De ayer a hoy

Lo escribí para un concurso el año pasado.
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¡Yo apenas tendría veintipico de años mijo!, en ese entonces no éramos tan entendidos. Me acuerdo que estaba en clase cuando unos encapuchados entraron a sacarnos: que la clase se acababa y no nos dijeron por qué. En los pasillos fue donde ya nos dimos cuenta de qué era lo que pasaba. Nadie podía creer lo que estaban diciendo, el General no podía acabar con el fútbol. Y, ¡no!, no era con la Selección, era con todo, ¡absolutamente con todo lo que representara fútbol! Toda la universidad estaba en shock. Pero no sólo allá, porque cuando salí a coger el bus, ¡ni riesgos de bus!, afuera lo que había era una revuelta ni la verrionda. Todo el mundo gritaba cosas diferentes para el General, pero es que ese hombre estaba loco, ¿cómo se le ocurría acabar con el deporte nacional? A más de uno nos hizo arrepentir de haberlo apoyado tanto. Yo no creo, mijo, que usted se acuerde de mi papá, pero usted sí sabe cómo era él de afiebrado por el fútbol, y de ahí salí yo, y su papá y por último usted, pero esa historia ya se la sabe; mejor sigo con la que nos importa ahora. Mi papá se enfermó, el corazón le dejó de latir unos segundos, estuvo una semana en la cama, y mejor, porque donde no se hubiera enfermado, quién sabe cuántas desgracias más tendríamos.

¡Esa pelotera tan verraca que se armó ese día! La gente no cabía en las calles, todo el mundo había salido a mostrarle al General lo que pensaba. El centro fue el sector que más sufrió, ahí donde queda ese supermercado, había una tienda de ropa, y sin tener nada qué ver, la dejaron vacía. Ese gentío estaba muy bravo, y con toda la razón. Primera vez que veo al pueblo de este país unido por algo, y en ese momento yo estaba con el pueblo; el Estado me estaba quitando lo que me entretenía. Sí, porque en ese entonces, mijo, yo no era tan afiebrado por el fútbol, yo sólo jugaba los domingos por la tarde, con los de la gallada, y eso que muchas veces me quedaba durmiendo. Y, bueno, yo era un muchacho muy sano, y sí, muy gallina como para ponerme a pelear por algo que no me importaba tanto, entonces mejor me fui a buscar el bus a otro paradero; en ese era imposible. Por la noche fue cuando en televisión mostraron cómo había quedado este chiquero. ¡No había pero nada!, todo lo habían dañado. Las calles por donde había pasado la multitud, habían quedado destruidas. El General estaba muy ofendido, y como él mandaba, pues no quiso pensar mejor: toque de queda. A todo el que estuviera después de las tres de la tarde en la calle, se lo llevaba un camión, y no volvía. ¡Pregúntele a su papá!, dígale que le cuente cómo encontraron al mejor amigo de la infancia. Todo eso cambió la vida de este barrio, mijo. El General quería quedar mejor ante el pueblo, y empezó a cambiar plata por cosas que fueran de fútbol: por camisetas, banderas, balones y guayos, daban de a tres billetes y por cosas más pequeñas daban de a uno y dos billetes. ¡Eso eran filas por todo lado!, todo el mundo estaba contento, ni al fútbol le pararon bolas ya. Eso eran las mañanas, porque las noches eran muy aburridoras, todos en la casa, desde por la tarde. Nos tocaba encerrarnos a escuchar radionovelas todo el tiempo, con los demás hermanos, mientras las mujeres hacían destinos, usted sabe. El barrio se fue despoblando, mijo. Uno o dos desaparecidos al día, y si tenían suerte, aparecían a los dos días a las afueras de la ciudad, entre bolsas y con todas las pertenencias. La cosa la veíamos tan grave, que mi papá me hizo cancelar semestre, no me dejó volver a la universidad y yo después me embolaté y me vine por otro lado, pero mejor no me adelanto. Sólo hice dos semestres de medicina, y por eso es que por acá todavía vienen a que yo les ponga inyecciones, me tienen mucha confianza. Y eso que nada más le estoy contando lo que pasó por acá, ¡si supiera lo del resto del país! Vea le explico por encima: los árbitros, los jugadores, los comerciantes y sobretodo los hinchas de los equipos, se organizaron, o mejor dicho, fueron organizados por un grupito de estudiantes de una universidad pública de la capital. De ahí fue que nació el Grupo Oriental Libertario o GOL, como lo conoce todo el mundo. ¿Sabe cómo consiguieron las primeras armas?, dicen que un grupito de esos empezó a pedir plata en la universidad, y todo el mundo apoyaba la causa, cosa que en cuestión de dos meses, ese grupito ya tenía su buen arsenal. En un principio no se habían presentado, pero en los periódicos había letreros de “GOL. ESPÉRELO”. De toda la página, en fondo negro y letras blancas y gruesas. Nadie esperaba nada raro. Pero una semana después, empezaron a volar bajito unas avionetas pequeñas y rápidas, tirando volantes con lo mismo que salía en los periódicos. Dos o tres veces al día. Nadie sabía nada, en los noticieros no sabían nada. Para ese entonces el toque de queda ya era desde las ocho de la noche, el comercio se había reactivado más o menos, pero había mucha hambre. Mientras el Gobierno arreglaba las calles destruidas, no había transporte. Creo que en los puertos la comida podrida la acumulaban en montones grandes, el olor de eso era inmundo, dicen. El país tuvo una crisis grande en poquitos días, gracias a la terquedad de ese General. Y no, no hablo con odio del General, porque yo fui uno de los que apoyó la subida, pero sí hay que aceptar que se dejó ganar del poder. Ese hombre se enloqueció allá arriba.

Bueno, vea, los del GOL ya eran bastantes. Esos primeros poquitos empezaron a encantar a la gente con la labia, y usted sabe que acá todo mundo come cuento. Usted tuvo que haber visto eso, mijo: la pandilla de Fabio y la del monta llantas se unieron, ¡hicieron una tregua!, trabajaron juntos, con el GOL, para desterrar los militares de toda esta zona. De esta cuadra hacia arriba no había un solo militar, no entraba un solo camión. Los que mandaban todo esto eran los de por acá, los de toda la vida, pero patrocinados por el GOL. Y así estaban todos los barrios de este país, llenos de grupitos armados, que contaban con el apoyo del pueblo, porque ellos aunque eran violentos, al menos eran justos. Ya la guerrilla estaba muy bien formada y contaban con mucho apoyo por parte del pueblo. El líder, flaquito de afro, morenito, Alias “El Pibe”, salió por las noticias, amenazando al General y pidiendo colaboración de la comunidad. Y desde ahí, mijo, las Fuerzas Armadas del Estado se empezaron a armar de una manera impresionante; de esas armas que todavía, en estos tiempos, usan. El General quería recuperar las zonas que el GOL se había tomado, pero todos sabíamos que eso era imposible, incluyéndolo a él. Y no sólo imposible sino peligroso. El General prácticamente había empezado una guerra y diario se escuchaban una o dos balaceras, al principio. Luego fueron cuatro o cinco, y sin que nadie se diera cuenta, este país estaba en guerra civil; en el campo y en la ciudad. Y ninguna de las partes quería ceder lo que había ganado, costara lo que costara. Con decirle que se llegó el día en que los del GOL de esta cuadra, los que jugaban fútbol conmigo, llegaron a la casa a buscarme: o estaba con ellos o estaba con el ejército. ¡Ni con el uno, ni con el otro!, pero eso era imposible. Me tocaba matar para poder seguir vivo. Esto es para que valore los tiempos que vive, mijo, a usted le ha tocado muy fácil. Y que lo mismo para mis dos hermanos, para Fabio y para Alberto. No teníamos opción. Y cuando mi papá supo, se volvió a enfermar. Esta vez se quedó en la cama por dos meses. Entre él y mi mamá estaban viendo para dónde nos mandaban, porque ellos no querían mandarnos a la picadora. La cosa era que no había un solo peso. Mi papá no podía trabajar, mi mamá a duras penas conseguía para comer y nosotros sin poder hacer nada. Me acuerdo muy bien que al otro día los periódicos anunciaban la llegada del técnico que ganó el último mundial…¿Sabori?, ¿Sadori?, bueno, en ese entonces era el mejor jugador del mundo, y venía con unos delegados de Europa, a calmar la cosa por acá. Pero no hicieron sino alborotar el avispero, todo el mundo esperando ver a la estrella, y el General le negó la entrada, sólo pudieron entrar los europeos. La cosa no quedó en nada, y mientras todo se pasaba en actos de protocolo, el GOL estaba planeando derrocar al General. O ese era el runrún por acá en el barrio, nosotros tampoco era que saliéramos mucho. Lo que nos tenía preocupados era para dónde íbamos a coger. Una noche dos muchachos de la cuadra, en pleno toque de queda, nos vinieron a buscar a nosotros tres, y nos convencieron de irnos con ellos fuera, sin avisarle a nadie nada, para que no hubiera rumores de nada y nadie se metiera en problemas. Yo como era el mayor, decidí por los tres, aunque ellos estaban de acuerdo. Nos íbamos de madrugada, con ropa para tres días y comida suficiente. Yo incumplí el trato, y le expliqué a mi mamá, en un papel, que nos íbamos, a salvarnos de la guerra, pero que volvíamos. ¡Y arrancamos! Esquivando patrullas y camiones de los verdes y de los rojos. ¡Ah!, es que como siempre en esta tierra, la pelea era entre rojos, que eran el GOL y verdes, los del Estado.

Me contó mi mamá que cuando se levantó y leyó la carta, casi se desmaya. Lo que no me contó fue que por esa noticia, el corazón de mi papá se resistió a latir más. ¡Y ella sola con tres mujeres pequeñas, apenas de escuela! ¡Y el país en plena guerra! Los muertos a diario se contaban por cientos, por parte y parte. Los cementerios estaban llenos. De ese tiempo es este cementerio, mi papá fue uno de los primeros inquilinos. Todo el mundo se empezó a pasar de barrio, fueron yéndose más hacia el centro, pero allá era la misma vaina. El país entero estaba jodido. Y el General no ayudaba: duplicó esfuerzos. Batidas de noche y de día. El barrio se volvió nada. La ciudad entera. ¡Todo este chiquero se volvió nada! Nosotros nos habíamos ido de la casa sin saber en dónde escondernos y con el riesgo de desaparecer a manos de cualquiera de los dos bandos, pero era eso o resignarnos a morir peleando, y no lo veíamos como una opción. Los primeros dos días de camino, por trocha, fueron duros. Yo tenía unos tenis muy viejos y mal cosidos, que en cuestión de horas me hicieron salir ampollas. Y a eso se le sumaba el hambre, el sueño y el desespero de no saber a dónde llegar. Yo tenía que cuidar a mis dos hermanos, era el mayor, después de todo. Los otros dos muchachos, ¡adivine!, don Pedro y Marcos. ¡Ahí donde los ve tan serios, eran unos locos!. En el camino nos dimos cuenta de que ellos no estaban tan preocupados, y nos fuimos contagiando de esa confianza que transmitían. Y sí, después de todo fue gracias a esa confianza, que logramos sobrevivir a esa guerra tan dura. Es que nunca se ha visto una cosa de ese tamaño por acá otra vez. Después de esa caminada, llegamos a una finquita muy chiquita, pero con unas matas muy bien cuidadas, me acuerdo de esos curazaos que había afuera. Cuando entramos a pedir comida –porque nos comimos todo el primer día–, nos enteramos de que no había nadie. En esa casa de esos curazaos tan bonitos, no había nadie. Abrimos la reja y entramos a un jardín pequeño, nos sentamos a descansar y a esperar a los dueños, pero se llegaron las nueve de la noche y nadie llegaba. Se empezaban a sentir las balaceras de montaña a montaña y decidimos entrar, ya tendríamos tiempo de explicarle a los dueños. Pero pasaron dos días y nadie llegaba. Nos acomodamos en la sala y fuimos a inspeccionar la casa: no era muy grande pero atrás, tenía entre unos árboles, una bodega y unos tanques de agua. Decidimos dormirnos para madrugar a buscar comida, porque en la casa no había nada, y a la media noche nos levantó una balacera. El ejército persiguiendo a los del GOL pero sin conseguir nada. Y antes del amanecer, los del GOL pasaron por la casa y no alcanzamos a llevarnos mucho. Mientras los rojos le prendían candela a la casa y buscaba gente, nosotros nos estábamos metiendo en los tanques de agua. Yo no sé cómo aguantamos la respiración tanto tiempo. Cuando no pudimos aguantar más, salimos a mirar qué nos habían dejado, ¡pero nada! Y como había tanta bala perdida por ahí en el camino, nos metimos a vivir a la bodega. ¡Vivimos en esa bodega quién sabe cuántos meses! Que, ¿cómo hicimos?, teníamos que conseguir comida, principalmente, entonces Marcos en charla, propuso echarlo a la suerte en un partido de fútbol. Después de pensarlo un buen rato, hicimos una pelota con la ropa que ya estaba muy sucia o muy rota, y nos hicimos cinco porterías, con los zapatos de cada uno: todos descalzos; el que recibiera cinco goles tenía que ir a buscar comida para todos. Los primeros días eran de pelea tras pelea pero después fuimos entendiéndonos y ya no jugábamos sólo por la comida, sino por todo. ¿Aburridos?, ¡juguemos! ¿Hambre?, ¡pues, juguemos! Y así vivimos mijo; comiendo gallinas, culebras, guaguas y todo lo que se imagine. Hasta gallinazo alcanzamos a comer, y así no me crea, esa carne sabe muy rico. Ya la guerra no nos tocaba. Mientras las balas sonaban, nosotros estábamos jugando. En silencio, descalzos, sin gritar de alegría, pero felices. Yo todos los días pensaba en los viejos y en mis hermanas, pero prefería jugar para no pensar en eso. ¿Ya va entendiendo porqué amo al fútbol, mijo? Y lo mismo tiene que hacer usted. Esta familia es lo que es, mucho o poquito, no importa, pero es gracias al fútbol.

El General se iba quedando sin fuerzas ya, igual que el GOL, pero los dos bandos eran incansables. Ya ni siquiera peleaban por el fútbol, el narcotráfico era la fuente de ingresos predilecta para el GOL, que fue lo que causó tanta cosa maluca que ahora usted ve en el barrio. En todos los barrios la cosa es igual, mijo. La pelea era por poder y por plata, nada más. Las familias más ricas del país estaban metidas en la guerra, estaban recibiendo plata por muertos. Y la gente se estaba cansando de la situación, ya no se lloraban los muertos, ya era costumbre ver un muerto. La cosa estaba dura.

Una mañana, después de tres días sin haber escuchado balaceras, decidimos salir y volver a las casas. Ya era tiempo, si tocaba vivir, pues vivíamos, si no, pues no. Empezamos a caminar y no reconocíamos lo que estábamos viendo, cadáveres por todo lado, el desastre de la guerra se notaba por cuanto lugar pasábamos. Los gallinazos ahora abundaban. Cuando llegamos al barrio, nos recibieron con una fiesta. Pero no porque supieran de la llegada de nosotros, todo el país estaba en fiesta. El General no mandaba ya. El GOL había conseguido dar el golpe de Estado. Ahora mandaba el pueblo, decían en la calle. Nos despedimos de Pedro y Marcos, y salimos corriendo a buscar la familia. Cuando mi mamá abrió la puerta y nos vio completos, se puso a llorar y nos abrazaba como si hubiéramos resucitado, nos contó que la guerra se había llevado a dos de las niñas, la otra estaba muy grande. No nos pudo creer que nosotros, los inútiles de la casa, hubiéramos sobrevivido a esa guerra, pero ahí nos tenía, y creo que estaba agradecida por eso. Cuando le preguntamos por mi papá, nos dijo que lo había matado el ejército, después de muerta, nos vinimos a dar cuenta de la verdad. ¿Y el fútbol?, el fútbol se jodió, mijo. Acá los que sabían jugar fútbol estaban muertos o exiliados. El General sí había cumplido con su cometido: a las buenas o a las malas había desaparecido el fútbol. Ahora la política era el tema de moda y los rojos mandaban. Y los rojos esto, y lo otro. Pero, ¿el fútbol?

Después de que nos reinstalamos en la casa, seguimos jugando, diario, dos o tres veces al día, en la calle y esta vez, con un balón de verdad, que a Pedro le había mandado el tío que vivía en el extranjero. Sólo jugábamos nosotros cinco: los únicos que sabíamos jugar fútbol en el barrio. Tal vez en la ciudad. Y los niños empezaron a llegar interesados, y el primer equipo lo armamos con quince niños, que de ahí salió ese central alto de La Selección, el moreno, el veterano. Y la primera sede fue con ayuda del Presidente nuevo. De ahí conocí a su abuela, ella llegó buscando trabajo y el encargado del personal nuevo era yo, fui el primero en verla y se quedó conmigo. El resto, es historia que usted ya se sabe. ¿Y me decía que no era importante saber hacer una pelota de trapo?

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El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.