Consejos de un ateo para otro ateo


ATENCIÓN: Respetado lector, si usted es creyente, le recomiendo no leer el siguiente contenido pues corre el riesgo de poner en duda sus dogmas. Si considera que tiene creencias de hormigón, está bajo su responsabilidad lo que pueda suceder si continúa leyendo.

Más de la mitad de mi existencia la pasé militando en las filas del ejército que comanda nuestro Señor Jesucristo. Me bauticé, hice la primera comunión, la confirmación, celebraba la Santa Misa los domingos, comulgaba –previamente confesado y redimido, como lo obliga la lógica cristiana–, cantaba las novenas en diciembre, pedía por las almas en pena y no dormía bien si no hablaba con Dios. Como muchos, pasé una niñez impregnada de religión, porque a parte de estudiar en un colegio de curas y monjas y de recibir ‘educación’ católica –me gusta más “amaestramiento”–, las normas morales en la sociedad también me obligaban, de alguna manera, a aceptar el legado ideológico de rendirle homenaje a dos palos cruzados. Pasó la niñez y dejé de creer en cuentos de niños y en historias fantásticas: las hadas, la magia, La Cigüeña, Papá Noel, Dios, El Coco, etcétera. Cuando la lectura dejó de ser ese martirio dominical al que me sometía mi señor progenitor (después me recompensaba con helado) y pasó a ser parte esencial en la formación de mi criterio, descubrí por qué personajes como Nietzsche y Darwin mataron a Dios. Aunque ellos lo mataron, a mí me quedaba la duda (en ese momento tan lleno de dudas) de si ese presunto ser existía o no, porque la mayoría de personas que conocía y con que hablaba, afirmaban y confirmaban –con milagros, incluso– su existencia. Después me daría cuenta de la idiosincrasia de nuestra cultura y de las jugadas de la Iglesia para conseguir adeptos –adictos–, y sumando estas dos condiciones, conseguimos a una Iglesia dependiente de sus fieles que a la vez, dependen de su Iglesia. Y aunque ya me había liberado de esa necesidad de Dios y todas sus sacrosantas historietas, seguía haciendo uso de expresiones y gestos propios de quien cree (me persignaba para salir a la calle, agradecía con un “midió’lepague”) pero eran simples acciones mecánicas que con el tiempo fueron desapareciendo, llegando al punto de que en este momento no recuerdo casi ninguna oración y no distingo hacia qué lado mover las manos para que la bendición se consiga de la manera adecuada. Tampoco me interesa.


Todas las sociedades han estado impregnadas de religión, desde siempre y para siempre. En la actualidad es lo mismo, estamos rodeados por religiones y cosas que se le parecen (Cienciología, Uribismo), pero afortunadamente para nosotros, los non-creyentes, no es una obligación estar adscrito a una. Gozamos del derecho a la libertad de culto y preferimos no creer en ningún dios; hoy en día cada quién verá si creer o no creer (claro que en pleno Siglo XXI el que siga creyendo en Dios, La Biblia o La Iglesia es porque no conoce los estudios modernos sobre el tema): los que creen, son creyentes y los que no creen, ateos. A los segundos me dirijo hoy, exclusivamente a ellos, los que decidieron, como yo, desarraigar valores morales y replantear posturas dogmáticas. Hay quienes afirman que el ateo no existe, “argumentando” que la negación de Dios es, a su vez, la afirmación. Yo entiendo el planteamiento, pero no lo comparto y, menos, lo considero válido –de hecho es incoherente, pero yo comprendo que la fe, desde donde habla un creyente, no es coherente. Los ateos sí existen y yo conozco muchos.

Aunque no es causal justificada de muerte –como fue hasta hace unos decenios–, ser ateísta todavía no es muy bien visto por algunas personas, sobre todo en gente mayor, acostumbrada a dedicar toda su vida al servicio del Señor. Acá vengo a compartir unos consejos de un ateo común y corriente. No quiero ser pretencioso dándomelas de biblia en cuanto al tema por que no soy ni el ateo más instruido ni el más viejo, pero como sí puedo hablar de lo que he visto y he vivido, acá van unos apuntes que pueden servirle a usted, infiel:

ATENCIÓN: Respetado lector, si usted es creyente y se atrevió a seguir las anteriores líneas sin algún revolcón dogmático, lo siguiente no le puede parecer tan descabellado. Si, por el contrario, está indignado por la sarta de blasfemias anteriormente escritas, le recomiendo desistir de esta lectura porque puede tomar de mala manera las palabras que allí se emplean. Para que no sienta que perdió su tiempo ojeando tantas mentiras, le recomiendo este sitio, donde le aseguro, se va a sentir a gusto.

El primer consejo que puedo dar es el que he aplicado hasta ahora en la mayoría de casos y que me ha funcionado de maravilla: ignore. A la religión, a la Iglesia, a La Biblia, al Vaticano, a los pecados, a los fanáticos. Todo eso que acá tenemos en cantidades industriales, que diario nos pincha con su aguja, es fácil de ignorar. Es cuestión de magia: ahí estaba, ahora no está. Digo que es la mejor opción porque al evitar el contacto, se evita en gran parte, el contagio, se evita confrontaciones banales con gente de argumentos banales, esquiva disgustos –y risas, pero esas se consiguen en otro lado con facilidad.

Si es necesario rezar, rece. Está usted en una entrevista de trabajo, listo para arrebatarle el puesto a cualesquiera que lo aceche y hay cinco o seis personas en la misma situación suya. El jefe, un creyente fervoroso y millonario, les pide que antes de empezar con lo propio, es necesario levantar una plegaria al Señor. ¿Usted, siendo ateo, qué haría? ¡Rezar! Recitar unas estrofas a un ser imaginario no lo va a hacer menos ateo. De lo contrario –elegir no rezar– podría entrar en riesgo su puesto y actuaría como lo hace un creyente: cerrando su cabeza. Haga lo siguiente: primero, dígale a su lógica que imite a la fe, después ponga cara de creyente y finalmente recite, lo más malo que puede pasar es que la plegaria no sea recibida por el destinatario. La hipocresía dogmática generalmente funciona en estas situaciones donde manda un creyente.

Para los suegros, en la definición de buen partido está la cualidad de creyente. Para ellos esa palabra conlleva valores morales, éticos y dogmáticos que son de admirar ¿No cree en Dios?, ¡hasta mariguana fumará!, me los imagino sentenciando. Y en ese caso no hay problema tampoco, una mentirita piadosa –que hable de una mentira tan grande– no es mala. “¡Claro, Doña Estela, yo los acompaño a rezar los Mil Jesuses con todo el gusto!”, “Sí, Don Gustavo, ayer precisamente me confesé”. También, use frecuentemente expresiones como “Dios mediante”, “Dios le pague”, “gracias a midiós” y “amén pa’ las ánimas”. Este consejo es de más aplicación con las abuelas, a ellas les encanta cuando un joven demuestra apego a la religión. De ser el caso, cargue estampita de la Virgen del Carmen en la billetera y un escapulario –si sale con los tenis o la gorra, mejor– en el pecho, no sabe cuándo ni cuánto lo puedan ayudar.

En caso de un alegato sin salida, Dios existe. Yo, por ejemplo, disfruto mucho enterándome de los porqués de los creyentes, porque para bien o para mal, trato de aprender algo de lo que me dicen. Hay fieles fanáticos que no aceptan la negación del porqué de su existir, de su consejero, de su maestro, de su ejemplo de vida, de su Padre y por más Darwines, Nietzsches o Vallejos que uno mencione, no dan su brazo a torcer. Es ahí donde recomiendo aceptar la existencia de Dios y terminar con el asunto de una vez por todas. “¿Por qué no puedes convencer a un creyente de nada? Porque sus creencias no están basadas en evidencias, sino en una enraizada necesidad de creer” Carl Sagan. ¿Algo para agregar?

Este párrafo complementa el anterior y da vida al siguiente, porque separo los creyentes en tres grupos, que se forman de acuerdo a los niveles de arraigo que tengan a la religión. En el Nivel 1 ubiqué a los que sienten la necesidad de creer en Dios pero que son poco o nada practicantes; esos que dicen “creo en Dios pero no en la Iglesia”. Es como si digo que creo en Mickey Mouse pero no creo en la Walt Disney Company. Y sin creer en la Iglesia, rezan. Y sin creer en la Iglesia, se persignan. Oraciones, bendiciones, genuflexiones y demás excreciones, fueron ideadas por la iglesia para ir complementando de a poco el vacío que dejaba al descubierto La Gran Mentira. Con este primer tipo de creyentes es muy divertido tratar, por que nunca defienden su postura –carecen de argumentos válidos, incluso para ellos– y debido a eso es muy sencillo cagarse en su fe. El Nivel 2 lo ocupan los que creen firmemente en Dios y en la Iglesia y en general se muestran actuando conforme a lo que profesan. Este grupo, digo yo, es el más numeroso, a él hacen parte la mayoría de nuestros papás, tíos y abuelos. Es un conjunto especial porque aunque se llenan la boca hablando de valores morales y pecados, blasfeman, se emborrachan, fornican, roban, mienten, matan o planifican. La mente de estos, por estar tan manchada, resulta, con cierta frecuencia, siendo cerrada. Y el tercer grupo, el Nivel 3, le corresponde a los que fundamentan su existencia en Dios. Viven y mueren para él y por él. Hablar con éstos es imposible, es como dirigirle la palabra a un muro; ellos hablan con el lenguaje de la fe, y, al menos yo, no lo he podido comprender. Generalmente personas de edad avanzada, abuelos y abuelas que no conciben la vida prescindiendo del Señor. También ubico aquí a los extremistas: islamistas, comunistas (sólo por citar un ejemplo de los que ven una ideología política como una religión) o testigos de Jehová. De estos últimos desprendo el siguiente consejo.

¿Cómo librarme de esos molestos personajes? Lo que recomiendo es hacerles saber de buena manera que no se tiene interés alguno en escucharlos. Para eso veo dos opciones: 1. De entrada, despedirlos con un “gracias, yo no creo en Dios” y le aseguro que funciona –en ocasiones, no mucho, pero algo hace– y 2. Déjelos hablar, escuche lo que le dicen, asienta con la cabeza, reciba su folletín y despídase. Tómese su tiempo. Así, ellos quedan felices por haber cumplido con el deber de dar testimonio, y aunque usted no quede feliz y haya perdido tiempo, habrá salvado de esa molesta presencia a varios, que como usted o como yo, prefieren evitarla.

La medicina alternativa no funciona. Presumo, que si es ateo, debe reconocer la validez de la ciencia. El noni, la baba de caracol, el extracto de hormonas de cangrejo y toda la basura que promociona la ‘medicina’ alternativa es una de las nuevas modalidades de estafa. ¿Y qué tiene que ver esto con Dios?, hombre, sencillo, la mayoría de gente estafada por los yerbateros alternativos son creyentes. Esta nueva y exitosa rama de la medicina, pero que nada tiene que ver con ella, es una de las nuevas Iglesias. A ella acuden las señoras que no han recibido el milagro que pidieron, o mejor, para complementarlo. A ella acuden los fervientes seguidores del Señor que se rehúsan a consumir las malvadas sustancias tóxicas que crea la ciencia, principal detractora de Dios. Y remato con otra frase de Sagan: “Si quieres salvar a tu hijo de la poliomielitis puedes rezar o puedes vacunarlo contra la polio...”.

¿Cuál es mi deber como ateo?, yo no sé el suyo, pero el mío es no creer en dioses. No tengo más deberes. La pregunta frecuente del ateo novel es ¿qué debo hacer? Y claro, no es fácil ver cómo las personas que uno quiere se dejan afectar tanto de ese virus que llaman fe; también se nos puede presentar la idea de hacerle conocer a los creyentes su equivocación, por su bien, por el bien de la sociedad. Pero no es lo correcto. Andar profesando el ateísmo no es cosa distinta a andar profesando el cristianismo o el judaísmo. Igual, es su elección, si desea salir a profesar la palabra del ateísmo, bien pueda; si desea salir a matar curas y monjas, a hacer quemas públicas de libros sagrados o a incendiar iglesias, hágalo (aunque no es recomendable porque las repercusiones ya pasan de morales a legales).

Seguiría dando apuntes con varios párrafos más, pero no quiero que se vea como un sermón, no me quiero alargar más por ahora. Finalmente, y para dejar claro nuestro sentir, démosle, hermanos ateos, un último adiós a Dios. En coro, conmigo:

- Réquiem eternam dona eis, Domine. Réquiem cantim pace.
- Amén –responden.
- Podéis ir en paz.

1 comentario:

Daniel Lopez dijo...

me gusta la parte en la que dice que no necesario decir q somos ateos en casos extremos se puede seguir la corriente a los demás creyentes ( es mas yo lo hago) aunq por dentro me da mucha risa jaja

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.