Hace poco entré a hacer
parte del cada vez mayor grupo de conductores de la ciudad, hasta el sol de hoy
me ha ido bien y a pesar de un par de accidentes menores, puedo contar el
cuento. Y no exagero mis palabras cuando agradezco la vida cada día al apearme
de la bestia, no exageraba la gente que se enteraba de mi adquisición y de
inmediato me recomendaba estar siempre a la defensiva. Al principio pensé que,
como siempre, no era tan malo como lo pintaba esa gente y con el primer mes de
estar conduciendo corroboré que no era tan malo, ¡era peor de lo que hablaban!
Ahora pienso que fui inocente al no prever el caos al que me enfrentaba: muchos
carros manejados por muchos colombianos en unas vías deplorables, el día que
sea a la hora que sea. Hoy me siento más capaz de
salir a las calles de mi ciudad en mi monomotor a esquivar accidentes cada tres
minutos y todo es gracias a unas observaciones que he venido haciendo, de esos
apuntes salen estas Cápsulas de conducción sin conducta, y más que un
manual de conducción es una guía para manejar en Medellín, que me tomé el
atrevimiento de recopilar, analizar y redactar.
Vaya
a la defensiva. Siempre. Fue lo primero que me advirtieron y
es lo primero que advierto porque de verdad es muy útil esta actitud frente al
resto de vehículos, y es que el problema no son los vehículos sino los
colombianos que van al volante pues cualquiera puede ser el causante de
cualquier accidente en cualquier momento; basta con apartar la vista unos
segundos de la carretera para ser adelantado sorpresivamente por algún ninja
motorizado o para que un taxista se cambie de carril sin avisar. Y no solo
mantener la defensiva con el tráfico sino con el resto de peligros que
enfrentamos: animales humanos en la vía, perros, huecos en el asfalto, ladrones
o la pintura deslizante ―99, 1% aceite y 0, 9% color― que marca las calles.
Olvide
las normas de tránsito. En este territorio no aplican, al
parecer. ¿De qué le sirve conservar su derecha?, ¡conserve también su izquierda
y su centro! Solo deberá respetar los límites de velocidad si está en frente de
una cámara que lo pueda pescar, de lo contrario acelere sin miedo, es lo que los
otros conductores esperamos, no nos gusta esperar. A ninguno, por ninguna
razón. Ceder el paso es para perdedores, no ceda nada, acapare la vía, hágala
suya, le pertenece.
Aprenda
a intimidar. Si ya sabe, intimide. No importa quién sea
el blanco de su intimidación, póngala en uso y sea ese truhán que no le
gustaría toparse. ¿Alguien se atravesó?, ¡pite y grite!, hijueputee, malparidee
y no se contenga en adjetivos calificativos, recuerde que el “grandísimo” y el “reverendo”
se la llevan bastante bien con el “hijueputa”. Conserve los modales, no se meta
con mujeres embarazadas ni con motorizados sin placa. Haga uso del lenguaje de
señas, también, no sea que tenga que intimidar a algún sujeto con discapacidad
auditiva y se le alargue la tarea. Combine formas de intimidación, sea creativo
a la hora de los insultos y recuerde, mi consejo es huir si y solo si se
desenfunda un arma; de fuego, corto-punzante o de ensamble ―crucetas, destornilladores,
palancas y demás―. Vale aclarar, además, que el secreto de la intimidación es
ir a la delantera para no dejarse intimidar de otro: astucia, maña y viveza.
El
amarillo es preventivo. En el resto del mundo, los semáforos
funcionan para avisarle al conductor cuándo debe frenar y al peatón le informan
cuándo puede cruzar; acá la cosa cambia: el amarillo que da el cambio de verde
a rojo indica cuándo empezar a acelerar y el amarillo que da el cambio de rojo
a verde indica cuándo empezar a acelerar. No importa si hay peatones, ya
tendrán más opciones para cruzar, no importa si hay carros, todavía no ha
cambiado a rojo y por lo tanto frenar no es una opción. También deberá saber
que los semáforos cambian de simbología después de las diez y treinta de la
noche y todos los colores significan vía libre, eso sí, con precaución ―pasar
con precaución, acá, es verificar la presencia de algún agente de tránsito
capacitado para multar―.
No
beba. Por más divertida que parezca la idea de conducir en
estado de embriaguez, no lo haga. Todos sabemos que no es peligroso el hecho de
montarse borracho en un vehículo sino que haya conductores sobrios que lo
perciban, de inmediato van a querer chocarlo. Y créame, peor que tener un
accidente es tener un accidente borracho porque la sangre, al parecer, esconde
el licor ingerido y aunque marque muchos puntos en el alcoholímetro, su cerebro
va a tener la lucidez que nunca quiso. Si va a tomar, entréguele las llaves a
alguien menos ebrio y déjese llevar por la fiesta, lo más probable es que al
otro día su vehículo aparezca y, teniendo buena suerte, aparece completo.
Acelere. ¿Va
a llegar tarde?, ¿va a llegar temprano?, ¿tiene afán?, ¿va holgado de tiempo?,
¿le pica el acelerador?, ¿hay mucho tráfico?, ¿no hay tráfico?, ¿está muy
ebrio?, ¿está muy sobrio?, ¿hace calor?, ¿tiene frío?, ¿tiene sueño?, ¿tiene
miedo?, ¿está cansado?, ¿le duele algo?, ¿sufre de estrés?, ¿está relajado?,
¿tiene problemas?, ¿quiere gritar?, ¡acelere!
Actualice
el equipo de carretera. Acomódese a la ley pero sáquese sus ases
de la manga. Recuerde que por muy buen piloto o muy nuevo el vehículo, es
posible que tenga una que otra parada obligatoria por culpa de una llanta
chuzada, un motor recalentado o un retén. No solo cargue consigo lo
reglamentario, incluya, si es posible, dos billetes grandes por si se le
presenta alguna eventualidad con algún agente ―policía o de tránsito―,
condones, reproductor mp3 con auriculares, herramientas legales para defensa
personal ―cortahielos, alambres oxidados, jeringas usadas―, sombrilla, nevera
para hielos y unos calzoncillos de repuesto, por si las moscas.
Sea
impaciente. De lo contrario, lleva las de perder. En
nuestra cultura es imprescindible la impaciencia y sobretodo ahora, que cada
día sale un vehículo más veloz que el anterior pero menos que el siguiente,
donde todos quieren ir de prisa y ninguno quiere esperar. La impaciencia de un
sujeto sumada a la de otro sujeto y, a la vez, sumada la impaciencia de otro va
generando una impaciencia colectiva que se traduce en una fluidez a veces
confundida con caos. En este aparte influye mucho algo ya tocado anteriormente,
la intimidación, el arte de pasar por encima del otro sin tocarlo: respire
profundo, cuente hasta cinco y acelere.
Si está próximo a conseguir
vehículo propio estudie los puntos anteriores con calma, revise cada parte,
anticipe consecuencias, piénselo dos veces. Puede resultar peligroso pero es
divertido, teniendo en cuenta que cada estupidez se debe cometer con
responsabilidad, sin ir a comprometer la vida propia ni las ajenas, abróchese el
casco o el cinturón, prenda las luces ―las bajas, por favor― y salga a
disfrutar del embotellamiento más cercano.