Se nos fue el dos mil once,
se nos acabaron trescientos sesenta y cinco malos días. Porque no se puede
negar, el año pasado nos trajo muy malos ratos. Son pocos los que, según
conozco, pueden decir que ese nefasto año fue bueno, y, no solo eso, son muchos
los que reciben este nuevo ciclo con alegría y positivismo, anhelando
prosperidad y creyendo que el destino tiene preparadas cosas muy buenas esta
vez. Yo no me confiaría tanto en el porvenir de este nuevo período, lo que va
de este año he podido ver que, según parece, este asunto va a seguir empeorando
hasta que no haya más cosas para estropear y no lo va a detener ni la rosa de
Guadalupe ni Leonel y su cruz de Gólgota.
¿Por qué estoy tan seguro?,
yo no he sido supersticioso, los agüeros no son lo mío, pero esta vez me huele
maluco, el mal augurio me lo dio el inicio de año: el primero de enero fue
domingo. ¿Cómo esperar algo bueno de un período que se inicia muerto?, ¿a quién
se le ocurre pensar que este tiempo va a ser productivo sabiendo que estando a
dos de enero todavía se siente el domingo? Y preciso ese domingo se
posesionaron los nuevos alcaldes y gobernadores de Colombia, los que por los
siguientes cuatro años van a estar administrando ciudades y departamentos…¡posesionarse
un domingo es casi lo mismo que jurar en vano!
Ya desde la alborada se
sentía mal el ambiente. Recuerdo como recibimos a diciembre en esta villa,
toneladas de pólvora manejada por borrachos, miles de voladores surcando el
cielo, miles de papeletas poblando las calles, gente anhelando despedir ese
fatídico año en algún pabellón de quemados de algún hospital, de cualquiera,
daba igual. Ese primero de diciembre supe que no se necesitaría de mucha espera
para que empezaran a caer las primeras cabezas y este pueblo se pintara de rojo
sangre la cara. Y así fue, diariamente los resúmenes de los noticieros daban
cuentas de miles ―miles, sin exagerar― de riñas provocadas por el alcohol y por
la intolerancia, que un muerto aquí, que otro muertico acá, que otros tantos
por allí…sin contar los accidentes de tránsito y los desastres naturales.
Y comenzamos enero de la
siguiente manera: en Medellín tuvimos veintidós muertos y siete heridos en un
lapso de doce horas. Sesenta y un quemados a lo largo de todo el mes, menos de
la mitad fueron niños. Yo quedé decepcionado, ¿apenas sesenta y uno?, para toda
la pólvora que se quemó, yo me esperaba por ahí dos mil o tres mil muerticos,
pero no. Yo espero que el panorama vaya mejorando, no creo que pueda empeorar
más. Ahora solo nos queda esperar que Los Mayas cumplan con su palabra y bajen
de los cielos en sus caballos de fuego y hagan lo que tienen que hacer,
mientras más rápido mejor, no vaya a ser que a RCN se le ocurra sacar otra
temporada de El man es Germán.
Enhorabuena, un muy buen dos
mil doce, lleno de pobreza, desastres y muerticos.
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