Hablando de liberación femenina


Sobre el tema había pensado un par de veces, algunas ideas sueltas y no más. Esta semana viajando en bus, hubo algo que me hizo pensar lo que estoy escribiendo: se subió una anciana y no quedaban más puestos vacíos; de inmediato una mujer joven –veinte años, digo yo–, de pelo castaño ondulado y hasta los hombros, camiseta negra, jeans y tenis, se levantó de su puesto y acomodó a la anciana. Sin vacilar, se dirigió hacia la puerta de atrás, se sentó en las escalas y ahí estuvo al menos diez minutos, viajó así hasta que se bajó. Lo que me dejó pensando fue el hecho de que ningún hombre cediera su puesto. ¡Qué falta de caballerosidad! –pensé, y me incluí. Pasaron unos segundos y llegué a la conclusión de que no había hecho falta caballerosidad pues la mujer joven había sido “caballerosa”. Sin duda alguna eso no lo habría visto sin eso de la liberación femenina. Un asunto que se viene tocando, según los historiadores, desde el último tercio del Siglo XIX, cuando un grupo de mujeres europeas protestaban contra la discriminación de la mujer en cuanto al sufragio –para la época, un acto audaz–; luego en Estados Unidos aparecerían las “sufragistas”. Más adelante no sólo podían elegir presidente, sino trabajar, practicar deportes masculinos, usar jeans o fumar. Y ahora, podemos ver cómo han venido cambiando las cosas y la tan anhelada igualdad se va consiguiendo poco a poco.

Entonces, la mujer del bus fue “caballerosa”. Esa palabra no me cuadraba, por lo que decidí cambiarla por “damosa”, donde “damosidad” viene siendo la cualidad. Porque ahora que estamos viviendo la liberación femenina, debemos dejar el machismo a un lado y como una dama no puede ser caballerosa, entonces sí puede ser damosa. ¿Cómo que una mujer no puede ser caballerosa?, ¡eso es machismo! –estarán pensando. Y sí, es machismo, pero no mío; me lavo las manos. Lo dice
la RAE, por ejemplo: “caballeroso: adj. Propio de un caballero, por su gentileza, desprendimiento, cortesía, nobleza de ánimo u otras cualidades semejantes”. Y deduzco que la palabra “caballerosidad” viene de “caballero”, ese de la época medieval…época machista. Entonces pongámonos de acuerdo hombres y mujeres: o nosotros dejamos la caballerosidad (por que eso es machismo) o ellas adquieren la costumbre de la damosidad. ¡Claro!, somos dos géneros iguales, ¿no? Cuando el hombre es caballeroso, ayuda a la mujer a sentarse, a bajarse del bus, a llevar los paquetes del mercado, y ¿no es eso menospreciar las capacidades de la mujer?, y eso de valorar poco o nada a la mujer ya no se usa. La mujer ya no es el “sexo débil”. Y no hablo de dejar de ser corteses: ayudar a una mujer embarazada no sería caballerosidad, sería cortesía.

También dirán que la caballerosidad enamora. Y de hecho, la frase la extraje de las palabras de una mujer. Esa ha sido de los medios más eficaces a lo largo de la historia para acceder al interior de las féminas. Tanto para ellas, como para nosotros. Ellas obtienen amor, nosotros sexo. Y aunque las cosas han cambiado y ahora, por ejemplo, encontremos común el fenómeno de ver mujeres enamoradas de tipos rebeldes, inmaduros, groseros, de mal aspecto y de mal olor, todavía hay quienes prefieren al hombre de la voz bonita, al que huele a loción francesa, el de pelo impecable y que saluda con amabilidad… al final, ambos especímenes consiguen lo suyo, con o sin caballerosidad. Debo anotar que también esa cualidad –siendo galantería en muchos casos– se acaba, y si no, que lo diga una mujer que lleve más de diez años casada, y eso que hasta menos. El hombre, al principio, para causar buena impresión y asegurar una ínfima posibilidad de reproducción, es caballeroso. Después, parece que no.

Ellas con su liberación, por inherencia nos liberaron a nosotros, los sufridos hombres. A veces nos toca pagar la mitad de la cuenta cuando salimos, a veces nos invitan a salir –incluso sin poner un peso–, a veces nos buscan y entablan una conversación, a veces se atreven a dar el primer beso y a veces, se saltan ese primer beso. A veces, a veces, a veces… No están del todo libres. O unas sí, otras no y otras más o menos, según les convenga. Las que no están liberadas sufren el acoso día a día y casos de sobra conocemos, mal por ellas; las liberadas, en cambio, disfrutan todos los derechos que antes no tenían, pero el caso más especial son de las que más o menos están liberadas, porque no sufren lo que sufren las primeras, pero gozan lo mismo de las segundas. Son de las mujeres que aborrecen el machismo pero están de acuerdo con que “en caso de emergencia, mujeres y niños primero”, de las que juran que si el marido les llega a poner una mano encima lo matan pero cuando escuchan que una mujer le pegó al esposo, gozan. A esas les hablo hoy: pongámonos de acuerdo. ¿Igualdad o no? “A una mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa”, eso me enseñaron desde infante y lo comparto. Pero a un hombre, tampoco. “Los hombres en la cocina, huelen a rila de gallina”, pero abundan los chef. No digo que empecemos a pegarle a las mujeres ni que las echemos de las cocinas, sólo doy dos ejemplos de pensamientos que siguen vigentes en nuestra sociedad y que demuestran esa desigualdad tan notoria.

Hoy hago un llamado a la igualdad. Por ellas, por la liberación femenina, dejemos el machismo a un lado –y el feminismo. Ellas también pueden pagar la cuenta, muchachos. Ellas también pueden buscarnos, muchachos. Ellas también pueden llevar la bolsa pesada del mercado, muchachos. Ellas también pueden abrirnos la puerta del taxi, muchachos. Ellas también pueden cederle el puesto a una anciana en un bus, muchachos.

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El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.