La terapia

Su acompañante le había dado unos minutos y ya se encontraba ojeando una revista en la sala de espera. La sesión empezaba.
Jeyson estaba nervioso, era la primera vez que entraba a una oficina tan ostentosa, nunca había tenido la oportunidad de acomodarse en un diván Luis XVI, sólo en la televisión había visto una colección de libros tan grande, tan variada ―a juzgar por los colores, los tamaños y los grosores, no por los desconocidos títulos―, no habían pisado sus tenis una alfombra de ese material y que parecía tejida a mano, ni en su imaginación se posaba si quiera la idea de conocer cara a cara un Picasso auténtico. Sentía que los músculos del cuello se habían vuelto de concreto, los dedos de sus manos no dejaban de repetir el mismo jugueteo torpe. Inhaló profundo, exhaló largo, cerró los ojos unos segundos y se decidió a hablar.

            ―Primero que todo, doctor, déjeme decirle que lo admiro y lo respeto mucho. ¡Y yo no respeto a todo el mundo!, el respeto es una vaina que se gana con lo que uno haga y a usted siempre lo mencionan en la televisión pa decir cosas buenas, ¡por algo es el más caro!, pero no me estoy quejando de que cobre mucho porque los buenos trabajos valen plata, antes eso habla bien de uno; no  perratea el oficio, valora lo que hace. Yo la pensé dos veces pa venir acá porque no creo que esté loco, lo que pasa es que me ha tocado pasar por cosas bravas y por muy fuerte que uno se crea hay pendejadas que lo dejan a uno tocado, como con una cosquillita interior que no deja a veces ni dormir. Digo, porque eso me está pasando…y no crea que estoy acá solo porque no puedo dormir. Yo sé que esto es algo más que un desorden del sueño, doctor, es la primera vez que me pasa desde que llevo vueltiando. Vea, es tanto que ni siquiera cuando estaba empezando a goliar me sentía tan raro. Desde el día que llegué donde los pelaos yo supe que no me iban a dejar de perseguir, que iba a tener a mucha gente respirándome en el cuello, queriéndome tumbar; así es esto, ¡lo que no sabía era que hasta en los sueños! ¿Le parece que estoy loco?, ¿a los locos los persiguen en los sueños? Con el primer cliente tuve problemitas leves, los normales: lo que más me ponía a pensar es que era capaz de hacer de todo por el billete. ¡Pero dígame, cuántos perros dejan de bailar cuando hay plata!, uno sin plata no es nadie y eso fue lo que me hizo dejar de echarme la culpa. Ya de ahí para adelante no me ha faltado el trabajito, gracias a Dios, y hasta el día de hoy tengo mucho qué hacer, si no véame. Pero últimamente, doctor, no sé qué me pasa. Todo empezó hace unos días que nos mandaron a pescar a unos fulanos de otro barrio. Fuimos varios, hicimos la vuelta, nos devolvimos y cobramos, lo de siempre. Cuando me estaba quitando el bozo y pintándome el pelo escuché la noticia, se habían ido los fulanos y un pelaito. ¡Imagínese!, un pelaito. No lo vimos cuando llegamos, tampoco es que nos hayamos quedado revisando, pero no lo vimos…¡y vaya usted a saber quién fue! Lo único que hicimos fue perdernos unas semanas y cuando nos volvieron a llamar ya ellos estaban normales; yo, doctor, no había podido dormir. Veía al niño cada que cerraba los ojos. Es el miedo lo que no me deja pegar el ojo. Yo sé que el miedo se le tiene que tener es a los vivos, pero cuando veo la cara del pelaito pienso que no me va a dejar abrir los ojos otra vez. Esa última vez que nos llamaron era para una vuelta fácil, un riquito esposo de una bruja hijueputa que quería plata. Yo me le arrimé a un probón, el más tumbón de todos, y le pedí un consejo, le conté lo que me pasaba. El man ya había pasado por lo mismo y me dijo que les hablara, que cada que me tumbara uno, me le arrimara, le hablara, lo tocara, y, si era capaz, le probara la sangre: esa era la única manera de ponerlos a descansar en paz. Doctor, yo no soy capaz de probarle la sangre a nadie y por eso vine donde usted… ―el compañero abrió la puerta y él entendió que ya era hora. Se levantó liviano, con la esperanza de poder llegar a la casa y descansar, por fin, después de semanas en vela― Yo de todas maneras le agradezco mucho, doctor… ―se dirigió a la puerta y antes de salir del consultorio, volvió a mirarlo concentrándose en el huequito circular que tenía colocado perfectamente en la mitad de la frente―...y que saludos de su esposa.

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El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.