asuntos para con ustedes son primordiales, nos esforzamos al máximo…pero no podemos. Señores de la FIFA, no podemos.

Perdón, Don Hugo Chávez, por nuestra grosería. Lo que pasa es que entre groseros nos entendemos, somos de culturas muy similares y creo que entiende por qué nos comportamos así, claro que eso no nos da el derecho de tratarlo como lo tratamos ni de opinar lo que opinamos…de todas formas el pueblo es vulgar, Don Hugo.

Perdón, Doña Shakira Isabel Mebarak, por haberla confundido alguna vez con una de nosotros. Ya vemos que se dio cuenta de la falla de nacimiento que tenemos y poco a poco fue tratando de enmendarla, primero con su residencia, luego sus relaciones y ahora con su acento. De todo corazón, perdonános, ché.

Perdón, Don Diego Armando Maradona, por producir tanta kriptonita. Nadie nos lo ha confirmado pero nos sentimos culpables, en parte, de que su adicción haya afectado en su carrera de dios. Esperamos que en verdad se haya recuperado y, para que se anime, le contamos que no se pierde de nada: ya no es lo que solía ser.

Perdón, Don gonzaloarango, por creerlo loco. Pensar diferente y, sobre todo, tener ideas progresistas está muy mal visto. Un poeta que intente hacer diferente su arte no sirve, por lo menos en Colombia. Debe aceptar que también cometió un error, de haber salido rápido de acá lo que no pasó hubiera podido pasar.

Perdón, Doña Piedad Córdoba, por no aceptar ideas diferentes. Lo sentimos mucho, de verdad, pero no nos interesa tampoco. Con las que nuestros ancestros (esos criminales que poblaron el territorio) nos dejaron, tenemos suficiente. No queremos escuchar nada que usted nos quiera decir, de una manera respetuosa le pedimos, vaya a solucionar problemas a otro país que no la necesite tanto.

Perdón, Sur América, por ser tan mal vecina. Siempre han existido conflictos con los unos o con los otros, pero para que entiendan el porqué, tengo para decirles que es algo intrínseco en el colombiano, somos conflictivos y no nos basta con el conflicto que tenemos adentro.
Perdón, San Andrés, por tenerlos como simple nómina. En verdad nos importan, ¡en serio! Tanto así que, mientras ustedes se hacen llamar escuetamente isleños, nosotros los seguimos considerando colombianos. Perdón por eso también.

Perdón, Don Antonio Cervantes, Pambe, por no haberlo seguido apoyando a pesar de su evidente talento: ¿cuántos premios Guiness tuviera Colombia con un borracho de su categoría?

Perdón, Don David Murcia, por haberle negado su tajada. Lo sentimos mucho pero en este país la estafa es un negocio solo para algunos cuántos y no podemos permitir que cualquier mechudo en semejantes fachas se vaya quedando con tanta plata, para la próxima vez, recuerde que debe llevar saco y corbata, como mínimo.

Termino ahí pero me quedo corto. No hay palabras suficientes para remediar tanto daño que hemos hecho en todos estos años, directa e indirectamente, en pocas cantidades o a gran escala, este es un simple gesto de arrepentimiento y respeto que ningún otro colombiano había querido tener, y yo, el menos colombiano de todos, me vi en la tarea de encabezar. Aunque me sigo sintiendo avergonzado creo que estas disculpas pueden ser el primer paso para resarcir nuestros errores y comenzar a formar una verdadera Patria, ojalá las acepten porque fueron ofrecidas con toda la sinceridad que un colombiano pueda tener. Lo último que les pido, por ahora, es que no le vayan a contar mi secreto a nadie, please.

El problema no eres tú, soy yo




Como escritor de ficción tengo algo en común con los políticos: mientras más mentiras invento, más mentiras me creen. Tanto ellos como yo dependemos de la forma en que digamos las cosas. Por eso vengo hablándoles de tú a tú, porque pertenecemos al mismo gremio, ambos tenemos que esforzarnos en mentir para alcanzar el éxito en lo que hacemos. Y como estamos en confianza voy a tener que aprovechar el espacio para hacer una pequeña confesión: nunca les creo. Pero no vayan a pensar que no están haciendo bien el trabajo, por el contrario, las mentiras van de maravilla, las cosas parecen ir saliendo bien, la gente sigue tragando entero. La cuestión, conmigo, va más allá de lo evidente; no les creo porque soy del gremio y no hay nada más complicado que tratar de engañar a un buen mentiroso: amigo político, el problema no eres tú, soy yo.

Respeto mucho lo que hacen, sé que no es fácil hacerle creer a un montón de gente pobre y desdichada que no son ni tan pobres ni tan desdichados, sé que no es sencillo trocar un poco el contexto y acomodar el lenguaje para engatusar a un grupo de (e)lectores y encauzarlos hacia nuestro punto de vista, conozco las limitaciones de trabajar con la realidad tal como viene, plana, parca y sin gracia. Al igual que ellos, tengo que llevar a cuestas esa responsabilidad de planear un final feliz donde todos queden contentos, donde reine la equidad y la justicia, no el caos y la corrupción, tengo que crear algunos puntos de conexión entre ideas, personajes e historias…ellos tienen sus propuestas donde prometen y prometen y prometen, lo único que les falta es que terminen de contar el cuento.

Ellos para lograr sus metas se valen de la imagen, de la especulación, de la retórica, de la holística, de la opinión pública, de los medios de comunicación, de las estrategias, de las alianzas, de la omisión, de la ignorancia ajena, de las apariencias, de las influencias, de los estereotipos, de las buenas intenciones y hasta de los impuestos. De mil maneras creativas utilizan los recursos que tienen a la mano para, dos meses antes de las elecciones, comenzar a echar el cuento con pelos y señales ―pelos de mentiras y señales falsas― y alcanzar el puesto para llegar a ese final que dejan inconcluso a propósito: prometen el final feliz pero no lo cuentan para que cada cual lo entienda a su manera. Es de admirar la labor que cumplen, que cumplimos ambos, tú y yo, amigo político, pero tengo que decirte que no te creo, y el problema no eres tú, soy yo.

Van doce días, casi un cuarto del tiempo que tienen para lograr que la mayor cantidad de gente los escuche y, peor aún, les crea. Por todas partes he podido ver carteles, postales, vallas, carros y camisetas con propaganda política, una foto sonriente, un slogan positivo y su respectivo numerito. Van doce días y no sé cuántos han intentado convencerme de que son los que van a trabajar por el bien común, de que son los indicados para representar a la ciudadanía, de que dándoles mi apoyo puedo estar seguro de que alguien va a estar pendiente de mi bienestar. Todavía no les creo y de una vez les digo que no voy a creer. Como escritor de ficción conozco los intríngulis que hay detrás de las mentiras, de las suyas y de las mías, por eso después de pensarlo mejor, amigo político, el problema no soy yo, eres tú.

Medellín la mal educada


Hoy me dirijo a ustedes, turbado como estoy, repleto de sentimientos negativos. Empezando por tristeza y pasando por decepción, odio, rencor, desconsuelo, repugnancia, desprecio, irritación, asco, hastío, desesperanza, resentimiento, para terminar estando aterrado. Nunca me había levantado tan apátrida, jamás me había sentido tan ajeno a este hueco enterrado en lo profundo de toda la mierda de América. Si alguna vez llegué a sentirme bien por haber nacido en Medellín o en Antioquia ―Colombia siempre me ha generado tristeza―, me arrepiento de todas esas majaderías que pasaron por mi cabeza, ninguna persona sensata puede sentir algo siquiera parecido al orgullo viendo y viviendo lo que llega a ocurrir aquí. Llevo más de veinte años soportando, acoplándome a la corrupción, el desorden, la doble moral, la criminalidad, la pobreza, la ignorancia, el analfabetismo, la desesperanza, la mortandad y el resto de enfermedades sociales que padecemos calladitos, pero pasó algo que me hizo reflexionar y derrumbó todo lo positivo que alguna vez llegué a sentir por esta cultura paisa.

Lo que me tiene así es un muerto. Y generalmente no me conmueven los muertos, como la mayoría de personas, estoy acostumbrado al tema de la muerte. Tampoco fue un muerto excepcional, no lo conocía, no estuve presente cuando pasó y hasta murió de forma natural ―de forma natural en Colombia, en Antioquia, en Medellín, que es por muerte violenta―. Una turba asesina de antioqueños embriagados por la moral, lincharon a un individuo porque supuestamente le había toqueteado el sacrosanto culo a una indefensa damisela en apuros. De haber sido verdad esa indiscreción, con un par de insultos hubiera estado justa la reprimenda. Yo supongo que fue la Cultura Metro de Medellín alias “La más educada” la que desbocó esa cadena de violencia comunitaria en defensa de los buenos valores antioqueños. Supongo, también, que después de haber matado al individuo, cada asesino se fue para su casa a compartir un rato alegre con su familia, tal vez a la iglesia para chatear con su dios o simplemente decidió votar por Luis Pérez.

Como de costumbre, lo único que se conoce es el muerto y el móvil, del grupo sediento por justicia de ―supongo― machos no se sabe nada, después de los hechos, hicieron la de Mickey Mouse. Tampoco se conoce la cara del culo víctima de la inmoral afrenta, que para semejante resultado, debe ser El Mejor Culo de toda la historia de Los Culos en la Historia. Al otro día, tengo entendido, empezaron a equipar los vagones del Metro con cámaras de seguridad para que estos hechos no se volvieran a presentar o no resultaran impunes, pero eso es una cucharadita de azúcar en este mar de mierda. Si lo que quieren es que eso no se repita, deben prohibir el uso de prendas de vestir que muestren más de lo que cubren, deben asegurarse de que absolutamente nadie vaya de pie para que no hayan malentendidos, podrían disponer vagones para cada género (mujeres, hombres, homosexuales e indefinidos) y eso sí, total libertad para los discapacitados que carezcan de la compañía de ambos brazos.

Yo creo que no exagero, ayer tuve que montar en metro por veintidós minutos ―cronometrados por el miedo de sentirme linchado― y no hice sino pensar en el hecho aquél. ¿Cómo evitar posar la mirada en las partes de alguna diablilla exhibicionista ―que abundan por aquí―?, ¿cómo evitar contacto físico en un vagón que acarrea a decenas de cuerpecitos bien formados entre centenares de pedazos de carne vivientes?, ¿cómo controlar el azar y librarse de la presencia de alguna de estas tentaciones que salen a caminar con algún trapito medio puesto?, ¿cómo reconocer a los integrantes de una turba violenta antes de que se manifieste? El delirio de persecución me comenzó a perseguir y no estuve tranquilo ni siquiera cuando abandoné el vagón y me intenté poner a salvo debajo de un árbol, afuera de la estación: hasta allá me hostigó la carne. Todo eso es lo que me tiene indispuesto, desde que supe de la existencia de turbas asesinas moralistas sueltas por las trochas de mi ciudad no he podido pegar el ojo. Por ahora, no siendo más, tengo que ir a vomitar.

Homo sapiens vitĭum


Charles Dickens, un novelista británico del Siglo XIX, dejó escrita una frase que sería de batalla de ahí en adelante hasta nuestros días: el hombre es un animal de costumbres. Yo me imagino que Dickens no se rompió la cabeza en el momento de escribir esas palabras, para el tipo debió haber sido de lo más natural notar que una de las cosas que nos diferencian del resto de razas animales es la posibilidad de desarrollar nuestra vida alrededor de ciertas costumbres. Y la frase sigue vigente porque aún los humanos tenemos la capacidad ―quizás la necesidad― de estar llenos de costumbres; todavía realizamos diariamente las mismas actividades por muchos años. Para mí es un signo irrefutable de evolución porque mientras los otros animales repiten comportamientos por instinto, nosotros lo logramos hacer por necesidad o por placer: costumbres y vicios. No sé dónde dejó Charlie a los vicios, supongo que no se quiso involucrar con ellos para no tener que estar dando explicaciones, seguramente se lavó las manos. El hombre es un animal de vicios, ojalá me esté leyendo, Don Carlos.

Sin ponernos estrictos en su significado, en términos generales, un vicio es un hábito que degrada física o moralmente al individuo, una práctica individual o colectiva que deprava a quien lo contrae; es la afición a algún placer. Desde las primeras civilizaciones han existido vicios, todas las personas del planeta han buscado placer de diferentes maneras, según iban evolucionando. De hecho existe una teoría que menciona a los psicoactivos como elemento clave para que algunos homo sapiens sapiens pudieran imaginarse utensilios y herramientas que los demás de su especie nunca hubieran podido: unos de los primeros de nuestra especie se estimulaban el cerebro con sustancias presentes en la vegetación y creaban hachas, cuchillos y hasta la rueda. Han pasado veinte siglos pero los comprendo, a mí también me gusta estimularme para no pensar lo mismo que los otros, y es que, ¿a quién no le gusta estimularse?, ¡hasta la viejita más camandulera se priva de placer para sentirse bien!, ojalá me esté leyendo, Don Carlos.

¿Qué habría sido Charles Bukowski de no haber sido un borrachín?, ¿cuántos casos hubiera resuelto Sherlock Holmes sin sus inyecciones de cocaína?, ¿cómo habría compuesto Jimi Hendrix sin sus cócteles variados?, ¿quién sería Bob Marley sin mariguana?, ¿qué clase de pinceladas hubiera dado Van Gogh sin Absenta?, ¿cómo hubiera interpretado Héctor Lavoe sin heroína o Joe Arroyo sin bazuco? Siempre ha sido una paradoja grande: lo que no mata, engorda. Todo lo que nos satisface, lo que nos suma alegrías o nos motiva a percibir las cosas de otra manera a la vez nos restan vida. Muy paradójico ser feliz y estar muriéndose al mismo tiempo, pero eso no le resta felicidad al asunto y, al contrario, hoy, pleno Siglo XXI, me atrevería a decir que todas las personas tenemos por lo menos un vicio. Lo digo desde el segundo país más feliz del mundo, tal vez primero en viciosos, destacándonos por la calidad del café, la cocaína y la mariguana, ojalá me esté leyendo, Don Carlos.

El hombre es un animal de vicios y mientras más vicios abarca más evolucionado está, en teoría. La obligación que tenemos como raza, en vez de expandirnos como plaga, es evolucionar y crecer mentalmente, pasar de una época a otra sin necesidad de guerras ni revoluciones armadas sino con ideas que trasciendan y no se queden en los meros instintos básicos con que aparecimos dotados. Y esa evolución, como al principio de nuestra especie, se logra con la astucia de algunos individuos más estimulados que otros, esa diferencia se puede marcar hoy en día con miles ―sin exagerar, miles― de maneras diferentes; las recomendadas de la casa son los psicoactivos y los alucinógenos (también conocidos como drogas de diseño). Tal vez la cafeína. Ojalá me haya leído, Don Carlos, y ahora, en vez de seguir echando cháchara voy a ir a hacer lo que me compete, con su permiso, me voy a evolucionar un rato.

El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.