Me despertó temprano ese sábado. Sabía que odiaba despertarme
temprano los sábados. Me acercó una cerveza. Me besó en la frente. Me dijo que
la acompañara al cementerio. Le dije que no. Me trajo huevos con pan y café. El
café sabía a mierda. No sabía medir proporciones. Se fumó un cigarro para
decirme que la acompañara. Le dije que no.
― Necesito de tu ayuda.
―
Anoche era un borracho inútil.
―
Perdón por lo de anoche.
―
¿Para qué te sirvo?
―
Compañía. Te necesito a mi lado. Por favor.
―
No pienso tocar a ese cabrón.
Nos fuimos en autobús. Mi cacharro es viejo
y orgulloso. No permite que cualquiera se monte. Ella pagó los pasajes. Había
dos puestos libres. Los tomamos. Ella primero. El borracho de la silla de atrás
ya estaba dormido. La gorda de al lado ocupaba un asiento y medio. Extrañé a mi
cacharro. La miré y me besó en la boca. Me preguntó por la resaca y no le
contesté. No hablamos en el viaje. No teníamos mucho de qué hablar. O sí. Pero
no quisimos. O sí quisimos pero yo me dormí. Era mucho tiempo.
Llegamos al lugar. Ella se santiguó. Yo
escupí al piso. Costumbre. Pasamos por un arco de piedra. Había muchas tumbas.
Muchas flores muertas. Muchas lápidas descuidadas. Mucho silencio. Era un buen
lugar. Subimos por un camino. Sin tumbas. Ella estaba tranquila. Yo estaba
tranquilo. Ella se desvió. Buscaba algún funcionario. Yo prendí un cigarro. Me
hice a la sombra. Me gritó. Caminé hasta donde estaba. Luego caminamos unos
minutos. Hacia el norte. Creo.
El sepulturero
levantó la mano. Era allá.
― No pienso tocar a ese cabrón.
― Quédate acá.
― Quiero asegurarme de que está podrido.
●●●
Terminó sus días
en una bolsa de basura. Como se lo merecía. En el cementerio no encontraron
otra cosa para depositarlo. Bien hecho. Nos devolvimos en autobús. Esta vez sin
gente. Solo el chófer y nosotros tres. Ella, el muerto y yo. El muerto estaba
sentado al lado de ella. Si se puede decir sentado. Yo estaba a unos asientos.
La gente empezó a subirse minutos después. El viaje se volvía largo. Hacía
calor. No olía a muerto. Estaba bien empacado. Pasamos lento por un puesto
militar. Paramos. Se subió al bus un hombre de camuflado anunciando a gritos
una inspección de rutina. Todo normal. La miré y se notaba nerviosa. El soldado
le preguntó por el contenido de la bolsa. Me paré de mi puesto.
― Es un muerto.
― ¿Un muerto?
― Pero acá tengo los papeles.
― ¿Del muerto?
― Sí. Es legal.
El soldado entendió y nos dejó seguir.
El chófer no entendió y nos hizo bajar. El siguiente autobús pasaba en tres
horas. Le dije que pidiéramos un aventón. No quiso. Caminamos. El sol ardía y
nosotros caminábamos. Entramos a un restaurante y pedí un trago doble de
whisky. Ella pidió papas y refresco.
― ¿Quién te avisó que fueras por él?
― Solo hallaron mis datos. Parece que
fui lo último que vivió.
― Tuvo suerte el cabrón.
― Ya no tienes por qué tratarlo así.
― ¿Qué piensas hacer con el muerto?
― Lleguemos a casa y pensamos en eso.
― Imposible. Mi casa también tiene
orgullo.