Hacía algunos años no había
tenido la necesidad de celebrar ninguna fecha especial, ese día estaba
cumpliendo un mes con mi noviecita. Aunque nadie hubiera dado un peso por
nuestra unión le estábamos callando la boca a más de uno, a los tíos de ella, a
los primos de ella, a los amigos de ella, a los ex novios de ella y a los
suegros míos; yo no los culpaba, el problema que veían era de edades, yo era
muy mayor para ella o ella era muy menor para mí, me gustaba pensar más en lo
segundo, eso me excitaba. Más. Yo, todo un señor, con olor a señor, con pinta
de señor y con cara de señor, ella toda una damita, con su carita de señorita,
sus teticas de muchachita, sus vestiditos de adolescentica, sus piernitas
largas y provocativas, obviamente de niña, cuerpo de niña, toda una niña, ¡qué
niñota! ¿A quién le iba a importar lo que opinaran o dejaran de opinar?, para
el amor no hay edad y menos para el sexo, de todas formas ya habían pasado dos
años desde que había cumplido los catorce, antes me había retrasado mucho.
Me tomé el día libre y no me
aparecí por la oficina, por la mañana tuve cita con la pedicurista, la
manicurista y la tijerista en la peluquería, después hice algunas partes de la
rutina de ejercicios que hacía cuando era universitario, compré una loción barata
con olor decente, averigüé otra barata para ella y le compré una Carolina
Heredia©, hice que se la envolvieran en algún papel brillante y me fui a donde mi
hermano a pedirle el carro prestado. Me sentía otra vez como en mi primera
traga, estaba haciendo lo mismo que hice en la antesala de mi descorche,
parecía que fuera a perder la virginidad otra vez pero no era falta de sexo, no
era que no tuviera mis desfogues por ahí, de hecho se pasaban de casuales, el
asunto era que no había tenido la oportunidad de asegurarme un coño estable en
varios años, me tocaba ir saltando de flor en flor buscando dónde meter mi
problema, ¡esa vez estaba asegurándome mi propio pan, el mío, Mi Pan!
Llegué a la casa de mi
noviecita, parqueé más o menos bien, me acerqué a la fachada y toqué el timbre.
Escuché que el perro/rata/murciélago-sin-alas empezó a saludarme desde adentro
y le ladré unas cuantas veces para que me entendiera. Me abrió la puerta Doña
Esther, la suegra, malacarosa y venenosa como siempre, con su mostacho negro,
la saludé y le pregunté por Marcelita, mi noviecita, me dijo que se estaba
arreglando pero que podía esperarla en la sala. Fue cuestión de dos segundos
después de entrar para que el perro/rata/murciélago-sin-alas se le aventara a
la bota derecha del jean a mordisquearla, seguro era de esos antinarcóticos. Me
senté en un mueble lejos de los otros, para evitar contacto verbal con algún
familiar de mi noviecita pero fue inevitable, Doña Esther se me acercó con un
vaso lleno de líquido entre blancuzco y amarilloso en la mano, se lo recibí, Muchas gracias Doña Esthercita, Dios se lo
pague, me lo tragué en un movimiento y le entregué el vaso vacío, Estaba muy rico.
Apareció la mamacita esa,
con un vestidito cortico como los que se ponía, mostrando esas piernitas largas
y bien formaditas, con chanclitas como a mí me gustaba, mostrando dedito. Me
dio un besito tierno en la boca, cortico, me cogió de la mano y salimos, Hasta lueguito, que estén muy bien,
mientras suegro y suegra le echaban la bendición a la niña. Entramos al carro y
tuvimos una de esas conversaciones superfluas que solíamos tener que duró hasta
que llegamos al motel. Se puso pálida cuando vio que entrábamos detrás de los
otros carros, creí que se había alcanzado a ofender porque no era capaz de
dirigirme la mirada a la cara y estaba ruborizada.
―¿Estás
bien?, si quieres te vuelvo a llevar a la casa, no quiero que te sientas presionada
―le dije con mi voz de papá comprensivo―.
―Estoy
bien, tranquilo, es que no me esperaba que me trajeras acá ―me dijo,
decepcionada―, yo creí que íbamos a comer…
―Yo voy a comer, ¿y tú?
―¡Pues qué va, también! ―me soltó una de esas risitas que
me llenaban de sangre―
Se empezó a quitar la ropa y
yo la iba a dejar a solas un momento, que se pusiera cómoda mientras yo me
ponía cómodo, apenas notó que me estaba yendo me interrumpió.
―¿Ya te vas?
―Voy al carro a fumarme un porrito…yo sé que no te gusta
el humo y tú sabes que a mí me gusta mucho.
―¡Comparte!, ¡dame, hoy quiero fumar contigo antes! ―me
soltó, emocionada―
Yo nunca le he negado vicio
a nadie y ese día no iba a ser la excepción, ahí acostados en la cama le di
algunas instrucciones antes de, le advertí que la mierda que iba a fumar era
fuerte, la informé de posibles sensaciones, de efectos secundarios y de
adicción, de todas formas estuvo dispuesta y yo ya tenía afán. Las damas
primero, una calada. Dos caladas. Tres caladas. Mucha tos, ahí me di cuenta del
olor de lo que había comprado. Mi turno, hice lo que sabía hacer y cuando me
sentí en línea apagué el cigarro. ¡Pero
yo todavía no estoy trabada!, veía normal, oía normal, olía normal, solo un
leve cosquilleo en los pies. Parecía que estaba frente a una especie de
organismo inmune al placer, lo volví a prender y se lo entregué. Dejó de fumar
cuando se empezó a quemar los dedos, no había visto nunca una primera vez tan
desaforada.
Cuando me dijo que sí
empezaba a sentirse en las nubes yo ya estaba sin pantalón, me le tiré encima y
empecé a desabrocharle el vestido por la espalda. Me demoré algunos minutos
porque eran nudos muy bien formados, se quedó acostada bocabajo en la cama, le
di vuelta y estaba durmiéndose, entonces le bajé el vestido y comencé a trabajarle
con la mano. Empezó a lanzar unos gemiditos extraños, yo supuse que eran de
placer y continué con las manualidades hasta que se convirtieron en gruñidos, luego
en graznidos y terminaron con la expulsión de todo lo que había comido en el
día, ¡la noviecita se levantó y me vomitó encima! Me quité los calzoncillos
vomitados y me puse el jean, a rueda libre la limpié, la vestí ―ahí me di
cuenta de que no era necesario desabrochar los nudos de atrás―, le di un vaso
de agua y la monté al carro. La llevé a la casa más temprano de lo que todos
pensábamos con la excusa de que nos habíamos intoxicado con los mariscos y fui
a donde mi hermano a entregarle el carro con olor a vómito. Ya que lo pienso, nunca
supe por qué fue que vomitó ni qué eran esos trozos verdes de cosa que habían
salido de su estómago, apenas alcanzamos a durar un mes.
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