¡Habemus Papam sudacam!


¡Habemus Papam!, gritan en Roma, ¡tenemos Papa!, gritan los pregoneros en las centrales de abastos de este rincón del averno. Y es que podemos estar viviendo la noticia del año: el Papa Benedicto XVI renuncia y a Francisco I le toca el puesto todavía caliente y con olor a veterina. La noticia tiene, al menos, tres partes; primero, occidente estrena Papa, segundo, el Papa saliente sigue vivo, y, tercero, el nuevo Papa es sudaca, ¡habemus Papam sudacam! Lo primero y lo segundo, me importó muy poco, pero, lo último sí me tiene con los pelos imaginarios de punta.

Hasta el último papado, Europa había sido la que mandaba la parada, y era lógico eso, el continente más sabio y más antiguo de occidente era apto para producir líderes de tamaño internacional y con capacidad para cumplir bien las labores que se le presentaran, pasaron veintiún siglos de muchos papados sin demasiados problemas ―sin contar con la sobrepoblación y el calentamiento global que propició el finado Wojtyla. Pero esta época vino con cambios, Estados Unidos tiene un presidente negro y El Vaticano tiene mandatario sudaca.

Pero, ¿cuál es el problema en que sea sudamericano?, ¿acaso los nacidos en esta parte del planeta no podemos llegar al poder?, pues sí que podemos, pero las consecuencias han sido nefastas: cada que hay un sudamericano poderoso la historia termina en guerra. Empezando por Tupac Amaru II, pasando por la larga lista de libertadores, después el Che, y, cómo no mencionarlo, Pablo Escobar. Todos han sido poderosos y sus ideas de poder han terminado bañadas en sangre. No sé si por culpa de ellos siempre, pero así ha sido.

Yo solo le pido al nuevo Papa, al argentino, al Papa Sudaca, que nos limpie el nombre, ahora que tiene la oportunidad, que aproveche el estatus que le da ese título y apele a las buenas costumbres para hacer todo lo que tiene que hacer, que se ponga la mano en el corazón y piense cómo puede hacer de mejor manera su trabajo, cómo puede aplicar ética y no moral, cómo puede lavar el nombre del continente, y, de manera encarecida, le quiero pedir que si por su culpa y en nombre de La Iglesia tiene que rodar sangre, que no vaya a ser del culo de ningún niño.

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El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.