Estamos a pocos días de
presenciar el final de esa batalla quijotesca que nos han obligado a ver, esa
gresca colegial que no tiene nada qué ver con una campaña electoral y que,
habiendo gastado todos los cartuchos potentes en la primera vuelta, deja ver el
juego sucio, los trucos y los chismes, las estrategias que se usan para ganar
elecciones en las democracias modernas. La pelea circense no tiene dos bandos
claros pero sí dos cabezas principales, dos opciones que dejan sin opción a
cualquier mente sensata, pero que algunos han asumido como reto personal y se
decidieron por uno de los dos rotos.
Mi opinión es que nos culearon.
Literalmente sacaron su miembro y nos penetraron por Leticia, nos acariciaron a
Nariño mientras nos jalaban de Boyacá. Y mientras tanto nos pegaban el sida, el
herpes, la gonorrea, la sífilis, el uribismo, la malaria y todas las enfermedades
que haya disponibles, todas ―incluso las que no cubre el P.O.S. Las propuestas
de los dos candidatos a culearnos otros cuatro años nos llevan a la paz y a la
guerra, nos dividen entre educación y vivienda, nos ponen a elegir entre el terror
y el asco; ninguno de los dos candidatos se pudo centrar en mantener unas
condiciones aceptables para lo que mantiene vivos a TODOS los habitantes del país
―menos a los falsos positivos―: el campo. Colombia no sobreviviría un día sin
agricultura y se demostró en el tal paro agrario que no existió; si no se
hubiera llegado a un acuerdo, el caos se hubiera tomado lo que le falta por
colonizar del territorio nacional. Era cuestión de ver a las señoras agarradas
del pelo por un par de tomates chontos para darse cuenta del significado de los
campesinos. Pero no, ninguno de los dos candidatos se fija en esas nimiedades,
el campo ya no es buen negocio.
Tratando de elegir entre el peor
de los males, algunos sectores que no tienen nada que ver con el uno o con el
otro, se han volcado ideológicamente y han sumado su apoyo al candidato que más
le conviene. Esto ha dado como resultado el apoyo a regañadientes, los
candidatos que no alcanzaron el umbral en primera vuelta, se voltearon cediendo,
de alguna manera, los pocos votos que alcanzaron a comprar. Pero no estoy de
acuerdo con que voten a las malas, nadie está obligado a votar en contra de sus
principios y sería una pena que vendieran sus principios en vano. Yo quiero
reivindicarme con los trabajadores del campo, yo sí les agradezco todo lo que
me como, me tomo o me fumo, es por ellos que somos gordos felices con los
triglicéridos altos, es por ellos que podemos disfrutar de un banano con un
vaso de leche, es por ellos que tenemos aguapanela fría en la nevera.
La invitación es a que no regalen
la conciencia y no voten, pero que asistan a votar y le dibujen sombrero a cada
candidato. Un sombrero y un poncho. Un sombrero, un poncho y un machete ―¿una
motosierra? Un bigote, al estilo del Zuluaga de antaño, una chirimoya, una
yuca, una arracacha, un zapote o una naranja: decore el tarjetón con lo más
campesino que se le ocurra, haga sentir la voz de los más necesarios pero los
más necesitados del país y así, con ese pequeño aporte, ustedes van a poder ver
cómo eliminan a Colombia del mundial de fútbol con la conciencia tranquila por haber
ayudado a esa familia que cosechó la naranja que alguna señora loca tiró con
rabia para alguna campaña sucia.
Por eso, ¡no vote, dibújele bigote al monigote!
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