En busca de la madurez


Desde hace algunos años, muchos me han venido pidiendo lo mismo de distintas maneras, casi a diario. Hoy me levanté decidido a darles gusto y a hacerme un bien, pensar a futuro y ver los beneficios, las ventajas que me iba a traer, y sobre todo, lo mucho que iba a crecer como persona. Desde que cursaba mis primeros años en la escuela mis profesoras me hablaban de la madurez pero yo la veía ajena a mí. En el colegio pasaba lo mismo, con más frecuencia, pero seguía pasando lo mismo, yo me sentía ajeno a la madurez, y no era raro porque es algo que no tienen los jóvenes, o eso decían. Terminé el bachillerato sin ninguna muestra de madurez, como se esperaba, pero ahí era donde empezaba mi camino hacia ella, entrando a la Universidad, se suponía, yo viviría un cambio drástico, la adultez me iba a llegar bien acompañada. Hoy, que supuestamente soy adulto en todos los países, puedo asegurar que la madurez me sigue siendo ajena y yo a ella.

Me levanté decidido a madurar. Lo primero que se me ocurrió fue investigar qué era la madurez, en general y específicamente: la analogía se hace con los frutos, cuando están en el punto máximo de su vida útil, “edad de la persona que ha alcanzado su plenitud vital y aún no ha llegado a la vejez”, dice la Real Academia Española de la lengua. Según lo anterior, o un anciano no puede llegar a la madurez o se llega maduro a la ancianidad, y me confundí porque conozco algunos viejos que, según lo que yo entendí de todo lo que he oído, no tienen nada de maduros. También se supone que es “buen juicio o prudencia, sensatez”, una o dos o tres cosas más que no concuerdan con la mayoría de personas que habitan este planeta. ¿Cuántos autodenominados ‘maduros’ carecen de buen juicio, de prudencia y de sensatez? Esa analogía con los frutos no me ayudó mucho, la realización plena de los hombres llega con la muerte y uno no puede ser maduro cuando se está empezando a podrir.

Eso me dejaba la duda más abierta, ¿quién era, entonces, una persona madura? Según el Concilio Vaticano II en la Optatam totius, nº 11, una persona madura reúne tres cualidades: estabilidad de espíritu, capacidad para tomar prudentes decisiones y rectitud en el modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres: básicamente, nadie podía ser maduro, solo Dios, teniendo en cuenta su evidente inexistencia. “Es quien ha adquirido un fácil y habitual autocontrol emotivo con la integración de las fuerzas emotivas bajo el dominio de la razón, es decir, la persona que no vive de sentimentalismo, de impulsos, de tendencias, sino que vive de principios, de dominio personal, de convicciones, aunque a veces las emociones o los sentimientos quieran dominarla”, en resumen, los cambios de ánimo que tienen las mujeres periódicamente les arrebata la posibilidad de ser maduras, según lo anterior, es un atributo masculino.

También escuché varias veces que la madurez llega con el matrimonio y el primer hijo. Para ser maduro, entonces, me tocaría contraer nupcias y contraer un crío. Eso implicaría rechazar cualquier noción de libertad personal, de intimidad y de ocio. La madurez no acoge a la diversión, no da tiempo al desperdicio de la vida, ni a la drogadicción, ni a la pereza, ni a la envidia, ni a los excesos, ni al odio, ni a nada que atente contra los valores familiares, porque el hombre maduro es el hombre de familia; ningún trotamundos es capaz de alcanzar la madurez, por más que vaya en su búsqueda. La madurez es una cualidad que se adquiere dentro de cuatro muros y un techo.

Sabiendo qué era y cómo alcanzarla, me di a la tarea de pensar mejor las cosas, con madurez. ¿Quería estar en el culmen de mi vida útil?, ¿quería abandonar las cosas que más disfrutaba por alcanzar una meta infundada?, con sensatez, buen juicio y prudencia tomé la mejor decisión de mi vida: no voy a madurar. Es más simple acostumbrarse a que me lo pidan, casi a diario, sacar alguna evasiva y seguir con mis falencias de infante. Claro que, después de todo, no debe ser tan mala puesto que todos la buscan… ¿será que si maduro me comen…?

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El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.