Manual práctico para establecer remoquetes

Ya no encuentro ningún atractivo en los apodos que escucho en la calle o veo en la red. ¿Cuántos Chechos, Lalos, Gordos, Negros, Julis, Muñes, Chiquis o Bebés puede haber en la ciudad? Una cantidad de denominaciones genéricas que no terminan distinguiendo a quienes las portan, porque, se supone que ese es el objetivo de un alias: diferenciar del resto, distinguir a alguien por el apelativo. La creatividad y el esfuerzo a la hora de realizar esta tarea quedaron delegados, al parecer, a esa parte de la población que está por fuera de la ley. Para poder violar las leyes hay que recurrir a métodos creativos, por ende es un gremio que cuenta con muchos creativos, y se nota, hay que admitirlo, que se esfuerzan para crear sobrenombres geniales. Además crearon una herramienta para camuflar el idioma que enriqueció ese universo creativo del hampa nacional: el parlache.

Sin querer ser arrogante, puedo decir que muchos apodos que he creado a lo largo de los años aún se conservan intactos, a pesar del tiempo y de la distancia, y eso se debe en parte a que invertí muchas horas de mi adolescencia procurando poner, digamos, buenos apodos. Empecé usándolos como método defensivo en respuesta a los que me atacaban, en cada entorno me conocían por un alias diferente, y eso sí, totalmente en contra de mi voluntad. Cuando vi que de nada valdría enfrentarme a la lengua de los otros, empecé a afilar la mía; fue cuestión de aguzar el sentido de la vista, la intuición, cultivar la creatividad y, con un poquito de chispa, quedó completo el trabajo.

Ahora sé que me sirve para todo. De hecho, gracias a mi carácter autodestructivo carezco de memoria y se me dificulta recordar los nombres de algunas personas, y es ahí cuando esta facultad me es de gran utilidad, aparece, de pronto, el apodo que le hube asignado con anterioridad a ese rostro y el registro sale exitoso. También con la pareja es útil porque por lo general cada uno tiene un nombrecillo especial y cuando son genéricos, a veces, crean problemas conyugales ―del tipo “¿por qué le dices a ella igual que a mí?”―. Aunque no pienso ahondar en este contexto, basta decir que cualquier palabra que evoque ternura, en diminutivo, sirve (pastelito, confitico, regalito, bomboncito, paquetico, cachorrito, etcéterita). Este manual está pensado y redactado para diseñar remoquetes ofensivos ―ya la sola palabra remoquete lleva una ofensa―.

Primer paso: elija la finalidad del apodo. Puede ser por odio o simplemente por fastidiar. Recuerde que para el primer fin habría que imprimir mucha más agresividad en el resultado final. Enfóquese en el Sujeto X, en la víctima, y piense en cómo quiere que sea recordado cuando escuchen el remoquete: no es lo mismo que alguien sea conocido como Garavito, a que le digan Garavicio.

Segundo paso: detecte los defectos. Pueden ser evidentes o poco evidentes. a) los defectos evidentes. Pueden ser algún lunar mal ubicado o algún retraso mental, ambas situaciones serían de gran ayuda. Aunque resulta un cliché, es efectivo y genera mucha recordación. Cuando tenga su preferido asegúrese de que coincida con su fin último (si es odio, que el defecto sea denigrante; si es fastidio, que el defecto sea superficial). Si definitivamente el Sujeto X no tiene defectos evidentes, busque, b) los defectos poco evidentes. Esta parte es compleja y requiere de mucha concentración. No importa el tiempo que tenga que observar o escuchar hablar a su víctima, en cualquier momento va a encontrar lo que busca. Tiene que ser sagaz para pescar un ‘buen’ defecto, algo que usted pueda usar para ofender: fíjese en el uso de las palabras, en lo que piensa, en la forma de comer, en la forma de inyectarse, como camina, y en fin, analice al Sujeto X.

Tercer paso: etiquételo. Con los elementos que tiene a la mano puede hacer un primer acercamiento, llamémoslo acá, una maqueta. Sálgase de lo convencional y convierta al clásico Pacho El Gordo en el moderno ByPacho, olvide al Negro y vuélvalo Mierda o cambie ese Feo por un Mondongo. El nombre debe incluir implícito el fin último y el defecto, pero también debe ser creativo y, ojalá, gracioso. Si se ríen de El Barroso, ¿cómo no reírse más de Guayaba o de Carevómito? Los nombres que nos ofrecen las patologías médicas o las bacteriológicas están cargados con malicia y sonoridad; Quiste Andante, Eccema o Migraña pueden resultar genéricos pero específicos a la vez, no pierda su norte.

Cuarto paso: pruébelo. En primera instancia hágalo con usted, piense qué tan cómico/jocoso/ofensivo/denigrante/degradante/deprimente le parece. Si cree que tiene estándares aceptables, empiece a compartirlo con alguien cercano ―a usted―, puede ser un grupo de dos o tres personas, que necesariamente conozcan a su víctima: ahí va a verificar la eficacia de su trabajo a menor escala, puede comprobar si es divertido fijándose en las risas, y puede verificar la recordación si se quedan repitiéndolo como discos rayados. De no ser así, de notar resultados no esperados, retome los pasos anteriores hasta que, al llegar a este, haya satisfacción general y personal. De no lograr satisfacción en sus intentos, salte al paso sexto.

Quinto paso: láncelo. Arrójelo, tírelo, dispárelo. Piense que el remoquete que ha diseñado es una bomba muy pesada y muy peligrosa. Solo tiene una oportunidad para que llegue a su objetivo y cause el mayor daño posible. Encuentre la manera de poner a la víctima en situación ―mientras más público, mayor vulnerabilidad presenta― y deshágase de su creación. Tenga en cuenta que todo el esfuerzo invertido en la tarea puede resultar inútil si este último paso fracasa. Si llegara a lanzar el apodo y no arroja ni una risilla, aborte. Aborte. Váyase lejos. Si puede, cambie de identidad.

Sexto paso (adicional): modifique el nombre original. En caso de que nada de lo anterior, hasta el paso cuarto, le haya funcionado o que el defecto de ese Sujeto X sea de nómina, manoséelo con la mayor libertad. Alberto, Gilberto, Norberto (y los que terminan en erto), por ejemplo, tienen rimas exquisitas. Recuerde que la herramienta que tiene a la mano es el lenguaje y, el nuestro, por lo menos, es muy flexible. Acomode palabras, duplique sílabas, hágalo sonoro, divertido, ameno, ridículo. Es de aclarar que en casos específicos ―y abundantes, por fortuna―, el Sujeto X carga a cuestas con un remoquete de nacimiento. Aquel Néstor Estivenson, aquel Yeferson Estiwar, aquel Maicol David, aquel Walterson no necesita otro apodo. Basta con marcar la pronunciación del nombre, sílaba a sílaba. Encerrándolo entre signos de interrogación alcanza daños increíbles. ¡¿Yé-fér-són-És-tí-wár?! Con eso bastará.

Espero haber sido de ayuda para usted, y sobre todo, para mí. Quiero volver a escuchar en la calle esos apodos que otrora abundaban, tan populares en la Antioquia de antes, en la Medellín del pasado, en la del idioma rico en remoquetes, donde nada se llamaba por su nombre.  Así, pues, siguiendo los pasos anteriores usted conseguirá lograr lo que nunca quiso o nunca pudo. Esto le sirve a usted, Bolemugre, Barrilete, Garra, Carechamba, Pocillo, para devolver los honores con la mayor potencia del caso. Completando los cinco, o los seis pasos, usted va a asegurar un remoquete fino, eficaz y duradero.

No hay comentarios:

El Sujeto

Mi foto
Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.