Ya había dicho alguna vez
que Colombia se levantó entre muertos. Sabemos que en la conquista hubo mucha sangre
y de ahí en adelante, hasta nuestros días, está la misma cantidad de líquido
vital circulando bajo nuestra suela. Estamos hablando de 513 años, cinco
siglos, desde 1502 que hubo desembarco en estas tierras por parte de los
españoles, cuando Colombia no era ni siquiera una idea, cuando no éramos más
que un montón de tribus asentadas en un territorio. ¿Y qué tiene que ver el
martirio de nuestros antepasados con lo que vivimos ahora? Si de algo sabemos
es de violencia, todos tenemos algo de sangre derramada, nadie se salva:
Colombia siempre ha sido un país violento de gente violenta que vive y, obviamente,
muere violentamente. Nadie puede ser tan ignorante como para asegurar lo
contrario: y eso que tenemos una de las tasas más altas de analfabetismo en América.
Colombia jamás va a llegar
a la paz; ni siquiera a una de tantas de sus definiciones, y todo es gracias a
varios puntos que voy a tocar a continuación.
Primero. La
guerra es el mejor negocio después de la religión. Lo primero que se debe
entender es que la guerra es un negocio lucrativo y si hay dinero de por medio,
es prioridad nacional. Muchos colombianos (influyentes o no) viven de la
guerra. Algunos llegan a vivir muy bien, y solo por esos, solo por los que
viven bien de la guerra, es que no se puede acabar. No lo van a permitir. La
sangre es el precio.
Segundo.
Colombia
es un país de gente poco pensante. En general, católicos que beben licor y no
leen, según las estadísticas. El problema no es que sean católicos, o que beban
licor, o que no lean: el problema es que hacen todo eso a la vez. Eso nos
convierte en una jaula de simios creyentes violentos medianamente conscientes:
a eso se reduce nuestro material humano, por eso tenemos una media de 84 puntos
de cociente intelectual, el equivalente al de una babosa con síndrome de Down recién
nacida.
Tercero.
Somos
una democracia. Pero, ¿qué tiene de malo una democracia? El meollo, en este
caso, son los simios creyentes violentos medianamente conscientes (o babosas con
síndrome de Down recién nacidas, como prefiera), que en su afán de participar
en cualquier certamen que los favorezca, hacen lo peor que saben hacer: elegir.
El problema no es la corrupción de los gobernantes, ni el bipartidismo, ni el
tráfico de influencias, el problema son los que votan, los que han votado y los
que van a votar.
Cuarto.
Colombia
no sabe lo que necesita. Desde el principio ha sido así: nos compraron con
espejos, luego con un gobierno “propio”, luego con el fútbol y los reinados.
Hoy nos venden la paz y nosotros aceptamos. ¿Educación?, no, gracias, mejor la
paz. ¿Derechos humanos?, ¡por favor!, necesitamos paz. ¿Equidad social?, ¿dignidad?,
¿infancia?, ¿alimentación?, ¿respeto a la vida?, ¡pamplinas!, ¡PAZ! Nos han resumido
los problemas del país en una sigla (FARC), nos han hecho pensar que el enemigo
es solo uno para poder invertirle la mayoría del capital a su negocio, la
guerra.
Quinto. No
nos importa. Sabemos que nos hace falta educación, pero no nos importa. Sabemos
que nos hace falta civismo, pero no nos importa. Sabemos que nos hace falta
cultura, pero no nos importa. Sabemos que nos hace falta respeto, pero no nos
importa. Sabemos que nos hace falta conocimiento, pero no nos importa. Sabemos
que tenemos una historia, pero no nos importa. Sabemos que no nos importa, pero
no nos importa.
Sexto.
No
nos importa y estamos orgullosos. No nos basta con demostrar que estamos mal,
necesitamos celebrarlo a como dé lugar. Ojalá con bastante licor. Y con putas,
porque aunque tenemos, no nos gusta que las llamen así en el exterior. Para eso
sirve el orgullo que tenemos, para defendernos de los ataques externos, no para
hacer valer nuestros derechos (entre otras cosas, porque no existen).
Séptimo.
No
tenemos memoria. Ni memoria histórica, ni cultural, ni lingüística, ni social,
ni nada. No tenemos memoria de nada. Un día estamos llorando a un prócer y al
otro estamos celebrando con el asesino. Nos olvidamos de los agravios a la
constitución, nos olvidamos del bambuco, nos olvidamos de los desaparecidos, de
los desahuciados, del anciano, del niño, del pobre, del rico, del feo, del
lindo. Somos el mismo país de siempre.
Octavo.
No
tenemos raíces. O sí tenemos, pero no sabemos cuáles son. Se extraviaron en el
camino, las perdimos o nos las robaron. No escuchamos cumbia, ni guabina, ni
bambuco, ni pasillo, ni currulao, ni mapalé,
ahora tenemos el Ras Tas Tas. Nuestro segundo idioma es el inglés, jamás el wayuunaiki,
el muisca o el quichua. Nuestro atuendo se compone de prendas de Tailandia,
China o Singapur con etiquetas europeas o estadounidenses. Nuestras
manifestaciones artísticas no son realmente nuestras. Nuestra identidad
realmente no es nuestra, es comprada y salió muy barata.
Noveno.
No
tenemos sueños. Al mejor puesto que puede aspirar un colombiano es al de
presidente, y ya eso es tocar fondo, es tener la reputación más baja de todas. El
mayor logro que puede tener el colombiano común es adquirir una capacidad de
endeudamiento tan amplia que pueda acceder a un vehículo, una casa y un pedazo
de tierra para disfrutar la vejez de manera poco tormentosa junto a su
descendencia. Nada se planea: ni los hijos, ni la muerte, mucho menos la vida.
Nada se cumple: todo se incumple. Nada se puede: todo se posterga. No tenemos
sueños porque no valen nada, los sueños no dan de comer; o eso dicen.
Décimo.
No
tenemos alternativa. Como están las cosas, nosotros somos como somos porque así
nos toca ser. El pobre es pobre porque es bruto. El bruto es bruto porque es
pobre. El bruto es pobre porque es bruto. El pobre es bruto porque es pobre. El
rico es rico porque el pobre es bruto. El rico es rico porque el bruto es
pobre. El rico es rico porque no es ni bruto ni pobre. El pobre es pobre porque
elige al rico. El rico es rico porque no elige al pobre. No tenemos
alternativa. Un libro vale más que una botella de aguardiente. El pobre va a
seguir siendo pobre porque va a seguir siendo bruto. Y el rico va a seguir
cobrando las rentas de la guerra que se alimenta de sangre de pobres brutos.
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