Uno, dos, tres, ¡digan whiskey!


Viendo un álbum de fotos online de una fiesta, noté dos cosas en todas: uno, que la protagonista siempre aparecía igual en las fotos, y dos, que todas las imágenes eran iguales: no pasaban de mostrar eventos insignificantes de la noche y muchos retratos repetidos y mal conseguidos. Lo primero me llevó a mirar más fotos de otros álbumes, resultando muy común en las muestras: en muchas, aparecía la misma figura (generalmente femenina) en la misma pose, ocupando el mismo lugar en el encuadre, la misma sonrisa y la cara girada al mismo ángulo. ¿Por qué siempre tienen que posar igual para todas las fotos?, ¿para qué hacen tres o cuatro tomas de la misma foto?, o bueno, eso no es tan extraño, pero ¿para qué las publican todas? La fotografía ha perdido la gracia que antes tenía, tanto hablando de retratos como de documentación. Nace como ayuda a la ciencia, para dejar imágenes –a blanco y negro, entonces– de lo que se iba descubriendo pero ahora documenta hechos absolutamente banales en la mayoría de casos.

Tampoco me explico el porqué de lo siguiente: está usted en presencia de sus amigos, departiendo, con algunas copas y alguien propone la genial idea de registrar el momento, de inmortalizar ese instante: tómennos una foto. Hasta ahí, nada raro, será cosa de un clic y se habrá terminado todo el asunto. Hay una mujer que va a aparecer en la foto y antes de la primera obturación, le da por cerrar los ojos. Pide que repitan la toma. No hay problema, usted se vuelve a acomodar. En el segundo clic todo parece mejor, no hay queja alguna, hasta que la nena se levanta y pide mirar la foto, y por segunda vez no tiene aprobación. Una tercera toma se acerca y su paciencia se va colmando. Y llega la cuarta. Y la quinta. Y la foto sigue igual. ¿Usted, que lee, tiene esta manía? No luche más, la falta de belleza es suya, la imagen no tiene la culpa. Cuando la cámara es de mi propiedad, toda foto que se tome, se deja. ¿Fea?, pues es la gracia de esa foto; si tomamos otra, se perdería la magia del momento. O sea, el problema no es borrar una foto, de hecho esa es una de las ventajas de la fotografía digital, lo malo de este vicio es que se borren muchas fotos, todas las fotos. En vez de andar desechando toma tras toma, planifíquelas. Es mejor acomodar su referente, pensarle un fondo, plantear una situación, ¡yo qué sé!, pero así se evita la molestia y le aporta a la fotografía.

Desde sus inicios, la fotografía empezó a reclamar su derecho a ser mirada y tratada como arte, recibiendo tanto apoyo como rechazo, pero logrando llegar al nivel de la pintura, la escultura y demás habilidades de esta índole. El fotógrafo no era el hombre que solo movía el dedo, se había convertido en El Fotógrafo. Sujetos que piloteaban aparatos caros, grandes, pesados, frágiles y difíciles de manejar, pero que bien operados lograban o réplicas de la realidad o mundos anormales y muy creíbles. Pensaría uno que con la facilidad que ahora se tiene de adquirir una cámara, el arte crecería enormemente, pero al contrario, la fotografía ahora es una actividad sin mucha ciencia, sin mucho sentido: la fotografía por la fotografía. Cámaras digitales de mucha potencia en imagen y en zoom con precios muy bajos, celulares con cámaras (que parecen más cámaras para llamar), reproductores de música con cámara… Y si le sumamos a esa facilidad para obturar, el manejo básico de un programa que manipule imágenes, aún más enriquecido el arte. Pero no, increíblemente, la mala copia del arte pop ha convertido a la fotografía digital en fotografía kitsch, fotomañés. Ahora es común que hombres y mujeres jóvenes tengan una imagen capturada con un celular (ojalá en calidad VGA) en el espejo del baño y con un encuadre “loco”, de bordes con grabados en zigzag de colores chillones y con algún texto fluorescente, texto, por supuesto, sin importancia. ¿A dónde hemos llevado el concepto de autorretrato? Y lo peor es que está bien visto por muchos.

Y todo el que tiene una cámara es experto en dos o tres ramas: documental, retrato y autorretrato. Por eso abundan los fotógrafos sociales, cada vez hay más. Los buenos fotógrafos no se deben preocupar, siempre los van a buscar. Alguien debería regular, en defensa del arte, la venta de cámaras fotográficas. Alguna entidad que certifique por medio de un salvoconducto que quien lo porte sabe cuándo, cómo y por qué tomar una foto. “Señor, ¿cuánto vale esta Panasonic?”, “Permítame su salvoconducto”. Bueno, muy extremista. Al menos que los fabricantes de cámaras incluyan en el manual de uso los porqués y los cuándos de una fotografía, también que tenga teoría básica de imagen y color, ley de tercios, cuándo y por qué usar el zoom, cómo y para qué balancear en blanco, manejo de luces en la escena y los diferentes modos de encuadre.

Le propongo algo: cada que vaya a tomar una foto, pregúntese “¿por qué?”. ¿Vale la pena posar en este momento?, ¿cuando vea esta foto me va a expresar algo?, ¿en serio significa algo?, ¿estoy muy borracho? Le aseguro que ahorra en tiempo, en comodidad, en baterías y en espacio para conservar fotos que realmente sean dignas de tener ¡Y ahora sí!, uno, dos, tres ¡digan whisky!

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El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.