¿Gamín?, muchas gracias.


“Tu misión, si decides aceptarla, es encargarte de dejar limpio nuestro nombre poniéndonos a paz y salvo. También, ¿por qué no?, comprar una bolsa de leche”. Esa nota me daba los buenos días desde la puerta de la nevera cuando fui a buscar leche. Mi mamá solicitaba mis servicios de de-todero y yo tenía que cumplirle. ¿Qué hacer primero?, el reto consistiría en hacer las dos cosas de tacada, ahorrando tiempo y energía. Dos lugares: el banco y la tienda; la tienda y el banco, no sabía qué orden darles. Y es que había un grado de dificultad alto en la misión porque cada tarea tiene asignado su atuendo: al banco se va bien vestido y a la tienda se va en chanclas y en pantaloneta. ¡Sencillo! Junté los dos vestuarios, agarré mi reproductor de música, cien de volumen, me monté en unas gafas negras y salí dispuesto a lograr mis objetivos. Ya el orden del recorrido estaba planeado, primero el banco, después la tienda.

“Hale”. Hice caso y halé. Cuando levanté la cabeza, vi la fila que generalmente se ve en quincena. A esperar. Eso de esperar no es que me apasione, pero me lo aguanto. Lo que no me aguanto es esperar en el banco. ¿Qué es eso tan feo de hacer fila para perder plata? Además, entrar a un banco me llena de estrés, me desespera. ¿Por qué no puedo hablar por celular?, ¿por qué eso de estar ‘bien vestido’ ―además, ¿qué diablos es estar ‘bien vestido’?, a mí me parece muy feo el uniforme de los policías y allá viven metidos―?, ¿por qué hay que quitarse las gafas negras? Ah, claro, por que si no, recaen sobre uno las sospechas. Pero, ¿sospechas de qué, si sólo vine a darles mi plata? En este país, es muy sencillo, todo genera desconfianza y cualquiera es sospechoso de cualquier cosa en cualquier parte. La fila no avanzaba pero mi estrés sí. A ver, no es que yo tenga un referente cercano de alguien que se haya muerto de estrés, pero es que no quiero ser el primero. Evito las cosas que me hagan estresar, siempre. La música, en estos casos, me relaja. Hay investigaciones serias de universidades prestigiosas donde se afirma que hay animales que se calman con la música. Está comprobado científicamente ―lo pasaron por Discovery― que yo soy uno de esos. Por eso siempre escucho música, para no ir a matar a nadie por estar estresado.

Ya faltaban unas diez cabezas para alcanzar el primer objetivo: todo salía bien, la fila se movía con relativa frecuencia y aunque mi desesperación aumentaba, yo podía aguantar. A la cola, que ya no era tan larga, llegó una viejecita con una cara tan tierna, que la vi y sentí ganas de abrazarla. Sonriendo, se acercó al último y lo sobrepasó. Lo mismo hizo con el que le seguía. Y así, se fue acercando hasta mí. Yo me interpuse en su camino y de inmediato su sonrisa se borró. Me dijo algo pero no le escuché por estar sumido en mi música. Liberé un oído de su audífono y ella repitió.

― Permiso, joven, permítame pasar ―intervino, ante mi negativa.

― Haga la fila, señora. Respete el turno de los que sí la hicimos.

― ¿Usted no ve el letrero que dice que le ceda el puesto a los mayores? ―me mostró con su mano arrugada el letrero al que se refería.

― Bueno, entonces necesito que venga el Administrador del negocio a que fiscalice, con cédulas en mano, que la fila esté de mayor a menor ―empecé a vociferar, irritado.

En esas, se acercó un vigilante que había estado mirando la escena, me pidió que por favor me calmara, que no debía haber problemas por eso y dirigiéndose a la ancianita, le contó que el letrero sólo sugería dicho acto, sólo invitaba a la cordialidad. Yo me calmé, miré a la señora, sonriendo, y le di la espalda. Más volumen. Música para calmar la bestia. De pronto, me tocan el hombro desde atrás. Me retiré un audífono y vi al celador de nuevo.

― Perdone, amigo, pero no puede hablar por teléfono.

― Discúlpeme, pero no estoy hablando por teléfono, estoy cantando.

― ¿Puede gritar menos duro, por favor?

Evité hacerlo. Ya faltaba la mitad desde la última vez que miré las cabezas de adelante. Con la música a poco volumen, empecé a sentir un murmullo que me llegaba de atrás. Miré por el rabillo del ojo y vi a la ancianita dándome una escaneada de abajo hasta arriba y hablándole pacito a un señor que tenía detrás, que no hacía sino asentir.

― Si quiere saber algo de mí, puede preguntarme tranquilo, señora ―le dije, mientras veía el ceño arrugado que se fruncía, se arrugaba más y más y más.

― No, si yo ya sé lo que quiero saber de usted. Con esa pinta no puede ser otra cosa ―me respondió.

― ¿Y qué papel se supone que estoy desempeñando? ―inquirí, ansioso de su etiqueta.

― Pues mírese: con gafas negras, con una camiseta sudada y sucia, una pantaloneta y unos tenis, ¡sin medias! ¡Usted es un gamín! ―me vomita, la muy arrugada.

― ¡¿Un gamín?!... ―empecé a pensar los argumentos que le iba a dar para que pensara lo contrario, mientras llegaba mi turno, y recordé un episodio que recién me había pasado.

Imagíneme borracho. Lejos de mi casa, plenas fiestas. Solo. Sin un céntimo. No hay celular y no me sé ningún teléfono. Tampoco quiero acordarme. Empiezo a caminar por ahí, pensando en dónde pasar la noche. Llego a un parque. Me acomodo en una banca. Todavía me acompaña media media. Glu. Glu. Glu. Un tipo de mala facha y mal olor se me acerca y me pide un trago. Yo se lo doy, más por miedo que por cordialidad. El tipo se sienta a mi lado y me ofrece un cigarrillo. ¿Lucky Strike? Sí, fuma Lucky. Después de hablar con él unos minutos me convence, licor de por medio, a acompañarlo en su recorrido. Toca reciclar. ¿Qué tengo para perder? La noche se convierte en madrugada y estoy asombrado con la lucidez de este tipo. Le cuento que no tengo dinero para el pasaje hasta mi casa y él, sin dudarlo, me ofrece un billete de diez mil. ¿Pues cómo, hermano? ¡Con eso compramos media más y me alcanza para irme mañana en bus! Llegué a mi casa con un concepto diferentísimo del que había desarrollado sobre la ‘gente de la calle’. El vicio nunca lo consideré problema, tampoco la facha…era la vagancia, luego, el robo para comer. Pero el tipo me enseñó la diferencia entre indigente y ladrón, que no siempre son lo mismo. También me convenció de que no era que les gustara vagar, simplemente nadie los contrataba ni legal ni ilegalmente; en primera instancia por carencia de papeles y en segunda, por su facha. Si no era lo uno, era lo otro. Les tocaba apelar a la mendicidad, muchas veces. ¡Ah, y es que no es lo mismo ‘mendigo’ que ‘habitante de la calle’, porque no hay que guerrearla allá afuera para mendigar, algún presidente de Colombia algún día podría mendigarle algo al de Estados Unidos, por ejemplo. Desde ese día, cada que me dicen gamín, me siento halagado. Y es que no es para menos, ese apelativo no lo merece cualquiera, hay que aprender muchas cosas de la vida para sobrevivir, como muchos de ellos logran hacerlo. ¡Si entre todos los guerreros de esta ciudad escribieran una enciclopedia sobre la vida, sería la más completa que se haya escrito sobre el planeta!

― ¿Gamín?, muchas gracias, doña ―solté al fin, sonrojado pero con una sonrisa de agradecimiento. Me miró raro, no entendía lo que pasaba―. Es más, por el cumplido, bien pueda y se ubica adelante…usted puede tener razón. ¡Al fin y al cabo usted está más muerta que yo!

¿Recibos? O.K. ¿Leche? O.K. Objetivos cumplidos. Cuando llegué a la casa encontré a mi mamá en la cocina y me preguntó, angustiada, por el resultado de la misión. Al terminar de rendirle los dos informes, por escrito, como se debe, recibí con sorpresa, dos condecoraciones ―humeantes y olorosas: una, por haber logrado la misión en tan poco tiempo, con el menor esfuerzo, con estrategia, con agilidad, con pericia…la otra, por haberle cedido el puesto a una anciana en la fila del banco.

1 comentario:

Juanelo Giraldo V dijo...

muy tesooooooo taquio, "¡Si entre todos los guerreros de esta ciudad escribieran una enciclopedia sobre la vida, sería la más completa que se haya escrito sobre el planeta!" excelenteee!!

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Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.