De lo público a lo impúdico.


Por estos días el ambiente del país se llena de una religiosidad que podemos oler desde cualquier lado, que se materializa en humo de incienso y vapor del sudor de feligreses reunidos para rendirle homenaje a un manojo de historietas clásicas, dizque sagradas. No puedo negar que siento algo de regocijo cuando veo las hordas de seres caminando sobre su fe, en torno a un puñado de presuntos músicos que sacan alaridos a sus pobres instrumentos, a las malas, y de unas figuras de yeso con trapos de colores encima… es una especie de carnaval puritano, y eso es lo que me agrada, que parece que celebraran pero no celebran. ¡Se ven extraordinarios!

Lo que me molesta es que por celebrar, terminen acabando con todas las maticas que encuentren en su camino. ¿Qué necesidad tienen de dañar una palma?, ¿si Dios existiera tendría preferencia por los que menearon palmas en la procesión? Hay que ser muy poco conciente de la situación climática actual para cometer semejante brutalidad…o bueno, basta con ser creyente. Y es que acá en Colombia parece que de los diez mandamientos, eliminamos dos, el quinto y el séptimo, llenamos los vacíos con otros tres: “no matarás” lo reemplazamos por “no darás papaya”, “no robarás” por “a papaya puesta, papaya partida” y al final, de remate, el que mejor nos sale: “lo que nada nos cuesta, hagámoslo fiesta”. Y dejemos a los feligreses en paz, ellos no tienen la culpa de su ignorancia. El problema va de Riohacha hasta Leticia, y de Pasto a Puerto Carreño, no distingue credo ni color de piel, es un problema, al parecer, genético. No reconocemos lo público.

¡Hemos confundido lo público con lo privado y lo hemos llevado hasta lo impúdico! En Colombia todo lo público es sinónimo de gratis, y por ende, de malo. De lo más insignificante a lo más importante. Empecemos por lo simple: un teléfono público. Es muy difícil encontrar un teléfono público que no esté malo, que no se robe las monedas, que le funcionen todas las teclas o al menos, que no tenga ni una raya, ni un número tallado con una navaja o copiado con un marcador, con su respectivo nombre. Ahora, en cuestiones de transporte pasa algo muy parecido, buses y busetas de servicio masivo muchas veces destartaladas, conservando con dignidad un poco de pintura, con las sillas llenas de rotos y el espaldar de las mismas plagado de cuanta insignia pueda uno imaginarse: “Yuri, te amo”, “LDS siempre con vos”, “FARC pte”. Y pasa también con algo tan importante como la educación. Pero no es que sea mala la educación pública del país, de hecho comparada con la educación privada, muchas veces es mejor. Me refiero únicamente a las Universidades públicas, a las instalaciones. Muros rayados, paredes que se caen, sillas que se sostienen con las ganas de estudiar. Ni el Gobierno destina más dinero para ellas ni los estudiantes dejan de dañarlas. ¡Y ni hablar de los baños públicos!

Tenemos serios problemas conceptuales que nos hacen pensar todo al revés, de pequeños nos enseñan a cuidar lo privado, “cuídelo como si fuera suyo” me decían cuando me prestaban algo. Pero lo público, que es de todos, no importa, porque es de todos. “Lo que nada nos cuesta, hagámoslo fiesta”, es lo que aplicamos. ¡Cuánta ignorancia, por Dios! Como tienen la impresión de que lo público no sale de sus bolsillos, no se les da nada verlo deteriorado, y menos, deteriorarlo. Creen que lo público simplemente estaba ahí, apareció porque sí o lo trajeron de Marte. ¿Y los impuestos? ¡Ah, cierto, esos van para unas cuentas privadas!

Algún día nos vamos a tener que dar cuenta del error y ojalá no sea muy tarde. Todos necesitamos de teléfonos públicos, de transporte público y más, de universidades públicas, lo que no necesitamos es estar dañando matas, ¿será que lo que buscan es tener más calor en las procesiones?

No hay comentarios:

El Sujeto

Mi foto
Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.