Para no olvidar

Xandra Paolita también celebró
Terminó el sueño mundialista para nosotros, hoy llegó el fin de Colombia en el mundial de Brasil 2014, hoy pasó lo que tenía que pasar desde primera fase pero que tuvimos que esperar un poco para poder entender que las cosas son como deben ser; que los mundiales de ahora se ganan con fútbol pero también con experiencia y con influencia de poder, de dinero y de La FIFA —que, básicamente, es poder y dinero. Colombia, sí o sí, iba a perder contra Brasil, lo decía la lógica, la mayoría de números, lo dijo Felipão y lo intuía el sentido común, aunque la esperanza de millones de personas estuviera puesta en lo contrario.

Confieso que no creía que esta selección pudiera llegar hasta la fase que llegó, yo veía jugadores talentosos y un técnico bueno conformando un grupo que iniciaba un proceso largo, no veía muchas opciones para Colombia en este mundial pero el equipo me hizo cambiar de parecer con juego casi sólido y vistoso —tuvo buenos momentos en todos los partidos, pero no dejó de mostrar el Sisbén—, que a pesar de los cinco títulos mundiales de peso que llevaba su rival, dio lo mejor que pudo y perdió con honor. Pero sin perder mucho, a la vez, porque gracias a sus triunfos, la Selección Colombia se llevó al bolsillo más o menos treinta millones de dólares en premios —por lo menos lo que Federación Colombiana de Fútbol deje.

Yo creo que los colombianos no vamos a olvidar nunca este mundial, cuando llegamos a cuartos de final, cuando nos paramos frente a Brasil de tú a tú, como el 5 – 0 contra Argentina, como el gol de Iván Ramiro en la final contra México; es un evento para no olvidar por muchas razones: ni siquiera nuestros abuelos pudieron contarnos algo parecido, el fútbol colombiano está en boca de todo el mundo, algunos jugadores colombianos se van a valorizar increíblemente después de su participación, alcanzamos récord mundial con Faryd Mondragón, tuvimos a James Rodríguez de goleador del torneo, extrañamos a Falcao pero entendimos que no era indispensable para ganar los partidos, gozamos unidos como pueblo y conocimos la alegría que tantas veces nos ha sido negada.

 Por eso es que no podemos olvidar que hay más de diez muertos y más de veinte heridos por esa unión como pueblo, tampoco podemos olvidar que para hacer ese torneo se murieron muchos y se desplazaron muchos otros, que miles de compatriotas se endeudaron para comprar televisor o para ir hasta Brasil y gracias a ese fenómeno estúpido del crédito, la economía se va a volver en su contra, no olvidemos que muchos de ellos se fueron a delinquir y a seguir reivindicando el deshonroso título que llevamos los colombianos en el exterior, que las cifras de robo de motos se incrementó en los días que jugó la selección, que mientras “los muchachos” estaban concentrados entrenando para derrotar a su próximo rival, los otros muchachos estaban concentrados asesinando en Arajuez, en Castilla, en El Salado, en Itagüí, en Barbosa, en Bello... Lo que tenemos que olvidar es que el cociente intelectual promedio en Colombia es de 88 puntos y que al año nos leemos 1,9 libros por persona, pero se nos facilita la tarea con los 6,3 litros de alcohol que nos borran la memoria mientras celebramos.

La tercera del noveno

Detestar el ambiente de los hospitales es casi tan malo como tener que ir a uno Es inevitable, algún día nos vemos enfrentados ante una situación que nos obliga a entrar en alguno de esos cementerios de vivos, y ahí estaba yo Aunque no era yo la enferma, entrar a un hospital me inducía a ese estado; me empieza a doler algún hueso, me da taquicardia y se me van las luces o me dan náuseas Hay dos tipos de enfermos, los de hospital y los sanos Los primeros siempre llevan la peor cara mientras que los otros caminan por ahí sin mostrar lo mal que están Las recepciones de los hospitales son la antesala de lo que se esconde tras ese montón de puertas cerradas, niños tosiendo, férulas rayadas, profesionales cafeinómanos, miradas indiferentes y ancianos dormidos Blanco, todo muy blanco, como para morirse ahí, como si todo estuviera dispuesto para entregar la vida, como diciéndole al enfermo entréguese, déjese llevar, ríndase, acá no hay más opción Un hospital es un cementerio de vivos engañados, pero a diferencia del hospital, el cementerio no me da tanto frío Pregunto por su nombre y me registran con el mío Camine hasta el fondo, me dicen, noveno pasillo a la derecha y luego a la izquierda en la tercera puerta, me dicen Algún niño tose en la recepción, la mamá le organiza el cabello y se fija resignada en el tablero de turnos En los hospitales todo se trata de turnos, es tu turno o no es tu turno Solo tienes un turno Camino rápido y paso los primeros pasillos Ancianos y niños, justo como en los parques, pero sin palomas Las palomas transmiten enfermedades, pero no necesitan estar en hospitales Al menos no en hospitales tan blancos y tan fríos No cuento los pasos porque no quiero parecer enferma y correr el riesgo de quedarme ahí, tampoco me preocupa pisar las líneas de los baldosines; no es cuestión de vida o muerte Dos enfermeras salen de un cuarto hablando entre ellas Me imagino que están conspirando contra algún enfermo Las enfermeras me generan la misma impresión malvada que las monjas y las maestras de escuela Entro al cuarto luego de tocar tres veces Adentro sí puedo contar los pasos Uno, dos, tres, cuatro Lo miro y me mira

            ― Pensé que no venías
            ― Ya ves
            ― Ya veo
            ―¿Todo bien?
            ―Ya ves
            ―Ya veo

Cambié el agua de las flores, estaba con puntitos blancuzcos Olía como en casa, el olor del viejo lo acompañaba a todos lados Es la colonia, me decía mamá, nunca ha cambiado de marca Empaqué la ropa sucia en una bolsa negra y la puse a un lado de la camilla Saqué un libro de mi bolso de mano y leí un par de capítulos acompañada de su silencio Los hospitales promueven la lectura Yo lo miraba sobre el libro, según me iba cansando de leer Se la pasó mirando el techo con la misma tranquilidad de siempre Estaría pensando en morirse

            ―¿Te gustaría?
            ―¿Morirme?
            ―Sí
            ―Sí

Cerró los ojos


            ―Apagá la luz antes de cerrar la puerta

¡No vote, dibújele bigote al monigote! Una campaña educativa.

Estamos a pocos días de presenciar el final de esa batalla quijotesca que nos han obligado a ver, esa gresca colegial que no tiene nada qué ver con una campaña electoral y que, habiendo gastado todos los cartuchos potentes en la primera vuelta, deja ver el juego sucio, los trucos y los chismes, las estrategias que se usan para ganar elecciones en las democracias modernas. La pelea circense no tiene dos bandos claros pero sí dos cabezas principales, dos opciones que dejan sin opción a cualquier mente sensata, pero que algunos han asumido como reto personal y se decidieron por uno de los dos rotos.

Mi opinión es que nos culearon. Literalmente sacaron su miembro y nos penetraron por Leticia, nos acariciaron a Nariño mientras nos jalaban de Boyacá. Y mientras tanto nos pegaban el sida, el herpes, la gonorrea, la sífilis, el uribismo, la malaria y todas las enfermedades que haya disponibles, todas ―incluso las que no cubre el P.O.S. Las propuestas de los dos candidatos a culearnos otros cuatro años nos llevan a la paz y a la guerra, nos dividen entre educación y vivienda, nos ponen a elegir entre el terror y el asco; ninguno de los dos candidatos se pudo centrar en mantener unas condiciones aceptables para lo que mantiene vivos a TODOS los habitantes del país ―menos a los falsos positivos―: el campo. Colombia no sobreviviría un día sin agricultura y se demostró en el tal paro agrario que no existió; si no se hubiera llegado a un acuerdo, el caos se hubiera tomado lo que le falta por colonizar del territorio nacional. Era cuestión de ver a las señoras agarradas del pelo por un par de tomates chontos para darse cuenta del significado de los campesinos. Pero no, ninguno de los dos candidatos se fija en esas nimiedades, el campo ya no es buen negocio.

Tratando de elegir entre el peor de los males, algunos sectores que no tienen nada que ver con el uno o con el otro, se han volcado ideológicamente y han sumado su apoyo al candidato que más le conviene. Esto ha dado como resultado el apoyo a regañadientes, los candidatos que no alcanzaron el umbral en primera vuelta, se voltearon cediendo, de alguna manera, los pocos votos que alcanzaron a comprar. Pero no estoy de acuerdo con que voten a las malas, nadie está obligado a votar en contra de sus principios y sería una pena que vendieran sus principios en vano. Yo quiero reivindicarme con los trabajadores del campo, yo sí les agradezco todo lo que me como, me tomo o me fumo, es por ellos que somos gordos felices con los triglicéridos altos, es por ellos que podemos disfrutar de un banano con un vaso de leche, es por ellos que tenemos aguapanela fría en la nevera.

La invitación es a que no regalen la conciencia y no voten, pero que asistan a votar y le dibujen sombrero a cada candidato. Un sombrero y un poncho. Un sombrero, un poncho y un machete ―¿una motosierra? Un bigote, al estilo del Zuluaga de antaño, una chirimoya, una yuca, una arracacha, un zapote o una naranja: decore el tarjetón con lo más campesino que se le ocurra, haga sentir la voz de los más necesarios pero los más necesitados del país y así, con ese pequeño aporte, ustedes van a poder ver cómo eliminan a Colombia del mundial de fútbol con la conciencia tranquila por haber ayudado a esa familia que cosechó la naranja que alguna señora loca tiró con rabia para alguna campaña sucia.

Por eso, ¡no vote, dibújele bigote al monigote!


Discapacitodos

Creo que no me tengo que esforzar mucho explicando detalles del escándalo que tiene alborotados a mis paisanos actualmente: una líder espiritual de alguna iglesia diciendo estupideces, que dizque ningún discapacitado está en condiciones de subirse al altar para oficiar la ceremonia; después salió explicando que sí se podía subir, siempre y cuando no se le notara mucho. El argumento de estas afirmaciones se encontraba en las Sagradas Escrituras, como era de suponerse, según citaron. Yo entiendo que protejan la imagen de la empresa, eso no es nada nuevo, lo que no tolero es que discriminen las discriminaciones tan excluyentes, ¿y dónde me dejan la incapacidad mental de los pastores?, ¿y la de los fieles?

Todos sabemos la cochina relación que existe entre política, religión y lavado de activos, por la misma razón no nos sorprende eso de que para proteger la fachada espiritual de su lavadero recurran a semejantes estupideces, la discriminación es pan de cada día para un ciudadano corriente. No sé por qué se escandalizan sino cuando discriminan al discapacitado o al indefenso sabiendo que discriminamos indiscriminadamente: al peatón, al motociclista, al pobre, al feo, al negro, al bobo, al zurdo, al sordo, al gordo, al flaco, al alto, al caco, al rico, al feto, al ñato, al blanco, al zarco, al uno, al otro y sobre todo al que no discrimina.

Yo no sé por qué salió el presidente por televisión exigiendo tolerancia, se llenó de babas la boca diciendo que Colombia es un país sin discriminación, pero, ¿dónde está el carril de motocicletas, señor presidente?, ¿por qué nos tiene tan abandonados a los consumidores de psicoactivos?, ¿por qué no ha convertido el tejo en deporte olímpico?, ¿por qué no ha bautizado a los NN?, ¿dónde están los carros para zurdos?, ¿y el aborto masculino?, ¿y la zona de fumadores en los aviones?, ¿y el servicio militar obligatorio femenino?, ¿y los buenos humoristas?, ¿y los buenos modales?, ¿y las buenas personas?

Se discrimina en bares, discotecas, colegios, iglesias, empresas, oficinas, calles, familias, organizaciones, clanes; se discrimina por edad, sexo, raza, color, etnia, estrato, condición social, sangre, familia, nombre, cara, culo, tetas, plata, acento, cuna, tumba. Por consejo, por honor, por respeto, por tradición, se discrimina porque sí y porque no, porque de pronto y porque quién sabe, de todas maneras alguien lo iba a discriminar. Por eso mismo es que nos discriminan afuera por llevar la nacionalidad que llevamos, porque ni siquiera entre nosotros nos aceptamos, por ladrones, por matones, por traficantes, por burdos, por peligrosos, por involucionados, ¿cómo le van a exigir evolución a una persona que no la conoce?

Actividad para anormal

Tenemos una aversión natural hacia lo que nos altere los nervios, rechazamos las experiencias que conocemos y catalogamos como negativas, detestamos las sorpresas malas y buscamos que las buenas se repitan cada vez con más frecuencia; rechazamos el dolor, el miedo, la angustia: no nos gusta sufrir. Hay quienes buscan lo contrario, se les llama masoquistas ―personas que disfrutan sentir dolor o fantasear con sentirlo―, y aunque son respetados, no dejan de ser mirados como bichos raros. Yo, que soy una gallinita, opto por sentirme bien todo el tiempo y evito lo que me pueda resultar doloroso/bochornoso/aburridor/angustioso, busco repetir las buenas experiencias, me adelanto a las sorpresas ―porque detesto el suspenso― y prefiero las sonrisas. Por eso es que no veo películas de terror.

En el tiempo muerto de inicio de año me di a la tarea de abrir mi mente a este género cinematográfico que me había sido tan ajeno teniendo en cuenta mi gusto por el séptimo arte, para nada selecto, pero con estándares básicos a la hora de disfrutar. Con ojo crítico vi varias cintas clásicas, luego unas populares y algunas catalogadas como
novedosas y contemporáneas por unos blogueros expertos en comer crispetas: de Nosferatu a Hitchcock todo estaba bien, para su época fueron sensacionales, una tras otra, pero de ahí para adelante se vino en declive el terror a pesar de los éxitos taquilleros de los noventas como El Proyecto de La Bruja de Blair o El Aro. Sentí de todo menos terror, eso sí, ninguna me hizo reír tanto como Actividad Paranormal. Bueno, miento, hubo una: Actividad Paranormal 4.

Me centro en ese título porque superó mis expectativas, no hay Jim Carrey ni Adam Sandler que le superen en comicidad, ni Víctor Gaviria que le compita en bajo presupuesto, ni Dago García que se le compare en desfachatez, ni nada. Es mala, con ganas. Es tan mala que da risa, dan mucha risa. La primera, la segunda, la tercera, la cuarta y la quinta. A parte de la saga de Torrente, no conozco saga cinematográfica que valga la pena, las sagas son malas y esta saga es la más mala de las malas sagas en la saga de la historia de las sagas del mundo de las sagas.

Es paranormal asustarse con efectos que Roberto Gómez Bolaños dominaba en los setentas, es paranormal el grado de estupidez de los personajes, también el guion lento que produce paranormales bostezos que, de vez en cuando, son interrumpidos por los gritos surround de algún pendejo subnormal, es paranormal que se sigan asustando con un
found footage, es paranormal que sigan llenando las salas con películas de este calibre y lo más paranormal de todo, es que ya sean cinco las paranormales caspas.

El Sujeto

Mi foto
Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.