Otro partido perdido, otro
título que se le escapa a la tricolor. Otra ilusión que se desinfla y cae al
mierdero de la realidad. Otra vez perdimos la oportunidad de demostrarle al
mundo lo buenos que podemos llegar a ser, o eso creímos. Perdimos contra
Argentina en penales, la suerte no estuvo de nuestro lado, ni el éxito y
tampoco el talento. Ospina nos salvó de una goleada tremenda, pero no pudo
salvarnos de la humillación: Colombia perdió con méritos, jugó a perder y lo dio
todo para que eso sucediera. Mientras la hinchada esperaba emotiva a que se
diera ese 5 – 0 a favor, terminó el partido con dos visitas muy esporádicas al
arco contrario y una pena terrible ante el mundo, porque por fin entendimos que
futbolísticamente, valemos mondá. Y extralarga.
Ya entendimos que no era por
el árbitro, que no era culpa de Neymar y sus amigos, entendimos que no era por
la altura, ni por el frío, ni por el calor, ni por La FIFA, ni por la Conmebol,
ni por la AFA, ni por nadie más que no fueran los protagonistas del equipo
colombiano, contando a Pékerman. Ya entendimos que Colombia está para rellenar
torneos, que no merece y no es capaz de pelear un certamen competitivo, que por
más jugadores colombianos que estén triunfando en el fútbol europeo, no se va a
lograr mucho. Entendimos que ni James, ni Cuadrado, ni Falcao, ni Zúñiga, ni
Teo, ni Ospina juntos, pueden contra un equipo sólido que entra a jugar al
fútbol.
También entendimos que no
podemos celebrar antes de tiempo, que no podemos dar por ganado ningún partido
y, más que eso, que podemos perder contra Bolivia o contra Costa Rica en cualquier
momento. Entendimos que la fe mueve montañas pero no marcadores, que los
partidos se ganan con juego y no con ganas, que el fútbol se trata de talento y
no de fanatismo, que los goles se hacen o se cuentan en contra: entendimos que
Colombia no es ningún equipazo y si no es por la mala puntería de los
delanteros argentinos, estaríamos ante otra goleada vergonzosa.
Por eso la bochornosa jornada
de ayer fue educativa para todos, tanto jugadores como espectadores y
fanáticos: a la selección le enseñaron de baile y de fútbol, le enseñaron de
clase en la cancha, le enseñaron de juego, de estrategia y de huevos. Los fanáticos
aprendieron básicamente dos cosas; primero, a callar, si no fueran tan bocones,
la vergüenza sería menor y, segundo, a pensarlo dos veces antes de defender lo
indefendible. Los espectadores
aprendimos a diferenciar a Un Equipo de un equipito, porque se notó la
distancia entre el fútbol de unos y el intento desesperado por tocar la pelota
de los otros. Colombia debió aprender que no se puede apoyar a una selección inflada
a punta de piropos en revistas de farándula.