Medellín la mal educada


Hoy me dirijo a ustedes, turbado como estoy, repleto de sentimientos negativos. Empezando por tristeza y pasando por decepción, odio, rencor, desconsuelo, repugnancia, desprecio, irritación, asco, hastío, desesperanza, resentimiento, para terminar estando aterrado. Nunca me había levantado tan apátrida, jamás me había sentido tan ajeno a este hueco enterrado en lo profundo de toda la mierda de América. Si alguna vez llegué a sentirme bien por haber nacido en Medellín o en Antioquia ―Colombia siempre me ha generado tristeza―, me arrepiento de todas esas majaderías que pasaron por mi cabeza, ninguna persona sensata puede sentir algo siquiera parecido al orgullo viendo y viviendo lo que llega a ocurrir aquí. Llevo más de veinte años soportando, acoplándome a la corrupción, el desorden, la doble moral, la criminalidad, la pobreza, la ignorancia, el analfabetismo, la desesperanza, la mortandad y el resto de enfermedades sociales que padecemos calladitos, pero pasó algo que me hizo reflexionar y derrumbó todo lo positivo que alguna vez llegué a sentir por esta cultura paisa.

Lo que me tiene así es un muerto. Y generalmente no me conmueven los muertos, como la mayoría de personas, estoy acostumbrado al tema de la muerte. Tampoco fue un muerto excepcional, no lo conocía, no estuve presente cuando pasó y hasta murió de forma natural ―de forma natural en Colombia, en Antioquia, en Medellín, que es por muerte violenta―. Una turba asesina de antioqueños embriagados por la moral, lincharon a un individuo porque supuestamente le había toqueteado el sacrosanto culo a una indefensa damisela en apuros. De haber sido verdad esa indiscreción, con un par de insultos hubiera estado justa la reprimenda. Yo supongo que fue la Cultura Metro de Medellín alias “La más educada” la que desbocó esa cadena de violencia comunitaria en defensa de los buenos valores antioqueños. Supongo, también, que después de haber matado al individuo, cada asesino se fue para su casa a compartir un rato alegre con su familia, tal vez a la iglesia para chatear con su dios o simplemente decidió votar por Luis Pérez.

Como de costumbre, lo único que se conoce es el muerto y el móvil, del grupo sediento por justicia de ―supongo― machos no se sabe nada, después de los hechos, hicieron la de Mickey Mouse. Tampoco se conoce la cara del culo víctima de la inmoral afrenta, que para semejante resultado, debe ser El Mejor Culo de toda la historia de Los Culos en la Historia. Al otro día, tengo entendido, empezaron a equipar los vagones del Metro con cámaras de seguridad para que estos hechos no se volvieran a presentar o no resultaran impunes, pero eso es una cucharadita de azúcar en este mar de mierda. Si lo que quieren es que eso no se repita, deben prohibir el uso de prendas de vestir que muestren más de lo que cubren, deben asegurarse de que absolutamente nadie vaya de pie para que no hayan malentendidos, podrían disponer vagones para cada género (mujeres, hombres, homosexuales e indefinidos) y eso sí, total libertad para los discapacitados que carezcan de la compañía de ambos brazos.

Yo creo que no exagero, ayer tuve que montar en metro por veintidós minutos ―cronometrados por el miedo de sentirme linchado― y no hice sino pensar en el hecho aquél. ¿Cómo evitar posar la mirada en las partes de alguna diablilla exhibicionista ―que abundan por aquí―?, ¿cómo evitar contacto físico en un vagón que acarrea a decenas de cuerpecitos bien formados entre centenares de pedazos de carne vivientes?, ¿cómo controlar el azar y librarse de la presencia de alguna de estas tentaciones que salen a caminar con algún trapito medio puesto?, ¿cómo reconocer a los integrantes de una turba violenta antes de que se manifieste? El delirio de persecución me comenzó a perseguir y no estuve tranquilo ni siquiera cuando abandoné el vagón y me intenté poner a salvo debajo de un árbol, afuera de la estación: hasta allá me hostigó la carne. Todo eso es lo que me tiene indispuesto, desde que supe de la existencia de turbas asesinas moralistas sueltas por las trochas de mi ciudad no he podido pegar el ojo. Por ahora, no siendo más, tengo que ir a vomitar.

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El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.