Divagaciones de un moribundo


Hoy me desperté sudoroso y temblando del miedo porque soñé que estaba en mi velorio. Ahí estaba yo, en la caja, sin poderme mover, viendo a través del cristal unas caras conocidas, otras no, pero todas tristes. Mi mamá lloraba desconsolada, mi papá se controlaba pero tenía una cara larga y demacrada, mi hermana se había devuelto de Las Europas y estaba ahí, con sus maletas. Sin duda, era la continuación de una pesadilla recurrente en mi infancia, donde moría apuñaleado a mansalva y por la retaguardia a manos de Freddy Krueger, mientras veía a mi mamá y a mi hermana huyendo desesperadas…supe que era la segunda parte porque desde el féretro vi a Freddy podando los arreglos florales que adornaban el cuarto. ¡Qué pesadilla, por Dios! No me aterraba eso de estar muerto, sino de estar siendo velado en una ceremonia netamente católica, con cristos, cánticos, plegarias, tintos y llantos. ¡Qué horror!

No me mortifica mucho la idea de dejar de existir, la verdad, porque hace un tiempo descubrí que lo único imposible en esta vida, es no morirse. Desde que nacemos estamos luchando por no morirnos, crecemos aprendiendo a evitar la muerte a toda costa, vamos envejeciendo y necesitamos de medicamentos para mantenernos vivos, pero, ¿para qué tanta lucha, carajo? No nos sirve de nada. Siempre nos encuentra La Calaca. ¿Por qué tenerle miedo, entonces, a una cosa que tarde o temprano nos va a tocar vivir ―morir, en este caso? Un día decidí hacerle caso a la lógica y en vez de tenerle miedo a morir, decidí cogerle pavor a la vejez. No quiero llegar a la vejez, no pienso ser viejo. Y me refiero a la vejez corporal, al deterioro que vive la máquina, porque mi mente, ojalá, siempre va a ser de preadolescente. Todos somos moribundos porque cada segundo que pasa, es un segundo menos de vida, o mejor, uno más de muerte. Además, con este sistema de Gobierno que nos ha tocado y nos va a tocar soportar por quién sabe cuántos años, son cada vez más altas las posibilidades de amanecer muerto; sea de hambre, sea por injusticia, sea por inequidad o sea falso-positivamente; hay variedad.

Este tema de la muerte me ha venido rondando la cabeza desde hace unos años y tomé la decisión ―por egoísmo, digo yo― de que cuando me toque va a ser porque yo quiero, por mis medios y con mis propias manos. Y le voy a huir a la muerte, no por instinto, sino por postergación: todavía me falta sembrar un hijo, escribir un árbol y procrear un libro. También, en vista del entorno social de mi ciudad, me he tomado la libertad de planear mi futuro después de muerto: me parece terrible que estando ya sin vida, siga estorbando por ahí quién sabe cuántos años más. Cuando reciban la noticia de mi suicidio, dejo por escrito, para que sepan ―y quedan invitados, además―, habrá un agasajo con mucha música, mucho trago, mucho humo (queda a imaginación del asistente la clase de humo que quiera echar) que planeo tener paga para tales fines…quiero una despedida con alegría, hay que celebrar que decidí elegir otra forma de vida. Las cenizas resultantes de los cigarros de los asistentes van a tener un lugar de depósito, en algún rincón, donde, junto a mis cenizas, van a ir a dar, en una bolsa plástica y debidamente sellada, al basurero.

Sólo me falta pensar bien una frase que me sirva de epitafio. Necesito que sea corta, concisa, concreta y que represente algo de mi vida o de mi muerte. ¡Ya sé! Se me ocurre que en el lugar donde se depositen las cenizas en la fiesta, haya un letrero con la siguiente frase ―no me molestaría si alguien la publica en mi Facebook o en mi Twitter―: “Aquí yace…mató El Sujeto”.

No hay comentarios:

El Sujeto

Mi foto
Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.