Hágase la luz

La brisa que le pegaba de frente en el rostro resaltaba la sensación de frío que, con hilos de sudor chorreándole en el mentón, se iba haciendo más intensa. El caballo galopaba a la máxima velocidad que podía hacerlo cargando los dos bultos; el terreno de la senda más corta, la que habían tomado, era complicado y más para una gestante en apuros a esa altura de la noche. Chepe esquivaba los obstáculos del camino con mucha torpeza, el pantano a veces le llegaba hasta las rodillas y en más de una oportunidad casi pierde el equilibrio. Carmen revisaba la respiración del pequeño que llevaba entre vivo y muerto en sus piernas pero el galope arrítmico de la bestia le hacía imposible la tarea. Tomó con fuerza las riendas y haló, el caballo se detuvo en un terreno medianamente plano. Aprovechó la quietud y volvió a revisar si el chiquillo soltaba aire por nariz o boca. Creyó sentir aire caliente, diferente al que la noche le ofrecía. Aún vivía. Se desabrochó la bata en la sección del vientre y comenzó a sobarlo. Las contracciones eran cada vez más fuertes, inhalaba profundo por la nariz y exhalaba lento por la boca, sacando el aire de a poco, como habría aprendido de las experiencias pasadas.

Después de asegurarse de que el niño seguía vivo, puso en marcha la bestia y siguieron por el camino. Al fondo, en la montaña, decenas de luces se encendían y se apagaban, el sonido de la pólvora se escuchaba realmente cerca, a veces Chepe se asustaba, pero seguía su marcha al verificar que seguía bien todo; ¿cuál sería la casa de Aquilino?, no importaba, eso se sabría después, primero tenía que llegar. Aunque la noche estaba de un negro denso, la luna alcanzaba a mostrarles hacia dónde iban, eso sí, nada les aseguraba que llegarían a tiempo a su destino. En el camino Carmen estuvo elevándole oraciones a Dios, el pequeño no debía morir…ninguno de los dos pequeños podía morir, y para asegurarse, ofreció su vida en cambio de la de ellos dos. Las luces intermitentes estaban cada vez menos lejos, ella confiaba en Chepe. En Chepe y en Dios. Ellos dos eran los únicos que le podían ayudar en el momento.

Una loma los separaba del caserío. El color de la cara del niño se iba mermando y mermando, estaba pálido, del color de la luna que los seguía. El caballo hizo un último esfuerzo y mientras se arrodillaba para reposar, un tumulto se fue formando; primero llegaron dos hombres, luego una mujer, llegaron unos niños y en cuestión de segundos todos querían socorrer al moribundo. Carmen desesperada los calmó de un grito, y después de que hubo silencio, preguntó en voz alta por Aquilino.

― Suba hasta arriba, hasta el filo, mi doña, allá encuentra al Aquilino. Pero no le va a servir de a mucho porque ese hombre anda en una perra asquerosa ―contestó uno de los borrachos, esforzándose para hablar claro.

Dejó a la bestia pastando y descansando, tomó al niño, se lo montó al hombro y subió lo más rápido que pudo hasta el fin de la loma. El desespero que la invadía era comparable al que había vivido cuando recién se iniciaba la guerra civil en el campo, cuando huyendo de una horda de eufóricos energúmenos que había acabado de acribillar a su papá, tuvo que correr por horas bosque adentro para salvar el pellejo. Cuando por fin llegó al filo, ubicó la casa de Aquilino por el jeep que estaba parqueado afuera. Gritó su nombre varias veces pero nadie atendió. Descargó al niño con cuidado sobre la manga de un jardín y agarró a golpes la puerta.

― ¿Qué necesita con tanta bulla? ―salió una voz femenina y aguardientosa detrás de la ventana.

― ¡Es urgente, necesito que Aquilino me lleve a San Gil!, ¡mi hijo se está muriendo! ―suplicó.

― ¡Ése sinvergüenza está todo borracho!, yo no creo que sea capaz de levantarse de la estera si quiera, misiá…―respondió la voz de la ventana― pero abajo hay más paisanos que la pueden ayudar.

― ¡Todos están borrachos! ―dijo, desesperada y agarrándose la cabeza, Carmen.

Los pasos y la respiración agitada de alguien las alertó.

― ¡Pero si está usté muy de buenas!, el dotor está en la vereda.

Un tipo panzón se acercaba caminando y jadeando cual buey, se limpiaba el sudor de su cara rojiza con el dorso de los brazos. Vio el niño sentado en la manga y sin preguntar, fue hasta él. Lo primero que lo alarmó fue el tamaño y la profundidad de la herida. Con eso y el color del rostro, tuvo para saber que se encontraba frente a un cuerpo sin vida, pero sin ahorrar medidas, intentó tomar el pulso, y, efectivamente, no había ya nada qué hacer. Carmen se fue acercando lentamente y sin emitir palabras, vio la cara del doctor de cerca.

― Disculpe, ¿usted es la mamá? ―se dirigió a ella.

― Sí, dotor, yo lo traje al mundo ―le soltó, esperanzada.

― Bueno, pues…lamento informarle que el niño falleció hace al menos media hora. Ya cualquier cosa que se haga por él, es en vano ―mientras se levantaba y le ofrecía un abrazo.

― ¡Usté no sabe nada!, ¡usté está borracho! ―le gritó con desespero al doctor.

― Mire, señora, cálmese. No tengo que estar sobrio para reconocer un muerto, y disculpe la franqueza…

― Al menos ayúdemen a llevalo hasta la casa pa dale santa sepultura ―dijo Carmen antes de desplomarse inconsciente sobre el suelo.

Esa mañana todos acudieron a la misa que estaba ofreciendo el Padre Jaime en San Gil, celebrando la llegada de la luz eléctrica a las veredas. Carmen y Jesús, católicos-apostólicos-romanos, se levantaron muy temprano para alistarse y alistar a sus hijos. A las diez de la mañana estuvieron llegando los quince, dieciséis, mejor, contando a Manuel de Jesús que estaba próximo a nacer, todos muy organizados, muy bien vestidos: los varoncitos de pantalón corto, camisa de manga corta y el corte de cabello asentado con linaza; uniformados. Las niñas con vestidos de boleros y peinadas con rulos, Carmen con un vestido materno y un chal bordado a mano por ella misma; Jesús, encabezando la manada, de chaqueta, pantalón, corbata y zapatos de cuero.

― Mija, vea al curita Jaime llegando, agárrelo y sáquele una citica pa lo de los bautizos y las primeras comuniones, ¡yo no quiero hijos ateos! ―le dijo Jesús a Carmen mientras la agarraba del brazo.

― ¡Deje miar al macho!, hay tiempo pa todo, después de la ucaristía vamos con los muchachos y de una vez se los presentamos.

El religioso se abrió paso entre la multitud, a empujones pero repartiendo bendiciones, y cuando pudo llegar al altar dio inicio, entusiasmado, a la celebración. Dios dijo un día: “Hágase la luz”, y la luz se hizo. Hoy, queridos hermanos, nos reunimos para celebrar el día en que, en nuestra tierra, Dios quiso que se hiciera la luz; “Hágase la luz”, ¡y la luz se hizo! ―empezó el discurso. Dos horas de agradecimientos y plegarias, de anécdotas sacras y de parábolas sabias de Jesucristo. Al final, avisos parroquiales y una invitación al bazar que se estaba realizando con motivo de la llegada de la energía eléctrica a las veredas. Carmen, Jesús y los niños, después de acordar con el padre la fecha para los cursos de catequesis, disfrutaron del sancocho de calambombo que la Parroquia estaba ofreciendo, los niños pidieron cofio y al final de la tarde, asistieron al parque principal para estar presentes en el acto de inauguración del alumbrado eléctrico. El alcalde cortó una cinta roja que abrazaba un cajón de lata, dos obreros halaron unas palancas y los motores iniciaron marcha.

Se acomodaron en el jeep de Aquilino después de negociar quince puestos por el valor de diez. En el camino veían ya las luces en las casas, prendiéndose y apagándose, ¡tanta lucha al fin había dado resultado!, cinco años de promesas de políticos y nada de nada. Hasta ese día. En todas las casas había fiesta, licor, bulla y luz, mucha luz.

― ¿Y qué vamos a hacer con tantos velones? ―preguntó Jesús, aferrándose a la silla del carro.

― Pues será prendérselos a La Virgen del Carmen, Chucho. Mirá que nos hizo el milagrito ―respondió Carmen.

― La que se va a joder es Doña Estela porque se va a quebrar con esa empresa de velas ―dijo Aquilino desde el volante, soltando una carcajada.

― Dios la ampare, pero es la única que sufre con la eletricidá, a nosotros nos sirve mucho ―repuso Carmen.

A las ocho de la noche estuvieron llegando a la casa y sin esperar mucho tiempo, arreglaron las camas para dormir. Los más pequeños se acostaron sin refutar, pero cuatro de los mayores, extasiados por el milagro de la electricidad, se resistían a dormir y, en vez de eso, saltaban de una cama a otra mientras uno halaba el cordel una y otra vez, prendiendo y apagando la bombilla. Jesús se levantó de la cama y fue hasta donde los niños formaban la algarabía.

― ¡Se acuestan ya o les sobra plan!, no ven que mañana me toca levantarme muy temprano ―les ordenó de un grito.

― ¡Mijo, se vino el niño, se vino Manuel! ―gritó Carmen desde su lecho.

Jesús se olvidó de los niños y fue hasta donde su mujer. Cuando vio la mancha en la sábana calculó que estaba a tiempo de ir corriendo por la partera. No dudó en hacerlo y se vistió con lo primero que pudo para salir a toda prisa en busca de Matilde. Carmen inhalaba y exhalaba como sabía, pero los dolores eran intensos, no daba resultado la respiración. Sentía que perdía la conciencia, su mundo se iba tornando blanco y empezaba a sudar frío.

― ¡Amá!, ¡Checho se rompió la cabeza! ―escuchó que uno de los muchachos gritaba y aunque no pudo saber cuál era, se levantó de inmediato y mareada, fue a ver lo que pasaba. El cuadro no era muy alentador: Sergio tirado en el piso con una herida en la cabeza, imposible de medir a simple vista porque botaba mucha sangre. No tuvo que preguntar lo que había pasado, se deducía viendo el borde de la estera de acero deformado, ensangrentado y justo encima de la cabeza del niño.

― No se muevan de acá. Cuando vuelva su papa, le dicen que me fui a llevar este pobre muchacho a San Gil ―se despidió de los muchachos después de cargar a su hijo y montarse en Chepe a ir en busca de Aquilino.

La misa de esa mañana no fue tan alegre como la de dos días antes, tampoco estaban celebrando nada. Todo el mundo asistió a la iglesia de San Gil, vestidos con los mejores trajes y después del toque de campanas, se dio inicio a la eucaristía. También estaban allá Jesús, Carmen y los niños; todos completos, los dieciséis: los hombrecitos con sus pantaloncitos, las niñas con sus vestidos de boleros, uniformados. Manuel y Sergio, encabezando la misa desde sus féretros, eran los únicos de la familia que no estaban llorando. Esa ceremonia no estuvo tan entretenida, lo único que Carmen quería era que se terminara rápido y nunca más volver a recordar el día en que Dios quiso que se hiciera la luz.

Negocios son negocios

¡Las cosas de la vida, hombre! El mismísimo Augusto Colorado me acaba de llamar a invitarme a su casa. ¡No me las creo! Tan joven y ya consiguió casa. Yo tengo ticinco y ¿cuál casa, por Dios? Ni apartamento. ¡Ni pieza! Me toca compartirla con mi esposa. No tengo nada y el Colorado ya con casa. Pero bien por él, ha sido muy sufrido en la vida. O al menos hasta que nos graduamos, pues, porque quién sabe qué será del hombre…es de esas personas que uno nunca olvida así hayan convivido pocos meses. ¡Y no es que hayamos sido Los Grandes Amigos!, no, a duras penas nos saludábamos…yo creo que yo le caía mal, pero él a mi no, tenía una forma de ser muy agradable, quién sabe qué le pasaba conmigo, me va a tocar preguntarle ahora que nos veamos.

Siempre que pasa algún accidente en mi presencia me acuerdo de Colorado. Un día el profesor de sociales se desplomó de culos sobre su escritorio y mientras todos reíamos, él, Colorado, Colocho, Cocacolo, Rojo…sólo él se dejó de reír y fue hasta donde estaba caído el viejito, le revisó la respiración y salió corriendo a llamar a la enfermera. ¡Un héroe, Colorado! ¡Gracias a su hazaña todo el curso pudo ganar sociales! Mientras él, el sapo, se ausentaba en busca de ayuda, nosotros cambiamos la planilla de las notas… ¡grande, Augusto! Todos lo queríamos mucho, los muchachos y yo, las muchachas, el grupito de nerds, incluso el par de maricas que se mantenían juntos y no le hablaban a nadie, hasta ellos le hablaban. El último recuerdo que tengo de Colorado es muy triste, ese día se fue del colegio, no alcanzó a graduarse con nosotros. Pero es comprensible…por accidente, perdió la vista en un ojo y tiene media cara cicatrizada. Horrible recordar eso. Mejor me baño para llegarle temprano.

~ ~ ~

― ¿Y ese parche no te incomoda?

― Para nada Chechín, uno se acostumbra y ya ni lo siente después.

― Hombre, verraco eso que te pasó. Nosotros queríamos que te graduaras con nosotros…

― ¡Que va, maricón!, ¿no fuiste vos el que me echó el ácido en clase de química en la cara y eras cagado de la risa?

― Sí…pero no nos acordemos de cosas malucas…mejor, contame, ¿estás dando culo o estás de mandarinero?

― ¿Cómo así, marica?, explicate…

― Sí, mirá, dizque tomando whisky en dizque copas de cristal dizque templado, con un dizque televisor dizque de plasma dizque de muchas pulgadas, con dizque sonido dizque envolvente, en una dizque mansión… ¿estás dando culo o estás de mandarinero?

― Ni lo uno ni lo otro…pero, ¿los mandarineros ganan mucho, o qué?

― Los que venden mandarinas no…los que mandan harina, sí…

― ¡Bobo, hijueputa!...nada, Chechín, si te contara…

― Si me contaras, sabría. Contame, pues…

― No, es que te vas a reír. Es una cosa rarísima, pero te adelanto, no es con drogas, hermano…

― Mejor llename el vasito y empezá, despacio. No hay afán…estos silloncitos son caros pero ¡qué comodidad!, te sabés dar tus lujos, Colo…

― Mirá, Che, estoy haciendo porno…no, no te riás que es en serio.

― ¡Ja!, con esa barriga tuya, no quisiera saber el título de las películas…¿ ‘Mondongo ardiente’?, o, ¿es porno para zoofílicos?

― No, no hay cámaras, no son películas, hermano. Ni soy yo el que se empelota…son shows. Hago espectáculos, soy manager y dueño de un grupo de desnudistas, Chechín.

― ¿Y dónde está lo raro?

― Se desnudan y si pagás más, pues, te fabrican el amor…y tienen mucha experiencia, hermano. Te las recomiendo ―terminó con una carcajada. Al mejor estilo de los 70’s.

― No, yo no la voy con las putas, Colochín…

― Tampoco creo que te guste ninguna de mi grupo, esperate te muestro el catálogo…

~ ~ ~

G-old Ladies es un colectivo de artistas, mujeres latinas (en su mayoría colombianas, venezolanas y cubanas) de la tercera edad, dedicadas a la organización y realización de shows de baile y canto, con servicios extras tan diversos que van desde la venta de licor hasta el acompañamiento sexual (recomendado por la casa, es la especialidad de las G-old Ladies). Con cubrimiento a nivel mundial, tarifas para todos los bolsillos y facilidad de pago. Visítenos en Internet: www.GrannyOldLadies.com. Infórmese sobre tarifas, servicios, descuentos, y si desea unirse, mire el formulario.

A continuación, podrá ver algunas de las modelos con las que contamos:

Nombre: Hot Stellita.

Edad: 77.

País: Colombia.

Así se describe: “Soy tierna, desvergonzada, sexy y me muevo como la Bardot

Medidas: 140 – 94 – 192.

Precio: 900€ noche.

…”

~ ~ ~

― ¿Y a vos cómo se te ocurre que estas viejitas te van a dar plata?

― Jajaja, Chechín, pues sí. Si vieras la cantidad de pervertidos que hay en este mundo, hermano…

― ¡Ah!, hay de todo, eso es cierto…pero, ¿cómo llegaste a eso?

― ¿Te acordás de Adriana?, pues cómo no te vas a acordar…

― Si, ya sé que me la comí cuando era tu novia, pero creeme que me arrepiento, Colo, creeme…

― Bueno, pues, ojalá y no hayás sido vos el que le enseñó esas cosas, hombre…¿ella no te hizo nada raro?

― ¡Pero nada!...bueno, claro que me intentó meter dos dedos por el culo, pero yo no me dejé…¿qué te hizo a vos, pues?

― Hombre…esa nena tenía unas costumbres raras en la cama, tenía bolas chinas, bolas rusas, vibradores de todos los tamaños, oís, TODOS, y lo peor es que le encantaba que se los metiera por todos los huecos…en fin, las últimas veces se tomaba un tarro de laxante y me decía que la cogiera por el culo mientras le salía diarrea…y yo no podía con eso, hermano. Al final, me dejó por un man que sí le seguía el jueguito…

― Ve, ¿ésta es tu abuelita?

― ¡Imaginate!, doña Esmeraldita está en mi negocio…es más, ella es la que más niñas me ha traído…como se mantiene yendo a clases de croché y esas cosas, pues allá me colabora con publicidad…

― ¿Y por qué en Euros?

― Che, en Europa hay mucho dañado. Y en Gringolandia también. Pero es mejor cobrar en Euros, menos billetes.

― Pues ojalá te siga yendo bien con el negocio…me saludás a Doña Esme, ¡tan joven que se ve acá en la foto!

― Photoshop, pendejo…pero listo, yo la saludo. ¿Te vas?

― Sí, tengo que ir por mi mujer…

― Bueno, me la saludás, y tomá, este pase es para que vayás el viernes al bar donde voy a estar vendiendo el show…resultó un grupo de políticos interesados en el espectáculo y alquiló esa discoteca que dice ahí, decís que te dejen pasar directo al palco, ahí voy a estar esperándote para que nos tomemos los whiskys.

― Lo dudo, viejo Colo, no quiero ver eso…en serio, soy de estómago sensible…

― Pues no lo mirás y ya, la idea es que bebamos, hombre…

― Si algo, te marco, Colo. Yo me voy o me cortan los servicios.

¡Grande, Colo! ¡Siempre salvando el parche!...¡no se alcanza a imaginar lo feliz que me hace hoy que no me tengo que conformar con verlas por Internet!

Del vicio al hecho, hay mucho trecho.

Esta semana me ubicó un viejo amigo que no veía hacía mucho tiempo y me propuso tomarnos algunas copas para desatrasarnos de las tantas cosas que seguramente tendríamos para contarnos. Que tranquilo, que él invitaba, que estaba trabajando. ¡Perfecto!, ¡no se diga más! ¿A qué horas? Nos encontramos en un parque y nos metimos a un pub alemán donde vendían decenas de marcas de cerveza. Mientras la mesera nos traía las dos Pilsen que habíamos decidido pedir, le comenté que estaba asombrado por lo que veía, es que casi no lo reconozco cuando lo vi esa noche la primera vez. ¡Este pendejo encachacado y oliendo rico no puede ser el mismo grunge que alguna vez se hizo llamar igual! Llegaron las dos cervezas, y luego otras y otras y en fin, ya ni me acuerdo en qué terminó el reencuentro, pero el tema principal de la noche era su pena de amor, porque alrededor de eso, empezaron sus problemas, me dijo.

Marlon era el típico adolescente apático que prefería estar solo en su cuarto, que salir a una discoteca, pero eso sí, drogado hasta más no poder. Aunque podía. De pelo largo, crespo y sucio, uñas comidas, jeans rotos, camisetas viejas y desteñidas y su infaltable tula terciada al pecho. Ahora era un joven empresario, emprendedor, según me contó, de un traje impecablemente lucido, zapatos negros relucientes, pelo al ras y mucha pero mucha loción francesa. ¿Qué había pasado?, ¿qué fuerza tan poderosa habría hecho bañar a Marlon?

― Me cambió el amor, hermano ―me dijo en tono de confesión mientras yo le miraba las piernas a la mesera.

― ¡O tu novia! ―le respuse.

― ¡Es que eso es lo peor, que ni siquiera somos novios!, me tiene loco esa niña, pero hay algo que me tiene cabezón…yo no sé si seguir atacándola…

― ¿Tiene un hijo?

― No, no es eso…odia mis vicios.

¡Pues que no los coja, hombre! Era muy sencillo, pensaba yo. Lo sensato es que los vicios son sólo del que los tenga y no del que los aguante, y sólo el dueño tiene derecho a opinar sobre ello. Resulta, pues, que Marlon encontró el amor de su vida, la niña de sus ojos, la media naranja, etcétera de mañesadas; una mujer que le habría revolcado su mundo y logrado influir tanto, que sin tener una relación oficial, había matado al grunge. Al principio ella no decía nada cuando él se inhalaba su coquita o se fumaba su mariguanita o se tomaba sus pepitas, con el tiempo fue empezando a opinar sobre lo que él hacía y ahora, definitivamente, los odiaba, no los soportaba. Le había dicho últimamente que escogiera entre ella y sus vicios. Él, obviamente, prefirió la vagina. Se había vuelto necesario disminuir en grandes cantidades las cositas que metía y, con la mano en el corazón, me dijo que no soportaba la situación.

― Bueno, y si no te aguantás, pues despegala ―le aconsejé.

― Yo no sé, hermano, eso me tiene muy aburrido…la nena está hermosa y me tiene loco, ya sabés, pero la vida sin drogas no es igual.

― ¿Y qué razones te da ella para que te toque dejar de meter?

― Está convencida de que la droga me va a volver un desechable…

Desde ese momento supe que al tipo le iba a ir mal si seguía con ella. Marlon es un tipo de una mentalidad abierta y una imaginación bárbara, aunque ahora no se vea como tal, sigue siendo el tipo deschavetado que solía ser, y dolería ver cómo se castran las libertades de un hombre por una mujer, sólo por el hecho de ser closed mind.

― ¿Y es que vos no te ganás tu plata o qué? ―empecé a animarlo.

― Pues sí güevón…pero es que… ―lo interrumpí.

― ¿Y es que no sos profesional?

― Sí, pero como te iba a decir… ―volví a interrumpirlo.

― ¿Estás dispuesto, entonces, a tener una vida libre de sustancias, definitivamente?

― ¡NO! ―gritó y se agarró la cabeza con desesperación para luego comenzar a llorar.

― Ya te resolviste entonces, Drogas 1, Mujeres 0.

Me abrazó, agradecido. Había decidido por fin, después de tanto penar, volver al buen camino y alejarse de las malas compañías. Salimos del pub para saborear algo de White widow en blunt de menta, bebimos unos tragos sueltos en un local y la noche se fue convirtiendo en bruma… Sólo me quedan algunos fotogramas de lo que pasó después, pero recuerdo una última cosa que me dijo antes de que me atacara la amnesia: “Oíste, ahora ya tengo otra decisión dura para que me ayudés a tomarla, ¿me quedo con el licor o con la bareta?”.

¡Feliz día, Colombia!


¿Y qué dijeron, que no me iba a acordar de mi Patria? ¡Feliz día, mi Colombia hermosa! ¡Ah! ¡Qué regocijo siento hoy! Todas las casas con la bandera tricolor en la fachada, marchas militares en todas las ciudades, millones de pesos invertidos en pirotecnia, en fin, el orgullo patrio se respira por el aire y el pueblo celebra unido los doscientos años de su independencia. ¡Ay, qué orgulloso me siento de ser un buen colombiano!

A las seis muy AM estuve siendo despertado por la alarma de mi radio reloj Sony, lo apagué y me dirigí a la cocina para poner a preparar mi cafecito colombiano, me bañé, me puse mi camiseta del bicentenario y salí al balcón a colgar mi bandera de tres colores Made in China. Mis vecinos estaban en lo propio también y los saludé con un grito amistoso de compatriota. La cafetera Black&Decker ya tenía listo mi tinto colombiano, lo serví, cargado, como nos gusta, y me senté frente a mi televisor Panasonic a mirar qué programación nos tenían preparada los canales nacionales.

¡Qué desfile! Muchos cascos marchando con sus fusiles estadounidenses, al ritmo de una banda marcial encabezada por un soldado cargando una bandera de Colombia gigante, la meneaba de un lado a otro, mientras sus compañeros le daban a los tambores y caminaban al un dó, un dó, un dó. Terminaron de desfilar y uno de nuestros más ilustres políticos se subió a una tarima y comenzó a dar un discurso netamente colombiano…subtitulado al inglés, y eso.

No aguanté la emoción de ver tanta belleza junta y apagué el televisor Panasonic (juro que una lágrima rodaba por un cachete). Ya era hora de desayunar, y cómo no, quería hacerlo al mejor estilo criollo, como desayunamos en esta tierra: pancakes con miel de maple y jugo de naranja, obviamente. ¡Ahora, a leer el periódico! Y a que no adivinan… ¡Edición especial!, claro, celebrando la independencia, carajo. Como todos deberíamos estar haciéndolo. No hay nada más bonito que sentirse independiente, es una de las cosas más satisfactorias en la vida…como mi Colombia se siente desde que es libre, desde que hace doscientos años se lanzó el grito de independencia y España, nuestra madre, nos dejó de joder la existencia.

Me tercié mi carriel ―que, a propósito, lo pronuncio como se debe, carry all―, me puse el poncho, alisté mi peinilla y me calcé las alpargatas. Salí a caminar y aproveché para revisar que en cada casa colgara una bandera, con la firme intención de, donde no hubiera bandera, echarle la policía. Dos o tres casas sin Colombia en su fachada. ¡Qué horror!, ¿quién se atreve a no celebrar esta fecha tan importante? Definitivamente el país está como está es por gente así, y se los grité, aunque creo que no había nadie.

Llegué a una avenida principal y había muy poco tránsito de carros, ¡claro!, todo el mundo anda celebrando hoy, ¿por qué sacar el vehículo? Me sorprendió notar que ningún carro llevara la bandera en el capó, se me ocurrió de repente que se podría hacer una modificación en las leyes, como acostumbran acá, y obligar a los dueños de los vehículos a poner la bandera en días como hoy. Había un semáforo en rojo y la imagen que vi fue la que me conmovió más: unos indígenas pedían monedas a los carros que paraban, lo hacían felices, sonrientes, se les notaba la independencia, ellos sí que tenían motivos para celebrar. ¡Definitivamente, mi país independiente sí es la putería! ¡Que viva Colombia independiente!

¡Oh, no!, ¡mástico!


¿Queda claro, entonces, eso de que un segundo que vivamos es un segundo que morimos?, bueno. Parto de lo anterior para desahogarme como acostumbro, con letras: estoy sumamente angustiado, esta última semana ha sido muy difícil por culpa de mi carácter, mi ánimo está detestable…es porque se acerca la fecha de mi aniversario; estoy próximo a acumular más de diez años de estar muerto. ¡Eso es mucha muerte junta, carajo! No me cabe en la cabeza cómo es que, después de venirme muriendo tantos años, siga estando vivo. Se leerá paradójico estúpido y les parecerá banal mi preocupación, pero es lo que me tiene así, puedo asegurarlo. Hace unos años perdí la emoción que sentía cuando se llegaba la fecha de mi onomástico, ya no soy capaz de hacerme a la idea. Lo raro para mí es que veo que a todos mis conocidos les encanta cumplir años, tienen preparada la cuenta regresiva desde meses antes y se la pasan pregonando por doquier la fecha anhelada. Pero, ¡por un dios!, ¿cómo pueden ser tan masoquistas de celebrar, año a año, el día en que se empezaron a morir? En fin, cada loco con su tema, y yo no me meto en los gustos raros de los demás.

¿Y qué es eso que me molesta tanto de cumplir años?, simple: casi todo, menos celebrar: voy por partes. Lo primero es que prefiero que no me feliciten a que lo hagan por compromiso, y desafortunadamente, la red es propicia para eso que odio. Luego, el mogote de llamadas y de mensajes deseándome un excelente día y recordándome que no importa que yo cada año esté menos vivo, ellos están felices, y celebran, incluso (eso de celebrar es lo que menos me molesta de los cumpleaños, y de hecho, me atrevería a decir que yo sigo cumpliendo años porque me encanta celebrarlo). Pero bueno, no puedo ser desagradecido, yo no creo que lo hagan con mala intención, de verdad, sólo que las costumbres son muy difíciles de entender a veces… No los culpo, y les agradezco, siempre. Lo que más me fastidia son los regalos, creo que esos momentos son de los más incómodos que puedan llegar a pasarle a uno como Sujeto. ¿Quiénes se creen para pensar que pueden atinarle a mis gustos?, ¿quién soy yo para atreverme a indagar sobre tallas de ropa o gustos de comida? Es realmente incómodo recibir un obsequio que, simplemente, no es obsequiable ―y menos recibible― pero que por cordialidad, hay que agradecer; por otro lado, es peor de desagradable tener que acabar las neuronas (que se pueden matar de otras maneras más apetecibles) pensando en algún objeto, de cualesquier calaña, para no llegar con las manos vacías. ¡No, no hay derecho a tanta falsedad! Trato de evitar esas incomodidades y por eso no es mi costumbre llegar con regalo al o a la homenajeada.

Ya leyeron, no todo es malo. Llega el momento de la celebración, cuando ya se ha realizado el debido protocolo con cada asistente al agasajo, palabras sutiles de muchos, los regalos están donde deberían: guardados, los visitantes no deseados se han ido, hay tragos empezando a rodar de mano en mano y empieza a olvidársele a uno que se está muriendo; aunque, claro, no falta el borrachín imprudente que ofrece un brindis por el moribundo…luego otro, y otro. El mejor momento de esas fechas es cuando el licor ha venido influyendo fuertemente en nuestro actuar y nos parece tan fácil hacer cualquier cosa, como no hacerla. Ahí se convierten en fechas memorables, de comentarios hilarantes, botellas vaciándose, colillas de cosas en el piso, risas, abrazos…¡claro!, ¡media noche!, ¡ya no es el cumpleaños!, ya pasó lo difícil, ahora sí, a celebrar. Ése momento, no otro, es el que debería ser importante, pero ahí es donde vienen los problemas, porque generalmente son esos los instantes que uno, veinticuatro o cuarenta y ocho horas después, no tiene del todo claros. Es más, ese lapsus, en mi caso, siempre me ha tocado preguntarlo al otro día.

Ayer visité a mi sicólogo y me intentó ayudar a superar este mal rato que ando pasando. Entre otras cosas, me dijo que hiciera caso omiso a eso de que me estuviera muriendo, pero después de un rato resolvió, mejor, llamar a Seguridad y enviarme de urgencia, en ambulancia y todo, al siquiatra. Antes de que me dispararan el dardo tranquilizador, alcancé a pedirle al profesional que me dijera cómo podría aliviar tanta angustia, y, como era de suponerse, me recetó droga. Así que, ya saben, espero verlos en la celebración de mi aniversario…ojalá que con algo que me ayude a curarme del todo.

El Sujeto

Mi foto
Hace más de veinte años nací, vengo creciendo, lucho por reproducirme y todavía no he sabido que me haya muerto.