― Bien pueda, pase,
señor Martínez.
Tomó su maletín y se animó a entrar
hasta la oficina. El olor a esencia de pino barata con que habían trapeado se
le pegó de la ropa. Sobre el escritorio reposaban algunos papeles sin
importancia. Al fondo de la oficina estaba el niño sentado, sus gestos eran
ilegibles, no tenía expresión alguna.
―
Disculpe si lo hice esperar, vine lo más pronto que pude.
―
No se preocupe, no es ningún problema ―le soltó, con cara de que sí.
El ruido del patio llegaba cortado por
alguna puerta que se abriera o se cerrara. Desde el cubículo adyacente lograban
sentirse los golpes al teclado de alguna secretaria lenta.
―
El motivo de la llamada no es grave, no quiero que se alarme.
―
Siempre que me llama es por algo grave, al menos a mí me parece.
El niño lo miró y él entendió que todo
estaba bien.
―
Señor Martínez, esta vez debo ser claro: no es grave pero no quiero que se
repita.
El coordinador miró al niño con
ternura y le acarició la cabeza. El niño lo miró sin algún rastro de rencor o
de rabia o de gesto alguno.
―
¿Qué fue lo que pasó? Me tiene
confundido ―resopló.
―
Mire, esta mañana…
Desde que Aurora se había ido, la vida
no les sonreía mucho. Tato entró en una depresión grande y murió a los pocos
meses, ya de viejo. El niño no sabía a quién extrañar más; él sí, pero no sabía
resucitar perros. La casa está más vacía,
decía el niño, Yo la veo más grande,
repetía él.
―
…esta institución se ha caracterizado por salvaguardar los valores, los
modales, las buenas maneras, y ese tipo de preguntas no se generan solas en la
mente de un niño de esa edad.
Se incorporó para quedar a la altura
necesaria con ayuda de los codos apoyados sobre el escritorio y lo miró a los
ojos, inquisitivo.
―
Yo no veo el problema, con todo respeto. Usted sabe que los niños son curiosos.
Puede que el mío sea de los más curiosos.
El niño no hablaba mucho y él tampoco.
Es una casa tranquila, pensaba él, Es una casa sola, pensaba el niño. Un día, Aurora no amaneció y en lugar de
ella, quedaba una nota, un Lo siento. El niño, el perro y él estuvieron tristes
mucho tiempo, sin entender lo que había pasado, sobre todo él. Con el paso de
los días, el perro dejó de comer. Murió con la cola agachada.
―
No se trata de interferir en el proceso educativo del niño, no es una
expulsión, ni lo vamos a sancionar. Yo quiero que usted hable con él y lo haga
reflexionar.
―
¿Quiere que lo castigue por preguntar algo que se le ocurrió?
―
Tampoco espero que lo castigue, un simple consejo no le cae mal a ningún ser
humano.
El consejo que le dio su hermano fue
que siguiera su vida normal, que de eso dependía la estabilidad del niño. Si el niño te ve llorando, se va a dar
cuenta de que algo malo pasa, yo sé que duele, pero ese dolor pasa, viejo,
le dijo. Él entendió que era lo que tenía que hacer y lo hizo, ella nunca jamás
existió, aunque no se iba del todo.
―
¿Y para qué me hizo venir?, esto me lo hubiera dicho por teléfono.
―
Es que quiero que se lo diga en este mismo instante ―sonrió con algo de fuerza.
El niño lo miró y él supo que todo
estaba bien. Un día, él se levantó sin extrañarla. Nunca quiso preguntarle a la
familia por ella, ni a las amigas, ni a los jefes. Era una extraña que alguna
vez, algún día, fue su vida entera. El timbre lejano anunció el fin de la
jornada y se sintió una estampida de niños y niñas por un par de minutos en
algún corredor cercano.
―
Gracias por su tiempo, señor Martínez. Disculpe las molestias. Recuerde que la
próxima semana entregamos reporte, por acá lo esperamos ―sentenció, finalmente.
―
Que esté muy bien. Nos vemos, entonces.
El niño se le acercó, lo abrazó y lo
agarró de la mano. ¿Hambre?, preguntó
él, No, respondió el niño. Salieron
y caminaron hasta la esquina, él apuró el paso girando para que el niño no
alcanzara a verla mientras los miraba.
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