Nunca es tarde

Mucho trabajo pero pocas ganas, para ser sincero. La agenda estaba llena de pendientes para esa mañana pero mis neuronas estaban absolutamente aturdidas, tal vez por el rayo de sol que había entrado por la ventana y me habría hecho despegar los párpados más temprano de lo normal o por los dos vasos de vodka vivo que acompañaron el pan francés al desayuno, quién sabe, quién sabe. Aunque nadie había puesto una queja contra mí en la empresa, nunca me he caracterizado precisamente por ser un sujeto laborioso y entregado a mi actividad laboral, propiamente, ni si quiera trabajaba lo suficiente, trabajaba lo necesario, a veces, lo mínimo. El problema de esa vez era que si yo quería, dejaba el trabajo tirado sin riesgo de resultar desempleado, pero no me quería quedar en el apartamento tragando coñac y escuchando a Bach, el sol allá afuera me decía que saliera de la cueva.

Abrí la agenda en la página correspondiente a ese día: trabajo, trabajo, trabajo, trabajo y trabajo. También tenía trabajo. ¡Momento! En un tachón que había al costado de la página, justo al lado, estaba escrito algo con lápiz: “recordatorio: restos de papá”. ¡Cuánto tiempo había pasado y nunca fui a visitar a mi papá!, lo más irónico es que nunca fui porque el trabajo me absorbía, o eso le escribí un par de veces en las tarjetas de los cumpleaños. ¡Ese era el plan perfecto! Visitar a mi papá, y no porque me sintiera culpable, ¡en absoluto!, era la oportunidad para respirar aire fresco. Cogí los cigarrillos, una botella de coñac, las llaves del carro y en cuestión de unos minutos estaba saliendo de la ciudad.

El olor a mierda de animal mezclado con el de los algarrobos me daba en la cara, el viento me apagaba el cigarro cada vez que lo encendía, el sol me quemaba la mitad de la cara y un brazo. Y lo entendí. Siempre, cuando algo no funcionaba, era por falta de música; hundí el botoncito de la música y como con magia empezó a sonar la Tocata y fuga en Re menor, luego vino el aire acondicionado, todo se fue haciendo más tolerable, unas gafas de sol de la gaveta y ahora sí, faltaba encontrar la desviación hacia la montaña aquella.

Estuve sentado ahí hasta que no hubo sol ni coñac. El sitio era tan agradable que le tenía envidia al viejo, de verdad se descansaba en ese lugar; los vecinos eran callados y los visitantes siempre estaban de luto. No era muy lujoso y no había piscina ni cancha, pero era justo lo que se necesitaba para descansar. Cuando estaba por despedirme de mi papá se me acercó un anciano harapiento, desgastado y con una pala en el hombro, típico sepulturero, me estiró la mano con una botella sin etiqueta conteniendo algún líquido alambicado, yo, por supuesto, lo recibí, le quité la tapa sin mucho esfuerzo y el ambiente se tornó anisado al instante.

            ― ¿Nostalgia? ―sentí que me ladró―.
― Algo, como todos, ¿no? ―le respondí por no ser grosero―.

Tapé la botella y se la devolví para seguir mi camino pero me volvió a detener.

            ― ¿Quién era, su mamá?
            ― Mi papá, o eso decía el acta de nacimiento ―me dispuse a escucharlo aunque sabía que no llegaría a nada bueno―.
            ― ¿Qué le hacía, le pegaba mucho? ―me volvió a estirar la botella, esta vez abierta y con rastro de su saliva en la boca. Yo recibí la botella y me eché un trago largo, le dejé apenas un par de sorbos al viejo, pero no me importó. Ya no quería hablar y mi cara lo decía todo aunque las gafas de sol estuvieran puestas― Le tuvo que haber hecho algo muy malo para que lo enterrara en este cementerio. ¡Imagínese! Anda en semejante carro y se viste con semejante traje, para venir a dejarlo acá…
            ― Tuvo la mitad de la culpa, mi mamá tuvo la otra mitad, pero todavía está viva.
            ― ¿Culpa de qué?
            ― Nacer, ¿qué más quiere?

Se quedó mirándome fijamente unos segundos, sin parpadear, como muerto, y luego volvió a la vida.

            ― Cada uno tiene sus razones y la suya es muy parecida a la mía, por eso trabajo burlándome de la vida. Termine lo que queda en esa botella, lo invito a otra igual que tengo guardada, ¿le entra?
            ― No me puedo negar, pero antes, dígame cómo hago para sacar los restos del viejo, ¿mucho papeleo?
            ― Está hablando con el encargado del sector, nada más y nada menos. Pero, ¿para dónde se los lleva?
            ― Se van conmigo, ya lo perdoné.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Simplemente! simple:K

El Sujeto

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.