Entre la espada y la pared




Antier a la salida de una clase se me acercó un compañero y mientras cruzábamos un pasillo, me dijo que él me veía leyendo todo el tiempo y siempre un libro diferente. Yo no hacía otra cosa que mover la cabeza asintiendo, sin saber hacia dónde iba el hombre. Entonces debés conocer muchos libros…―me dijo, ¿Afirmación o duda?―pensé en voz alta, Pregunta. Es que quiero leerme un libro en vacaciones y como te veo leyendo bastante, de pronto me podrías recomendar uno―escuché lo que me decía mientras me detenía. Segundos previos, tenía yo una leve noción de lo que se aproximaba, por desgracia no es la única vez que me pasa. Busqué un lugar para sentarnos y le indiqué que fuéramos a; sabía que iba para largo.

En la lista de mis problemas mentales hay uno que resalta por la frecuencia con que se manifiesta: trastorno obsesivo-compulsivo (que toma forma en una sicorigidez hasta rara). Pero no sé si para bien o para mal, sólo aparece en ocasiones y situaciones muy específicas, con música, con literatura, con la comida o con las mujeres (mi atención se fija comúnmente en una pestaña mal enfilada, la simetría de las orejas, las comisuras de los labios o―creo que exagero, a veces―con los dedos de los piés). NOTA: para tranquilidad del lector debo anotar que aunque son fijaciones constantes, no llegan a ser fetiches. Por ahora.

¿Qué has leído?―fue lo primero que se me ocurrió preguntarle, El Principito, Cien años de soledad (aunque me confiesa que no lo entendió), dos capítulos de uno de Walter Riso y un libro de Coelho―suelta uno por uno cerrando los ojos intentando recordarlos. La respuesta me dejó sin palabras y sin ideas. ¿Qué diablos lo pongo a leer? Soy sincero y confieso que era una tarea difícil la que me había encomendado. Me pasa lo mismo cuando me piden recomendar una canción, aunque mi universo literario no es tan amplio como mi universo musical. No sé cómo explicar en palabras esa sensación. Conozco muchos libros pero varios de saludo, si te leí no me acuerdo. Otros apenas logro evocarlos y los saboreo por unos segundos. Hay otros que siempre están, los clásicos. Luego los buenos libros; generalmente de buenos autores y finalmente los inolvidables. Pero hay una raza que no nombré, repleta de comodines, los uso generalmente en casos parecidos: los bestseller o best-seller, obras que se han vendido mucho. El hombre me miraba esperando alguna respuesta y con esfuerzo logré recordar dos palabras, un bestseller, El Perfume, leéte El Perfume―dije, al fin, Ya me vi la película y no tendría gracia. Decime otro más bacano―insistió, decepcionado. ¿Qué sería ‘más bacano’ para mi compañero? ¿Fernando González?, no…seguro se perdía en el Viaje a pie. ¿Efraim Medina?, tal vez los Métodos de masturbación entre Batman y Robin no le dejarían un buen sabor de boca para una de sus primeras veces. A García Márquez no lo había entendido. A Bukowsky, Borroughs, Pedro Juan Gutiérrez o Zoé Valdés no les vería gracia. El Quijote le habría ocupado todas las vacaciones y no tenía cara de buscar eso. ¿Juan Gossaín?, no le podía dañar las vacaciones de esa manera. Merecía una penitencia por haber pensado eso. El fin de semana saldría a trotar hasta la autopista, allá buscaría a un mendigo (no méndigo ni otro tipo de apelativo despectivo que pueda llegar a ofender, me pone mal oír a alguien decirles ‘desechables’ a esos guerreros del asfalto, me recuerda el sueño imposible de mi mamá: hacer diez mil sánduches de jamón y queso, con salsa especial de ajo y cianuro, salir en la noche y repartirlos entre los de peor facha y así combatir el hambre y la indigencia…¡linda, ella!) para regalarle los tenis y devolverme corriendo, descalzo, hasta mi casa. ¿Plinio Apuleyo?, quizá no le hubiera gustado eso de estar dormido todo el día. Tal vez quiera conocer lo último en literatura fantástica que ha dado Colombia, José Obdulio Gaviria o esté interesado en conocer la historia del cautiverio de Pinchao y de Ingrid en la selva.

Difícil, hermano― le dije, abatido. El hombre miró al suelo y vi que su decepción había crecido. El momento estaba incómodo; el sol nos pegaba en la nuca, estábamos sentados en una banca, solos, nadie caminaba cerca y yo tenía hambre, me quería ir. Ahora venía otro problema, ¿cómo despedirme? Fácil, hombre, te parás, ‘parcero, si se me ocurre uno, te ubico y te digo’―pensé. ¡No! Ni que fuera yo tan desalmado. ¿Cómo lo iba a dejar así? Dos kilómetros más al recorrido del domingo; otra de esas y me iba a tocar utilizar el rayador. La cara de mi compañero me pedía satisfacción. Y, bueno, se la merecía. Mea culpa, mea culpa, mea culpa. ¿Cómo no había podido darle el nombre de cualquier libro que me hubiera leído recientemente para salir del problema? Siempre estoy pensando en pro de la literatura, la situación merecía sinceridad. Y ahora no se me ocurría nada. Mandé la mano al bolsillo y saqué la cajetilla de cigarrillos, me serví uno, le ofrecí otro a mi compañero; debía rellenar con algo ese momento incómodo. Lo aceptó con buena cara. ¡Bien, saldado el asunto! Le di fuego a él primero, como buen anfitrión, echó humo por nariz y boca y mientras yo prendía el mío, me puso la mano en el hombro para decirme, ‘bueno…recomendame entonces una canción’.

2 comentarios:

mpdelestudiantado dijo...

http://mpdelestudiantado.blogspot.com/

Juanelo Giraldo V dijo...

que incomodo jajajajaa, por cierto gracias por las recomendaciones, los leo y te cuento, se cuida

El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.