¡Es que no hay derecho, ala!, uno queriendo desprenderse de las malas
energías mediante la fricción de las cobijas y ellas —también eran ellos, Señor
Agente, pero sobre todo ellas— madrugan a gritar. Mire, eran como doscientas
cabecitas soltando alaridos, no le miento. Es más, había uno especialmente
molesto, que no le bastaba con ir gritando las sandeces esas, sino que cada
tanto lo hacía con un altavoz, ¡imagínese! Es que no es por nada, Señor Agente,
pero no tienen perdón de Dios. Imagínese, levantarse hoy cuasidomingo a las
ocho de la mañana, ¡O-CHO-DE-LA-MA-ÑA-NA!
No los estoy acusando porque sea un ateo, un irredento, realmente no es
nada personal, los señalo por varios delitos, crímenes atroces, casi de lesa
humanidad: sin estar felices con haberme despertado con sus balidos y consignas
comunistoides, los acuso de hacer un uso pésimo de los acentos y los silencios
a la hora de leer textos rimbombantes y llenos de pasión barata, los acuso de
asesinar todas y cada una de las notas musicales; las aplastaron sin dolor, sin
método empezaron a ejecutarlas y cada vez fue peor, los acuso de inmorales,
puedo ver tantas piernas que me atrevería a pensar que estoy presenciando un
concierto de tropipop, los acuso de crueles, insensibles, irrespetuosos e
insensatos, entre otras cositas.
Pero, Señor Agente, no vaya a creer que estoy exagerando. Yo le confieso
que de vez en cuando me fumo mi cachito, pero lejos de los demás, yo no molesto
a nadie. Vea, no es por nada, no soy yo solito, es cuestión de cultura
ciudadana, de civismo, de tolerancia, hay que respetar los espacios públicos,
Mi Agente. Hasta los ladrones ejercen sin hacer demasiada bulla; usted me dirá
que estoy amañando los hechos pero yo le puedo asegurar que la decencia no se
amaña, uno es decente y respeta o no. Allá van, ¿sí los ve, Señor Agente?,
¡cójalos que se le vuelan!, como dizque tienen ayuda sobrenatural. Ya me
requisó a mí y vio que no tengo rama, pero ellas —también son ellos, Señor
Agente, pero sobre todo ellas—, bamboleando su pecado, el pecado natural que
resulta de hacerle daño a la naturaleza sin razón lógica, y usted no les hace
nada.
Yo recuerdo una vez, hace un par de años, cuando un amigo llegó a la
Universidad muy alterado y con hambre. Unos de ustedes lo habían apresado
porque lo vieron cantando y bailando en la calle, como no le encontraron nada
en la raqueta —requisa, en la jerga específica, para los desentendidos— le
imputaron un cargo tan absurdo que solo se me ocurre para este caso: estado de
extrema excitación. Yo, Señor Agente, le ordeno, como fiel contribuyente de
impuestos, que las aprese a todas: apile a esas urracas camanduleras y
bullosas, abran el Atanasio, hagan anillos de seguridad y batidas, como saben
hacerlo, estoy cansado de que vayan por ahí delinquiendo y nadie haga nada,
¡allá van, Señor Agente!
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