¡Ah!, ¡Navidad!, época de
compartir en familia y con los amigos más cercanos, el momento del año donde no
se permite estar triste, donde el espíritu navideño impregna los corazones de
millones y hace que el amor, la tolerancia y la cooperación broten de cada ser
para que la felicidad reine, y, con ansias, esperar hasta el vigésimo quinto
día del mes, que nace El Niño, y después celebrar hasta que el año nuevo arribe
y todo vuelva a la calma. Así, en teoría, es la Navidad que celebra la mayoría
de adeptos a Jesucristo, cristianos, católicos y demás cristodependientes
disfrutan de algo más de treinta y un días de fiestas, cánticos, novenas,
liturgias y actos solemnes conmemorando el natalicio de Jesús. Pero, ¿cómo celebra
la Navidad un infiel?, ¿de qué manera soporta estos días una persona que sabe
que Jesucristo no nació?, ¿qué opciones tiene un incrédulo que no se trague
esos cuentos bobos?
El asunto empieza desde
septiembre, el ambiente se va impregnando de fiesta, el desespero por dejar
todo tirado y lanzarse a la rumba es notorio en diversos ámbitos, los precios
misteriosamente empiezan a incrementarse, los tumultos en las calles van
apareciendo paulatinamente, hasta que a los dos meses, en noviembre, ya se
declara la Navidad en casi todos los lugares. Para el ateo promedio ―persona
medianamente sensata, capaz de distinguir entre una verdad científica y una
ficción, tendiente a dudar de lo que le plantean― la Navidad es una fecha
estúpida, no tiene sentido andar ebrio más de treinta días de cuenta de las
historias de un susodicho que nunca existió, tampoco reunirse diariamente por
nueve días haciendo fuerza para que nazca alguien que, de nacer, lo hizo hace
más de dos mil años, y aunque estuviera por nacer apenas, no habría nada qué
celebrar. Pero hay un tipo de ateos que, sabiendo cómo es que funciona la doble
moral, celebramos ―porque me incluyo― algunas fechas de esta época.
Es inevitable caer en las
garras de algún grupo de creyentes que celebren estas fechas. Es inevitable, a
veces, dar con uno de esos grupos y tener que recitar algunas estrofillas en
rima, cantarlas o simplemente aplaudirlas. Pero lo que es más inevitable es
caer en los excesos, excesos de todo tipo y por cualquier vía, sobredosis de
aguardiente, de chicharrón, de natilla, de buñuelos, de sexo, de más chicharrón
y más natilla y más buñuelos. Y al salir de ese montón de excesos es inevitable
caer en otro, y así, el país con más días festivos en el mundo, se convierte en
el país con más excesos del mundo. Para un devoto puede sonar como el mismísimo
infierno, pero para los ateos que celebramos borrachos la navidad, es tan
onírico que lo único que se me viene a la cabeza para compararlo, es el paraíso.
Así es, restándole a diciembre el simbolismo se puede disfrutar, a ciencia
cierta, de una de las mejores épocas del año.
Recuerde que mover unas
maracas no lo van a convertir inmediatamente en creyente, participar de la
novena no lo va a hacer quedar como un buen cristiano, cantar y aplaudir
canciones para niños no lo va a hacer estúpido, por el contrario, si de vez en
cuando se une a la celebración, las recompensas pueden variar: desde un pedazo
de chicharrón hasta un aguinaldito carnudo. A pesar de ser un mes hipócrita y
absurdo, hay un grupo de ateos que lo celebramos como Dios manda, sacrificamos
animales, mantenemos bacanales de varios días consumiendo el cuerpo y la sangre
de Cristo ―vino barato y pan duro―, santificamos las fiestas y esas otras cosas
que no nos compete; somos ateos pero no aguafiestas, comprendemos el
significado de diciembre y lo sabemos apreciar: el mes de los excesos lo
vivimos con excesos.
¡Feliz banalidad, infieles!
1 comentario:
Este blog siempre me ha parecido una cheeeemba. new
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