Como escritor de ficción
tengo algo en común con los políticos: mientras más mentiras invento, más
mentiras me creen. Tanto ellos como yo dependemos de la forma en que digamos
las cosas. Por eso vengo hablándoles de tú a tú, porque pertenecemos al mismo
gremio, ambos tenemos que esforzarnos en mentir para alcanzar el éxito en lo
que hacemos. Y como estamos en confianza voy a tener que aprovechar el espacio para
hacer una pequeña confesión: nunca les creo. Pero no vayan a pensar que no
están haciendo bien el trabajo, por el contrario, las mentiras van de
maravilla, las cosas parecen ir saliendo bien, la gente sigue tragando entero. La
cuestión, conmigo, va más allá de lo evidente; no les creo porque soy del
gremio y no hay nada más complicado que tratar de engañar a un buen mentiroso:
amigo político, el problema no eres tú, soy yo.
Respeto mucho lo que hacen, sé
que no es fácil hacerle creer a un montón de gente pobre y desdichada que no
son ni tan pobres ni tan desdichados, sé que no es sencillo trocar un poco el
contexto y acomodar el lenguaje para engatusar a un grupo de (e)lectores y
encauzarlos hacia nuestro punto de vista, conozco las limitaciones de trabajar
con la realidad tal como viene, plana, parca y sin gracia. Al igual que ellos,
tengo que llevar a cuestas esa responsabilidad de planear un final feliz donde
todos queden contentos, donde reine la equidad y la justicia, no el caos y la
corrupción, tengo que crear algunos puntos de conexión entre ideas, personajes
e historias…ellos tienen sus propuestas donde prometen y prometen y prometen,
lo único que les falta es que terminen de contar el cuento.
Ellos para lograr sus metas
se valen de la imagen, de la especulación, de la retórica, de la holística, de
la opinión pública, de los medios de comunicación, de las estrategias, de las
alianzas, de la omisión, de la ignorancia ajena, de las apariencias, de las
influencias, de los estereotipos, de las buenas intenciones y hasta de los
impuestos. De mil maneras creativas utilizan los recursos que tienen a la mano
para, dos meses antes de las elecciones, comenzar a echar el cuento con pelos y
señales ―pelos de mentiras y señales falsas― y alcanzar el puesto para llegar a
ese final que dejan inconcluso a propósito: prometen el final feliz pero no lo
cuentan para que cada cual lo entienda a su manera. Es de admirar la labor que
cumplen, que cumplimos ambos, tú y yo, amigo político, pero tengo que decirte
que no te creo, y el problema no eres tú, soy yo.
Van doce días, casi un
cuarto del tiempo que tienen para lograr que la mayor cantidad de gente los
escuche y, peor aún, les crea. Por todas partes he podido ver carteles,
postales, vallas, carros y camisetas con propaganda política, una foto sonriente,
un slogan positivo y su respectivo numerito. Van doce días y no sé cuántos han
intentado convencerme de que son los que van a trabajar por el bien común, de
que son los indicados para representar a la ciudadanía, de que dándoles mi
apoyo puedo estar seguro de que alguien va a estar pendiente de mi bienestar.
Todavía no les creo y de una vez les digo que no voy a creer. Como escritor de
ficción conozco los intríngulis que hay detrás de las mentiras, de las suyas y
de las mías, por eso después de pensarlo mejor, amigo político, el problema no
soy yo, eres tú.
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