Fábula de la princesa, el enano y el falso príncipe

Con un vestido blanco de encajes de seda y descalza, se veía caminando en lo profundo del bosque. Por tramos aceleraba su paso, asustada, aturdida en parte por el ruido de los animales que no alcanzaba a ver y en parte por el miedo de no saber hacia dónde estaba huyendo. Vio cómo la cinta que daba vueltas a su pelo dorado queda atrapada en la rama larga de un árbol viejo para luego salir a volar por los aires impulsada por una ráfaga de viento. Al fondo del montón de árboles, alcanzó a ver que llegaba al castillo, y desesperada por llegar, empezó a correr hacia su hogar. Al llegar a la compuerta principal notó que no estaba custodiada por los dos guardias que, habitualmente, cumplían su horario. Sin anunciar su llegada, la compuerta se abrió y la princesa entró al castillo. Cuando notó que nadie la esperaba, empezó a revisar cada habitación existente. Cada puerta que abría la llevaba a la habitación del enano, con él adentro, sonriéndole e invitándola a pasar. Ella cerraba una puerta para intentar con otra, pero inevitablemente terminaba llegando donde el enano. Cuando abrió la última puerta y vio al pequeño ser, decidió escucharlo. Le decía, con su vocecita, que subiera a la torre más alta del castillo y allí iba a encontrar la respuesta. Ella, sin dudarlo, se iba corriendo hasta las escaleras de esa torre y cuando llegaba, empezaba a subirlas con pasos largos. Subía y subía escalas, miraba hacia arriba intentando adivinar cuándo iba a llegar, finalmente veía la luz de la ventana de la parte más alta de la torre, subía más rápido las escalas, llegaba muy cerca, pero cuando le faltaba poco para mirar por la ventana, volvía a verse corriendo en el bosque.

El enano esa mañana había recibido la visita de la princesa, nunca, pensaba él mientras la recibía, podría existir una igual de bella. Venía a él por una razón, y, después de contarle sus males, le pidió un favor: necesitaba una poción para dejar de vivir. Él, que conocía bastantes hechizos y algo de alquimia, aceptó, no sin antes lamentarse de estar obligado a servirle en semejante tarea. Antes de que lo abandonara su bella presencia, intentó convencerla de que, como ella, las flores hermosas siempre van a vivir mientras haya sol, pero ninguna palabra fue suficiente para hacerla desistir. El enano comenzó a trabajar antes del mediodía para tener lista la poción.

Volvía a verse en el mismo bosque, en el mismo castillo solo, en la misma búsqueda tras las puertas y llegaba hasta la misma parte de la torre. Recomenzaba el ciclo, cada vez con un vestido diferente. En el mismo bosque, en el mismo castillo solo, la misma búsqueda que llevaba al enano… Intentaba hacer diferente las cosas, pero no podía. Aunque sabía lo que iba a pasar, sentía el mismo miedo. El ciclo se repetía, y se repetía, y se repetía.

La poción estuvo terminada cuando se guardó el sol, y él, diligente y servicial, como había sido siempre, sobre todo con ella, llevó en un frasco, a hurtadillas, la poción que terminaría con las penas de la princesa hasta sus aposentos. Cuando se anunció la visita del enano, ella estaba llorando, recostada en la cama y ansiando la llegada de la pócima. Él solo se la entregó y vio como se bebía todo el contenido del frasco. Cuando cerró los ojos, él se acercó, besó su frente y salió sin que lo vieran.

Se despertó con un grito fuerte. Estaba encerrada en el ciclo y, eran tantas las ganas de saber la respuesta, que se levantó sin si quiera haberse mirado al espejo. Miró a su alrededor y estaba en su cuarto. Con sus criadas. Todas parecían sorprendidas por su regreso. Sin importarle nada más que la respuesta se dirigió a las escaleras de la torre más alta del castillo. Empezó a subirlas, tal como sabía. Cuando llegó a la ventana que mostraba luz, no volvió a empezar. Alcanzó a ver todo el jardín del castillo florecido. Ahí, frente a la ventana, comprendió que las flores hermosas siempre van a vivir mientras haya sol. También supo que aunque el falso príncipe se llevó todo el botín del reino de su padre, no alcanzó a llevarse ni una sola flor del jardín.

No hay comentarios:

El Sujeto

Mi foto
Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.